viernes, 31 de agosto de 2012

De Mártires y Verdugos

El mugriento apartamento estaba en penumbra. Llevaba así desde hacía tiempo; desde que su mujer lo dejara por otro. La vieja televisión que le había prestado su viejo amigo Jack poco antes de morir en un tiroteo días antes de jubilarse reproducía un trillado CD de Superdetective en Hollywood. Eddie Murphy era el único en el que podía confiar, nunca le había faltado en sus peores momentos al igual que el Prozac. Ese maldito medicamento era jodidamente adictivo, los envases se amontonaban detrás de un sofá biplaza que no entendía muy bien para qué lo quería, si total, estaba solo. Habían pasado ya no sabía cuantos días desde su última visita al psiquiatra y se le estaba acabando la medicación. Tampoco le quedaba mucho dinero, en el cuerpo no lo querían desde hacía meses, cuando había dejado el coche patrulla olvidado en la vía del tren... con un sospechoso dentro.

Porque nadie más que él lo vio. La estrella roja en el cielo brilló con la fuerza de diez soles durante un momento y desde ese instante estaba allí. Suspendida de día y de noche contra un cielo azul o negro, daba igual, siempre estaba ahí. ¿No se supondría que al ser una estrella, debería moverse con las demás? Y luego estaba su vecino del final de la calle. Siempre le pareció un tipo extraño, pero últimamente veía algo en él que no era normal. Siempre le sorprendió que saliera de casa puntualmente tras la puesta de sol y volviera cuando estaba para salir. En ocasiones coincidió con él en los turnos de noche y por esa razón no reparó mucho en él. Pero la extraña costumbre de cargar sacos en su camioneta hizo que se preguntara REALMENTE por qué.

Hacía unas pocas semanas decidió averiguarlo. Se duchó y se arregló. Cogió su antiguo equipo de vigilancia y se puso a observar por la ventana, montó guardia puntualmente tras la puesta del sol y espero pacientemente a que su vecino saliera de casa. Tomó notas durante días para asegurarse de las horas de ida y venida del vecino hasta que un día decidido a pasar a la acción, recogió un puñado de herramientas y su arma reglamentaria y fue a la casa. Un lujoso chalet al final de la calle le esperaba con las puertas cerradas a cal y canto así como las ventanas. El barrio estaba en la más absoluta calma y tan sólo las luces de la calle lo acompañaban. Se acercó hasta la puerta delantera, sacó sus herramientas y con sorprendente facilidad abrió la cerradura mientras pensaba que no había perdido su "toque".

Se adentró en la casa y cerró la puerta tras de sí. Por suerte las ventanas tenían las persianas bajadas y las cortinas echadas, por lo que pudo encender con toda comodidad su linterna. Los muebles estaban impecables, demasiado. En la cocina, la nevera sólo tenía leche y pan; dio un trago a la leche y continuó buscando. Los fogones de la cocina, a pesar de ser de gas, estaban impolutos... como si no hubieran comido en ellos en mucho tiempo, o nunca. Subió hasta el piso de arriba y fue cuando oyó ruido, abajo. Alguien acababa de entrar y se había detenido junto a la entrada observando en la oscuridad. La silueta es todo cuanto se veía y nunca le había parecido tan amenazadora. Rígido y alto, escrutando en la oscuridad en busca de su presa sus ojos se encontraron; sí, sus ojos. Porque a pesar de la oscuridad de la casa, sus ojos brillaron, relampagueantes como los de un gato. Escuchó una voz en su cabeza, que lo instaba a salir. Sintió que no tenía nada que temer, y no temió en absoluto.

Se puso en pie y caminó hacia la figura. Sabía que lo que estaba haciendo no era juicioso pero iba avanzando lentamente hacia la puerta. Trataba de resistirse a cada paso, pero cuanto más cerca de él, más difícil era. Cuando se encontraba a unos pocos pasos pudo mirar por encima del hombro de la figura de su vecino y vio la estrella, pintada roja contra el cielo nocturno y volvió a mirar a su vecino. Sin embargo, su vecino ya no estaba allí, en su lugar un cadáver putrefacto había ocupado su lugar. Los gusanos se cebaban con su cuerpo y la había sitios donde la piel había desaparecido dejando lugar a una costra sanguinolenta y maloliente. Instintivamente sacó su arma y descargó siete tiros al cuerpo de su "vecino", que cayó al suelo a plomo. No podía creer que es lo que estaba pasando y aún menos el hecho de que ese cadáver andante se estuviera levantando. Agarró su palanca y golpeó la cabeza del muerto una, dos, tres veces hasta que literalmente explotaron cabeza y herramienta, que cayeron envueltas en llamas y metal fundido. «Esto es igual que en El Chico de Oro.» Se dejó caer y se sumió en un profundo sueño.

Cuando despertó ahí estaba de nuevo, de pié junto a la puerta, contemplándolo. «Un momento, no puede ser él. Éste es más bajo.» Cuando sus ojos se acostumbraron observó a un hombre de tamaño mediano y pelo escaso que daba frecuentes y ansiosos sorbos a su petaca. Olía a alcohol, él y su ropa, que se encontraba indudablemente en una temporada baja en cuanto a mantenimiento se trataba. Fuera, un coche con las luces encendías con alguien esperando en el exterior. -Bienvenido a mi mundo, Cazador - dijo, mientras le tendía una mano temblorosa por la bebida - No estás solo en esto ni tampoco estás loco, deja que te presente al resto...

sábado, 25 de agosto de 2012

Palabras Más, Palabras Menos

Y en la sección frases celebres... Hoy... (algunos no las entenderán todas, pero tenéis que comprender que he jugado con mucha mucha gente).

