sábado, 4 de agosto de 2012

Una Tarde en el Circo

El enano recorría los pasillos nevados de la maltrecha fortaleza. El techo hace tiempo que desapareció y ahora tan sólo unos pedazos de piedra aquí y allá recordaban que alguna vez, hace muchos años, esa fortaleza había sido grande y majestuosa. Las paredes, que durante la primavera se cubrían de musgo y flores ahora no eran más que bloques de hierro. Gazhanalbazhur daba gracias a que llevaba una gruesa piel de yeti de las montañas para evitar congelarse, sin embargo no podía evitar tiritar a causa del frío. El vaho que salia de su nariz y boca, hasta de sus oídos mientras se concentraba en oír hasta el más mínimo chasquido que pudiera delatar la presencia de un enemigo, hacía que su visión se tornara borrosa por un momento.

'¡Eh, aqui!', se escucho con un susurro poco más alto que el viento que soplaba.

Gazhanalbazhur giró sobre sus talones, un pasillo descendía levemente por debajo del nivel del suelo, zigzagueando unos pocos metros más adelante. Avanzó decidido camino abajo, seguido por una sombra que se movía por las paredes. La chica, de rudos modales procedentes de una juventud en la calle debido a una familia rota, seguía al enano embutida en su amplias calzas de lana y abrigo basto de pieles empuñando sus Kamas apenas dejando unas pequeñas huellas tras de sí.

Gazhanalbazhur bufaba a cada paso que daba, apretando cada vez más su gran hacha hasta que sus nudillos se pusieron blancos bajo los bastos guantes de pieles y anillas. A cada paso que daba, sus cortas piernas se hundían en una nieve cada vez más blanda, hasta que dar un paso suponía un esfuerzo considerable.

'¡Eh, quieto ahí, no te muevas!', volvió a repetir la misma voz con un tono similar al de un susurro.

El enano se encontraba al final del camino, un pozo que habría pertenecido a cualquier torre de la fortaleza y que ahora estaba cubierto, varios metros por encima de sus cabezas, por una capa de hielo quebradizo. En su centro, un montón de nieve reciente con una forma vagamente familiar, se movía lentamente en dirección a Gazhanalbazhur. Cuando pudo fijarse, vio cómo el montón de nieve era su amigo, el pequeño clérigo svirfneblin, que había caído irremediablemente unos minutos antes por ese agujero de más arriba.


'¿Qué demonios haces? ¿Se puede saber qué haces ahí, por que no te has movido?', gruñó el enano.
'El suelo'
'¿Qué le pasa al suelo?'
'¿No lo notas? Se mueve'
'¡Huum... paparruchas! (NdN: me encanta esa palabra)
'Calla, no hables tan alto...'

Un estallido de nieve empujó hacia adelante al clérigo haciéndole perder el pie por un momento. Los ojos de Gazhanalbazhur hacían juego con su boca, mientras veía erguirse en toda su plenitud un imponente dragón blanco.

El dragón agitó sus alas, mientras aseguraba sus cuatro patas sobre la nieve. Observaba a sus dos presas con sus ojos de esmeralda mientras resoplaba formando volutas de hielo sobre sus fosas nasales. Para sorpresa de nuestros héroes, el dragón no rugió, ni siseó si no que tan pronto fijó su blanco sobre el más pequeño de los dos, dirigió su aliento de hielo contra él. El clérigo svirfneblin se cubrió con su escudo mientras empuñaba su pequeña maza, que recibió todo el impacto y quedó convertido en un cubo de hielo de tamaño considerable; Gazhanalbazhur, mientras tanto, comenzaba a cargar torpemente sobre la nieve, aullando su grito de guerra, que rememoraba a sus ancestros.

'¡Pëkkisy Pôs, Pëkkisy Pôs!', gritó mientras cargaba hacia el monstruo.


Saltando sobre la cabeza del clérigo, dando una doble pirivuelta con triple tirabuzón, llegó ella. La joven monje cargó con la carencia de miedo que tienen aquellos que creen que alguien sea capaz de acabar con su vida. Una lluvia de golpes cayó sobre el dragón blanco que se saldó con una decepcionante escama blanca desprendida del torso de la criatura que, con un golpe de su zarpa atrapó bajo su pie a nuestra heroína.

Eso es todo lo que necesitaba Gazhanalbazhur: un descuido en sus defensas, un descuido fatal. Sujetando su hacha con ambas manos, saltó contra el cuello de la bestia y (¡Crítico, confirmado crítico, jódete máster de los coxones!) hundió su hacha tan profundamente en la carne que fue incapaz de sacarla usando su mismo impulso. En ese momento el dragón aprovechó y de un coletazo derribo a enanos, humanos y svirfneblins por igual mientras su buche se volvía a inflar preocupantemente. De un rápido zarpazo se arrancó el hacha enana, que salió despedida a varios metros. Su herida sangrante dejaba manchas carmesí por el suelo, como si de un aspersor se tratase mientras nuestros héroes se arrastraban, con sus cuerpos magullados y sus armaduras abolladas resoplando bocanadas de aire helado.

El dragón volvió a descargar su aliento sobre los héroes.

El enano, ágilmente, interpuso al svirfneblin entre el aliento y él, confiando en que su resistencia mágica natural lo salvaría de una muerte casi segura. A su vez, la monja, esquivó con una soltura inusitada el frío sólido del dragón. Mientras tanto, Gazhanalbazhur dejó a un lado a un atónito svirfneblin, que lo maldecía en alguna lengua marginal y cargó de nuevo contra el dragón, recogiendo su hacha por el camino.

'Ataquemos todos juntos', dijo la monja.
'Llegas tarde, ¡yo ya lo estoy haciendo!', dijo el enano mientras volvía a saltar sobre el dragón, ignorando cualquier tipo de estrategia.
'¡Mekâ goentüp uta-madre, Gazhanalbazhur!', maldijo en gigante el gnomo de las profundidades.

El dragón volvió a golpear con su cola, sin mucho éxito esa vez. Consiguiendo únicamente dar la espalda a nuestro intrépido grupo de héroes, que aprovecharon la coyuntura y desataron los más poderosos de sus ataques. La monja volvió a golpear innumerables veces al dragón con poco o ningún resultado mientras que el svirfneblin desató sus más poderosos conjuros, haciendo llover fuego sobre la criatura, que se debatía por impedir que el fuego divino la calcinara. Por su parte el enano, continuaba su raja-saja convirtiendo la escena en algo grotesco con mucha sangre y trozos de escamas saltarinas. Dejando al dragón maltrecho y agonizante. Fue entonces cuando ocurrió.

Una flecha. Un pequeño trozo de madera rematado en acero por una punta y plumas por la otra surcó el cielo yendo a clavarse en el codo de una de las patas delanteras del dragón que, incrédulo, se observó la herida durante un instante con ojos desorbitados mientras, inexplicablemente, caía muerto en el suelo. Tieso. Inerte. Cadáver. Fiambre. Difunto. Finitto. Kaput.

'¡Ja! Lo maté.', dijo el druida, apareciendo entre unas rocas.

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