- Hola, soy Lola y me gusta bailar.
(Una partida cualquiera, presentación de un personaje Ravnos, Vampiro: Edad Oscura)

- Hola, mi nombre es Rashid, del clan Ventrue.
- Montenegro, maldito moro. Vas a alegrar amaneceres...
(Toledo Nocturno a los 5 minutos de empezar, Preludio donde se conocen los personajes, Vampiro: Edad Oscura)

- Miro las cosas de arqueología esas, jarras y eso...
(Personaje arqueólogo, La Llamada de Cthulhu)

- ¿Leer/escribir, para qué me sirve eso?
(El mismo arqueólogo, La Llamada de Cthulhu)

Ante la encarnación de Nyarlathotep...
- Señores, fue un placer conocerles -mientras se ataba una docena de cartuchos de dinamita.
(Las Máscaras de Nyarlathotep, La Llamada de Cthulhu)

- ¡Ya se lo que eres! Tú eres un espíritu libre de esos, ¿verdad?
(Un vampiro a una momia, Toledo Nocturno v2.0, Vampiro: Edad Oscura)

- Me llamo Shivo Tranipolim, Clérigo de Garl del Oro Luminoso, Azote de la Puerta de Baldur.
(D&D 3.0)

- ¡Aldeanos, escuchadme!.. Escu... escu... ¡¿¡¡¿me queréis escuchar maldita sea?!?!?!?
(Cynn Penn Tannor, Paladín de la Diosa, D&D 3.0)

- No soporto tu "hora de aldeanos"...
(D&D 3.0)

- Eres un poco como yo, siento el Lado Oscuro dentro de ti.
- No comparemos...
(Darth Vader a un Jedi Fracasado cualquiera, Star Wars D6)

- Hola, soy Garanor hijo de Athair, hijo de Bárbol, hijo de Barco.
(Una partida cualquiera, El Señor de los Anillos)

- Lestaulante El Lollito Feliz, ¿me abre?...
(Una partida cualquiera, Cyberpunk 2.0.2.0.)

- Llévanos ante tu jefe.
- Yo soy mi propio jefe.
(Una partida cualquiera, Fadding Suns)

- Máster, ¿me estás diciendo que me he gastado 8 puntos de trasfondo para ser un portavelas?
(Un Diácono vilipendiado, Una partida cualquiera, Fadding Suns)

- ¡Dame a mi amigo o devuélveme mi dote!
(Clérigo irritado a Master moribundo, D&D 3.0)

- Salto por esa ventana, sólo estoy en el primer piso, ¿qué me puede pasar?.
(Las Máscaras de Nyarlathotep, La Llamada de Cthulhu)

- Avanzo sin mirar.
(Las Máscaras de Nyarlathotep, La Llamada de Cthulhu)

- Le digo por el intercomunicador (gestos con las manos, gestos con las manos, gestos con las manos.)
(Una partida cualquiera, Cyberpunk 2.0.2.0.)

- ¿Máster, cuánto nos da el mercader por las 20 armaduras completas, los 10 estoques +1, las 15 capas de protección +1 y los 5 escudos grandes de acero +1 que llevamos en la mochila del semiogro?
- ¿En la bolsa de contención?
- No, no. Es una mochila normal.
- Bueno, más bien un saco.
(La Ciudad de la Reina Araña, D&D 3.0)

- Me limitas, máster. Quiero que mi enano tenga alas, los dragones aún se me resisten.
(D&D 3.0)

- Me hago el muerto para dejar que el agua me lleve a flote hasta el hueco.
Después de tener éxito con su idea...
- Me quito la ropa y la coraza para que se sequen, máster.
(Una partida cualquiera, ¡Piratas!)

miércoles, 22 de agosto de 2012

Hostel

Gazanalbazur se movía dificultosamente entre las aguas pantanosas de la Ciénaga de la Bruja preguntándose a qué se debería tan elocuente nombre. A su lado se encontraban la monja de familia desestructurada y el clérigo svirfneblin, de nombre tan oscuro que no podía ser pronunciado por lengua mortal. Cerrando el grupo se encontraba Maeve, la druida con mejor puntería del reino, tan sólo superada por su dominio de las fuerzas de la naturaleza. El aire era pegajoso, cargado con el hedor de miles de toneladas de madera pudriéndose bajo el agua. Los animales rehuían la zona misteriosamente, muy probablemente debido a la presencia de la Bruja de la Ciénaga, guardiana de los secretos de la Montaña del Penacho blanco y a la que se suponía era la única que podría granjear acceso a esta enorme mazmorra cavada en la falda de un volcán activo.

De hecho, la Montaña del Penacho Blanco era visible desde donde se encontraban en esos instantes, sobresaliendo majestuosa de entre los frondosos árboles de la ciénaga. Las pesadas armaduras del enano y del clérigo los lastraban sobremanera, haciendo que cada nuevo paso fuera una pequeña tortura cargada de cieno, fango y algún animal muerto. La druida apenas tocaba el agua y se deslizaba entre la vegetación, cubriendo las espaldas del resto de héroes mientras la monje, bueno, digamos que gracias a su nueva condición de monja gigante notaba que el paseo era de lo más agradable.

Tras interminables horas de marcha en la Ciénaga de la Bruja, lograron encontrar la cabaña de la Bruja de la Ciénaga (irónico, ¿verdad?). Una vasta construcción de madera alzada 10 palmos sobre el nivel de la ciénaga de la que salía un puñado de humo de su agujero de ventilación central. Esta cabaña se encontraba en un claro del bosque, limpio de árboles o vegetación de algún tipo.

-¡Bruja, sal, no te haremos ningún daño! -dijo el enano.
-Chssst... no digas eso, así no conseguirás que salga. Además, recuerda que se dice que es una bruja tremendamente poderosa y podría acabar con nosotros en un santiamén -añadió el clérigo.
-Si no sale, tendremos que ir a por ella nosotros.
-Mejor, quiero estrenar mi reciente gigantidad.
-Yo os cubriré desde detrás, no os preocupéis.
-¡Vamos bruja, sal!

La puerta se abrió lentamente con un crujido. Una serie de vapores malolientes salieron del interior de la cabaña que pronto se esparcieron sobre el claro. Saliendo del interior, una figura monstruosa que aparentaba más animal que persona. Un par de cuernos retorcidos de color pardo y un cuerpo repleto de pústulas y verrugas allá donde no lo cubría algún harapo. Las manos acababan en unas garras horripilantes y en los ojos se avistaba una mirada felina. Pero lo peor era su sonrisa, que denotaba una maldad infinita.

-¡Habéis irrumpido en mi ciénaga. Mis hijos os despedazarán y lo que quede de vosotros lo utilizaré para crear nuev...!
-¡Pëkîsy Pös! ¡GRARGHL! -el gran hacha del enano describió una curva en ángulo oblicuo ascendente. Un sonido similar a una pequeña explosión nuclear de algunos kilotones se propagó por la ciénaga, derribando todo aquello que no se encontrara firmemente amarrado al suelo. Los árboles cercanos más jóvenes cedieron ante ese impulso y algunos de estos nuestros héroes cayeron al suelo. La explosión resultante y el polvo en suspensión que se liberó con tal golpe hizo posible que la gente pudiera leer sin iluminación adicional por la noche. El eco del golpe se oyó en cada una de las esquinas del reino. Las tribus más atrasadas lo llamaron EL-DÍA-QUE-LLOVIÓ-SANGRE. En alguna parte, en una habitación oscura, un joven niño lloró sin saber por qué. Los dioses del Bien y del Mal pararon sus maquinaciones para mirar un instante en dirección a la explosión. Esa noche, en alguna parte del mundo, hubo una lluvia de estrellas fugaces fuera de lo normal. La Bruja de la Ciénaga nunca supo qué la golpeó.
-Bueno, creo que de todos modos, no sabía gran cosa.
-Si, y no parecía que fuese tan poderosa, ¿no?
-¿Alguien ha visto a los hijos esos que decía que tenía?
-No.
-Pues no, la verdad.
-¡Bah! Vayámonos a la Montaña del Penacho Blanco, ya encontraremos la manera de entrar.
-Si, vamos.
-Vamos pues.

Y fue así como, queridos lectores, nuestro grupo de héroes salieron de la Ciénaga de la Bruja en dirección a la Montaña del Penacho Blanco. Pero eso, es otra historia que deberá ser contada en otro momento. Quizá en el relato "La Montaña del Penacho Blanco... ¡Está Roja!"; o quizá no, demasiada violencia.

IV - La Dama y el Vagabundo de Metal

   El aire húmedo y cálido del anochecer en pleno mes de Julio recibió a León mientras salía de la clínica por la puerta trasera. Se dirigió entre la penumbra de las luces del aparcamiento hacia donde había aparcado su motocicleta. El viento se arremolinaba y levantaba puñados de papeles a su paso mientras, en el horizonte, podía observar como un cúmulo de nubes grises se iban aproximando a la ciudad amenazando con una fuerte tormenta eléctrica. El cielo se iluminaba por los relámpagos esporádicos en el horizonte y el aire se cargaba de estática, y el olor a humo y asfalto. Decidió probar sus recién adquiridos ciberópticos; un par de nuevos ojos totalmente similares a unos auténticos salvo un casi imperceptible logotipo de la marca fabricante en la pupila. Comprobó que tanto la visión nocturna cómo el sistema de infrarrojos funcionaba a la perfección. Quedó bastante satisfecho; el resto del paquete debería esperar.
   Dejo atrás un coche donde una pareja se lo estaba montando en el asiento trasero. Eso le recordó el tiempo que llevaba sin irse a la cama con nadie; cuánto hacía que no compartía nada con nadie. Fue un pensamiento fugaz, casi imperceptible y que apenas dejó huella en su estado de ánimo. Se preguntó si era pena lo que sentía en ese momento. No alcanzó a comprender qué había sentido en ese instante. Por suerte o desgracia para él, se había empezado a acostumbrar a tener ciertos sentimientos embotados, lo cual para su trabajo no era un mal asunto del todo; pero era una situación que se estaba volviendo cada vez más frecuente.

Cuando llegó a la altura de su motocicleta se detuvo un último instante para observar la tormenta qué se avecinaba. Buscó las llaves y montó en el vehículo, una robusta máquina, remodelada a partir de una motocicleta del ejército similar a la qué utilizo durante la guerra. No era tan estilosa como las nuevas motocicletas, ni tan brillante o tan económica. Era un vehículo vestigio de otro tiempo, construido a partir de otras motos, civiles y del ejército, desechadas, destartalada pero fiable. Era un fiel reflejo de en lo que él se había convertido; había ido sustituyendo poco a poco su carne por metal y materiales sintéticos: procesadores neuronales para reemplazar sus nervios perdidos y mejorar sus reflejos, chips para adquirir en días habilidades que le llevaría años perfeccionar, amplificación auditiva, piel sintética...
   Le llevó un buen rato recordar todos los cambios que se había hecho. La tormenta lo alcanzó mientras recordaba sobre su moto aún en el aparcamiento. Las primeras gotas de una lluvia cálida lo trajeron de vuelta de sus pensamientos. Observó cómo la lluvia manchaba sus guantes y las mangas de su gabardina, no era una lluvia límpida y clara como lo hubiera sido en el pasado si no una lluvia amarillenta y aceitosa. La ciudad se emborronó en unos segundos tras la cortina de agua. Las luces de neón de los anuncios de corporaciones y negocios de la calle daban a la ciudad un aspecto irreal, como si estuviera observándolo todo a través de un monitor viejo y desgastado.
   Por encima del ruido de fondo de la ciudad escuchó otro sonido, como algo que cortara el aíre a su paso. Un estrepitoso golpe partió el alero del aparcamiento donde se encontraba cuando el cuerpo de alguien lo atravesó. León dejó su motocicleta y corrió hasta donde se encontraba ella. Había trozos de cristal por todos lados, había arrancado un trozo de techo y dejado el suelo marcado con su silueta. Era una muchacha, no tendría más de veinte años que aún vestía esa ropa horrible del hospital y parecía de una sola pieza. De la base del cuello, las sienes y las extremidades le colgaban cables que parecían pertenecer a algún tipo de máquina clínica. Se acercó a ella y el vello del cuerpo se le erizó, desprendía un calor extraño. Trataba de incorporarse torpemente, le miró como si no estuviera allí, delante suyo.

   '¿Eh, estás bien, chica?', le preguntó León pero no hubo respuesta. El agua se colaba por el agujero del techo, calándole la ropa y pegándole el pelo a la cara. Tenía un aspecto famélico, un rostro de ojos hundidos y la piel pálida y lacerada de alguien que hubiera pasado mucho tiempo tumbado en una cama del hospital. Entonces se preguntó de dónde había salido. Miró hacia arriba, a través del techado y vio una ventana rota arriba, muy arriba. Claramente enfocó la ventana rota, más allá del piso 20 del edificio que tenía sobre él. Los jirones de las cortinas se sacudían fuertemente por el viento y vio también como alguien los observaba desde arriba. La chica le sujetó del pantalón y tiró de él. León se giró hacia ella y, sujetándola por un brazo la levantó. La chica no era más que un muñeco de trapo entre sus brazos, con unas piernas demasiado delgadas como para mantenerse en pie, la cabeza caída hacia un lado y el rubio pelo húmedo sobre la cara y ojos. Debió ser bonita antes, pero le habían rapado las sienes para ponerle dos pares de conectores interfase a cada lado que aún le colgaban de la cabeza. Dos ojos azul intenso lo miraban fijamente desde un rostro que destilaba dolor y miedo. Le apretó de los brazos con sus débiles manos hasta incorporarse, su voz salió como un susurro.
   'Ayu... ayúdame', le dijo al oído la chica mientras le rozó la cara con las manos. Un relámpago cruzó entre ambos y León sintió de nuevo la sensación de que se le erizaban la piel. Notó un nuevo subidón de la carga estática en el ambiente a su alrededor. La puerta trasera del aparcamiento se abrió una vez más y de ella salieron tres hombres armados. «Seguridad del edificio»
   'Aléjese de la chica y retroceda con las manos donde podamos verlas', mientras apuntaban a León con sus armas cortas automáticas. Bien visible estaba el uniforme de la Corporación Gibbons y los tres llevaban un comunicador mastoideo que los mantenían en contacto en todo momento con la base.
   'Eh, no quiero problemas aquí, la chica cayó y yo solo...'
   'No volveremos a repetirlo, suelte a la chica y retroceda con las manos en alto.'
   León observó unos instantes a los guardias, gorilas sobremusculados que no sobrepasarían en mucho los veinte años. Sujetaban las armas con la seguridad de quien no ha tenido que enfrentarse nunca con la situación de matar a alguien. Llevaban armas de un calibre considerable pero apenas poco más que un mono de tejido reforzado y un chaleco antibalas. Dio un rápido vistazo al pase identificativo de uno de los guardias y avanzó unos pasos con las manos alzadas, dejando a la chica detrás suyo.
   'Disculpa... Scott, ¿así te llamas? No tengo ni la más remota idea de lo que está pasando aquí y vosotros no parecéis del tipo de personas que hacen muchas preguntas, ¿verdad?.' Uno de los guardias se adelantó mientras sacaba de su cinturón una porra extensible.
   'Te dije que no te movieras' y lanzó un rápido golpe a las piernas de León, que le hizo doblar la rodilla contra el suelo.
   'Chico, estás cometiendo un error.'
   'Cállate, túmbate en el suelo con las manos en la nuca.' Se dirigió a otro de los guardias, sin perder de vista a León. 'Llama a una unidad de la policía, diles que tenemos a un borracho buscando bronca y que nos ha plantado resistencia. Llévate a la chica dentro. Creo que esto va a ser divertido.'
   Uno de los guardias comenzó a pedir la asistencia de la policía, mientras el otro sujetaba a la chica, demasiado débil para soltarse del guardia. Por último, León seguía arrodillado pese a los gritos de Scott, que amenazaba con volverlo a golpear. «Se acabó.» Súbitamente se incorporó desde el suelo y aprovechando la fuerza del impulso golpeó la mandíbula de Scott haciendo que su cabeza se echara para atrás con un gran crujido. Allí donde había estado el mentón quedaba sangre, huesos astillados a través de la piel y dientes rotos. Antes siquiera de recuperar el aliento se abalanzó contra el otro guardia. Otro puñetazo bajo el vientre y un codazo en la cara y ya estaba en el suelo. El último guardia, que sostenía a la chica apuntó su arma contra León y disparó hasta tres veces. Las balas dieron de lleno en el cuerpo de León, que encajó los impactos como si no existieran y se echó encima del último guardia.

Todo acabó en segundos. Los cuerpos de los guardias yacían boca abajo, malheridos o sencillamente inconscientes sobre un charco donde la sangre se mezclaba con el agua y el barro. La lluvia arreciaba y estaban empapados. León levantó a la chica una vez más y sin mirar atrás, la apretó contra su cuerpo y la montó en su motocicleta con él. Ella se le abrazó y León puso en marcha la motocicleta «¿Qué estás haciendo viejo?», pensó durante un instante. Sacudió la cabeza como para borrar ese pensamiento y puso rumbo hacia ninguna parte.



jueves, 16 de agosto de 2012

III - Un Blues para Red

(Y después de un pequeño impás...)

*  *  *

   Bajaba por el haz de conexión como un rayo de luz. El ciberespacio se extendía frente a él, visto desde arriba no parecía tan impresionante. Podía observar las cuadrículas desde su posición y las construcciones que las rellenaban con figuras en algunos casos irreales; en otros fieles reproducciones de la entidad física a la que representaban. Veía también otros puntos viajar entre ellos, algunos descendían como él, todos ocupados como hormigas yendo a un lado u otro. Cuántos de ellos irían para realizar algo ilícito, no podría saberlo pero se imaginaba que quién más o quien menos estaría cometiendo algún tipo de falta. Se imaginaba cuántos de ellos habrían robado alguna contraseña alguna vez para entrar en alguna página restringida y si se la habría proporcionado él. También se preguntaba cuantos intentos de netrunner estarían afanándose en piratear algún sitio web con su patética consola de niño consentido.

   Él sin embargo era un veterano, un netrunner experimentado, un hacker con muchas intervenciones a su espalda. Solía compararse con esa gente y referirse a sí mismo, cuando era más joven como un dios para ellos. No en vano se puso hace años el alias de Red en un arrebato de egocentrismo infantil, aunque eso fue hace mucho tiempo, una eternidad y optó por otro nombre menos presuntuoso aunque también cargado de significado, Red, ya que aunque solo tenía 28 años, llevaba más de 15 navegando por el ciberespacio. Cuando empezó sólo tenía un módem de marcación por pulsos y un antiguo ordenador personal; ni siquiera existía el ciberespacio tal y como lo conocía hoy. Cometió su primera intrusión cuando tenía sólo 15 años. Le llevó toda una noche burlar la seguridad del sistema y consiguió extraer información muy delicada de la por entonces pequeña Corporación Gibbons. Nada especialmente importante, sólo una cadena incompleta de números de cuentas bancarias no demasiado legales en algún paraíso fiscal. Sin embargo, dada su inexperiencia, dejo un rastro que aunque muy sutil, fue suficiente para que los netrunners de la Corporación consiguieran dar con él y enviar a unos hombres para hacerle llegar un mensaje.

   Pero eso fue hace mucho tiempo y ahora un tipo diferente, más experimentado. El ciberespacio era como una segunda piel y allí residían todos sus amigos. Aunque hoy era todo diferente, hoy iba de caza. No sabía que tocaba hoy, puede que un banco, una corporación o quizá se dedicaría a trastornar las comunicaciones de alguna empresa de telefonía. Deambularía por la red central de Night City hasta encontrar algo que le apeteciera. Al fin y al cabo, era *casi* el amo del lugar. Finalmente vio algo que le gustó. Se detuvo frente a la sede en el ciberespacio de la Corporación Gibbons y quiso recordar viejos tiempos.
   Rodeó la sede y activó los programas de rastreo. Unas gafas poliédricas se crearon a la altura de los ojos de su avatar y comenzó a buscar un punto débil en el código fuente que hacia de muralla exterior. Le llevó un rato pero lo encontró; camuflado como una rejilla de alcantarillado junto a la estructura, se encontraba una puerta oculta. Era hora de pasar a la acción, creó un pequeño programa sobre la marcha que le permitió generar una rutina de desencriptación necesaria, con la forma de una palanca. Con el tiempo aprendió a pensar en términos del ciberespacio y veía que programar tomando como referencia objetos físicos que se adecuaran a la tarea a desarrollar lo hacía todo más fácil.
   
   Así fue, introdujo la palanca en la rejilla y rápidamente tuvo un punto de entrada; se había saltado la contraseña. Sabía que tenia que actuar rápido a partir de ese momento. Se dejó caer y al momento se encontró en un sótano; una especie de trastero a raíz del desorden de información que estaba encontrando. Documentos antiguos, citas y operaciones de hacía años era todo lo que componía la habitación donde se encontraba así que dedujo que debía tratarse de algún tipo de servidor en desuso o de salvaguarda de datos. Fuera lo que fuese, no le interesaba lo más mínimo así que debía avanzar a otro nivel. Ejecutó un programa de gusano y fue avanzando rápidamente entre las diferentes secciones del sistema, buscando material más jugoso. Tuvo que reconocer que todo estaba muy bien montado. Habían empleado un dineral en que todo pareciera casi real; incluso tenía una pequeña Multitud que poblaba la realidad virtual del sistema. La gente paseaba por los pasillos del edificio y hablaba entre sí. Los mas avispados incluso lo saludaban como uno más.
   Sin embargo, no podía dejar de tener la sensación de sentirse vigilado. A veces notaba que alguien lo observaba, pero cuando se giraba allí no había nadie más que él y la realidad virtual. Pronto la sensación desapareció como vino, cuanto más se adentraba en el sistema más solo se encontraba. Y así llegó hasta un nivel superior y tras una puerta con un gran rótulo que anunciaba "SOLO PERSONAL AUTORIZADO" se deslizó como una sombra.
   Todo iba como la seda. Códigos de seguridad, pasar desapercibido y nada más. Aunque lo que encontró tras la puerta lo puso sobre alerta. Una habitación vacía, de un blanco nuclear se extendía ante él. «¿Quién eres y que haces aquí?», resonó  una voz de mujer en su cabeza. «No se su pone que debas estar aquí, vete», repitió la voz. «Debe ser algún tipo de alerta automático, será mejor que me de prisa, no merece la pena que me pillen aquí. No es posible que toda esta habitación esté aquí, vacía y que hayan creado todo esto para nada. Aunque podría ser que la intimación y los archivos estuvieran camuflados.» Saco de su bolsillo un bote de spray de pintura y lo roció frente a él. Al momento un puñado de archivos aparecieron manchados por la pintura revelando jugosa información que seguro podría aprovechar de algo.
   Al desaparecer el camuflaje también quedó algo más al descubierto. El sistema de seguridad también disponía de un sistema para ocultarse. Un enorme perro de ojos rojos lo observaba desde detrás de un montón de archivos y al quedar a descubierto se abalanzó contra el hacker lanzando dentelladas salvajes. Rápidamente activó sus defensas; al momento una armadura que podría haber salido de cualquier película de ciencia ficción se interpuso entre los terribles dientes de la criatura y el brazo izquierdo del netrunner. Un filo incandescente se generó en la mano del hacker y atravesó el cuerpo del animal, descomponiéndose inmediatamente. Se giró de inmediato, buscando la salida, pero había desaparecido. Estaba encerrado en esa infinidad blanca nuclear. Y allí, de pie, en mitad de la nada, se encontraba ella.

Era una imagen velada de una muchacha. Se encontraba de espaldas a el, justo delante de un punto de luz que juraría no estaba allí antes la última vez que miró. La chica no parecía haber reparado en él así que decidió acercarse a ella con cautela. La muchacha permanecía rígida mirando el punto de luz, como si no existiera nada más en el mundo que eso. Red se quedó observándola durante un instante, junto a ella pero no movió un músculo. La chica levantó una mano y acercó un dedo al punto de luz que parpadeó un instante. El netrunner observó el punto con interés, parecía haber algo en él; casi podía ver algo en su interior cada vez que emitía un pulso. Volvió a mirarla y sus ojos se cruzaron, los de ella de azul incandescente, brillantes como las luces de neón, lo miraba con despreocupación. Lentamente dirigió uno de sus dedos a la boca del hacker en un signo de que guardara silencio y con sus ojos señaló un punto a su espalda. Red se giró y vio como varios programas de defensa del sistema estaban integrándose en ese mismo espacio en blanco; le estaban buscando a él... ¿o puede que a ella?

Volvió a buscarla, pero no la encontró. El punto de luz seguía pulsando incesantemente y fue a verlo más de cerca. Casi podía ver lo que estaba más allá pero no tenía más tiempo y había algo más importante a lo que atender: la seguridad del sistema se encontraba buscándole y no tenía salida alguna por la que escabullirse. Se giró para encararse a sus oponentes, esta vez el sistema había enviado algo más potente en su busca. Dos Perros Guardianes y un Asesino estaban buscándole; pero al momento podía ver como uno, dos, tres, cuatro programas más estaban a su alrededor, rastreando su ubicación. Sin salida posible sólo le quedaba luchar, aunque no creía que pudiera salir bien de esta, siete oponentes eran muchos y suponía que estos irían dirigidos por otros netrunners (si bien alguno podría serlo disfrazado). Encendió la hoja incandescente de su mano y se preparó para recibir el primer ataque, por suerte esto no era la realidad y los programas sólo podían rastrear a una distancia relativamente corta. El primer programa atacó y Red golpeó con su filo a éste, que cayo convertido en un amasijo humeante de información descompuesta.
   Cuando el segundo se disponía a atacar una fuerza invisible lo empujó hacia un lado pero Red no pudo cantar victoria. En seguida notó como los demás programas, él incluído, empezaban a deslizarse hacia un punto de la habitación. Por supuesto que Red sabía hacia donde iban: la pequeña señal de luz brillaba más potente que un millar de soles juntos, tanto que el netrunner comenzó a sentir dolor físico en sus propios ojos, mucho más arriba, mucho más lejos de donde se encontraba en esos momentos. La luz estaba absorbiendo todo lo que había a su alrededor hacia si, pero ¿hacia dónde?. Red intentó sujetarse a lo primero que encontrara, pero no había donde hacerlo. Uno tras otro, los programas fueron abandonando el sistema por un agujero y Red podía ver como se desintegraban al atravesar el punto de luz. A él no podría pasarle lo mismo, no iba a pasarle.

La luz emitió un último pulso y desapareció. Silencio. El blanco entorno donde se encontraba permaneció imperturbable por un momento que pareció una eternidad. El netrunner se quedó quieto, sentado en el suelo perplejo por lo que había ocurrido y entonces todo se rompió. Cayó como una exhalación a través de los niveles inferiores del sistema informático, que se desmoronaba a su paso. Se estampó bruscamente contra el "suelo" mientras las cadenas de información caían como una lluvia de datos luminosos a su alrededor que se perdían al entrar en contacto con la superficie del ciberespacio. Miró hacia arriba un momento para ver que se encontraba fuera de la estructura de Gibbons y que parte de ella había sido desgarrada como si hubieran demolido parte de un edificio. Frente a él volvía a estar la muchacha, arrodillada en el suelo. Inmóvil; desvalida. Brilló un momento y desapareció. La ciberterminal le avisó de que le estaban rastreando una vez más. «Netwatchers, mejor será que me largue de aquí.» Desconectó la sesión y voló por encima de los edificios una vez más.

martes, 7 de agosto de 2012

Las Aventuras de Ford Fairlane

Siempre he pensado que hay cosas que despistan a los jugadores de su objetivo real. Son esas pequeñas cosas que, casi sin darte cuenta, pueden dar al traste con la aventura (ojo, no necesariamente con la velada).

Café
Siempre es buena idea venir con el café tomado de casa, si no es posible, se prepara el café en casa de donde se juegue. Se toma, de pie, en la cocina, sin comer nada, a sorbos cortos y rápidos se quema. No tomar en la mesa, si se toma en la mesa no traigas de comer y acuérdate de servirlo "casi" frío. Se corre el riesgo también que, si lo traes a la mesa, "bautices" la hoja. Por supuesto, hay medidas pijas de evitarlo como plásticos y cosas así, pero oye, eso es para un cierto nivel de jugador/master avanzado.

Socialización.
Hay que verse más. No puedes llegar de no verte en toda la semana a jugar una partida. NO vas a jugarla, asúmelo, la partida entonces será una mera excusa para venir a la casa de uno y llevar a cabo el punto anterior. Solución: queda el día antes, habla, comunícate, toma café con pastas si quieres.

No despistes
Evita situaciones como la siguiente:
- La hechicera se recuesta en su diván, con un grácil movimiento que no hace más que potenciar la etereidad de su vestido de seda oscura semi-transparente. Sus turgentes pechos destacan por debajo del vestido en un escote imposible que...
- Vale, vale, para ya por favor que lo has conseguido...

Permite a tus jugadores despojar a gusto.
- Y con este, es el enésimo Señor Esqueleto que mandáis de vuelta al placer de la no-vida.
- ¿Qué llevaba éste, master?
- Calzones de lana, botas raídas y un vale de descuento en la Herrería del tío Alucard. Bueno, como decía, el esqueleto se desmorona justo cuando dejáis caer sobre él la lámpara de oro que...
- ¿Has dicho oro? ¿Macizo?
- Eh... bueno, es oro del bueno si, pero es grande, tal que así (una cosa descomunal)
- Saco el hacha. ¡Chicos, vuelve a haber oro en el menú! (despedaza la lámpara y todos los muebles y adornos de la mazmorra sufren la misma suerte.)

No dejes que los jugadores tomen control de los tesoros.
- Eh, me estas diciendo que esos narcotraficantes habían quedado en un punto secreto que ahora sólo sabemos nosotros para citarse con otros y pasarse unos cuantos cientos de kilos de sinte-coca, ¿verdad?
- Estoo... si, lo sabéis, pero es un poco peligroso. Son narcos preparados y eso...
- No hay problema, con este arma podemos echar abajo un pequeño avión volando a ras del suelo, digamos que a punto de aterrizar. Nunca nos verán llegar.

No pierdas el control del tesoro (que no es lo mismo que lo anterior)
- Tira un dado más... y... ¡muy bien, premio para el señor! El Campeón Kobold que acabáis de masacrar humillantemente para él y toda su posible descendencia llevaba una Espada Bastarda +5 Vorpalina; que por supuesto no ha visto el momento para usarla en todo el combate. Un aplauso para el caballero.

Nunca dejes la aventura visible y al alcance de tus jugadores
Capítulo II: La Emboscada de los Kobolds. Donde existe un 60% de posibilidades de que 1d10+5 Kobolds embosquen a los personajes en la sección de camino B2 para robarles las joyas mágicas que transporta el que creen que es el Sumo Sacerdote del Templo de Elune.

No concedas dotes al azar
Ese momento en el que en mitad de un glaciar, a tu jugador se le ocurre que su personaje quedaría más molón si se hiciera amigo de un elemental de tierra y se compra la dote "Aliado elemental" y se pasa buscándolo las siguientes 3 sesiones de juego mientras te golpea con el manual en la cabeza y grita "¡Dame a mi amigo o devuélveme mi dote!", ese.

Si algo va a salir mal, haz una señal o algo... no se, ¿tan difícil es?
- Queremos ver a tu jefe.
- Yo soy mi propio jefe.
- Vamos, no me vayas de listillo. Llévanos hasta tu jefe.
- Yo soy mi jefe.
- Mira tío, no tengo tiempo para tontadas. Llévanos hasta tu jefe o me lío a tiros aquí y no se salva ni el apuntador.
- Os lo estoy diciendo, ¡yo soy mi jefe!
- Vale, tú lo has querido (sacando el arma; una orgía de muerte y destrucción se monta en un instante)
Los personajes, al entrar en la guarida de los malos constatan, no sin cierta sorpresa, de que el de la puerta tenía razón. Era su propio jefe.

Evita el momento "Frases Memorables"
Corres el riesgo de que en todas las demás descripciones que hagas, te pregunten siempre lo mismo:

- Y veis que hay un pequeño ventanuco en vuestra celda, al que se puede acceder por esa pequeña escalera.
- ¡Eh! ¿Una escalera? No me habías dicho nada antes de esa escalera. ¿Es normal? ¿Tiene algo de especial? ¿Tiene pinta de estar ahí desde siempre?
- Pues la verdad es que si, de hecho parece que hayan fabricado el castillo alrededor de esa miserable construcción de roca viva. Parece que puedas oír cómo dijeron "eh, mira, una escalera. Vamos a construir un castillo a su alrededor".

Y por último...

Si uno de tus jugadores quiere ponerle nombre a su arma, ¡déjale hombre!
- Y a ti te conceden el arma del caudillo que has derrotado como recompensa.
- Genial, creo que le pondré nombre. Se lo merece pues ha hecho una gran labor.
- ¿Y como la llamarás?
- Yrch Maegovanen, Bienvenidos orcos. Creo que define muy bien la finalidad del arma y lo que pienso hacer con ella.
- ??!?!?!!





lunes, 6 de agosto de 2012

Lost in Translation

Hoy, en la sección "Anécdotas Roleras de Ayer y Hoy"... ¡D&D 3.0!

Rothenebelgor, el semiogro, empujó la pesada losa del altar de un semidiós olvidado, dentro de las catacumbas sagradas de los cultores sectarios que lo adoraban. Con un sonido atronador, la losa cayó al suelo entre una nube de polvo. Farellian la maga, observaba no sin cierta aprehensión el altar abierto preguntándose si no le habría parecido oír un agudo aullido al caer la tapa mientras calmaba con unas palmaditas en el lomo a Sigfrido, su pequeño diablillo familiar. Gornuth, el enano, observaba con cierta incredulidad el altar; habría esperado algo mucho más importante que un puñado de telarañas, oro quizá, joyas puede, al menos un objeto mágico de nivel +1 o superior. El mediano ladrón, cuyo nombre se pierde en la inmensidad del tiempo, sencillamente observaba la escena con gran interés desde detrás de su piedra. Fritz, el arquero drow de inclinaciones afables y cantarinas, observaba junto a Roth, apoyado en su arco.

- ¿No se, no crees master que nos merecemos algo más?
- A mi no me mires, yo sólo soy el que dirige la partida.
- ¿Qué hay dentro, oh master?
- Roth, miras dentro... es lo que entiendo. ¿verdad? (el dado rueda). Creo que se te impone un tiro de salvación de voluntad, muchachote.
- Oh vaya, ¡recorcholis! Bueno, no os preocupéis, tengo una bonificación de +0, no puede pasarme nada (el dado vuelve a rodar y sale lo que nos esperabamos todos).
- (Susurro, susurro, susurro en la oreja de Roth).

El semiogro introdujo la cabeza en el altar y aspiró hondo al ver que, a excepción de una araña no había nada mas, o eso creía él. Al incorporarse se llevó la mano a la cabeza, aturdido, mientras se sacudía ésta miro al grupo.

- ¿Qué te ocurre Roth? - dijo Farellian.
- Nah, no se... estoy como confuso - Dijo despreocupadamente.
- ¡Jajaja! Con Fuso dice, ¿y quién es Fuso? - añadió Gornuth, jovialmente.
- ¿Qué no me oís? ¡Estoy C-O-N-F-U-S-O!
- ¡Jajaja, para ya hombre!

Un segundo más tarde un tajo vertical de un gigantesco mandoble caía sobre Fritz, partiéndolo casi en dos. Sangre por todas partes, entrañas convertidas en extrañas. Un asco.

- ¡Oh dios mio, está confusooooo, confusoooo! - gritaron todos menos Rothenebelgor, el semiogro bueno.

Las galaxias están compuestas por una infinidad de estrellas que giran en torno a su centro. Estas galaxias giran en torno a otras galaxias y éstas, a su vez, lo hacen alrededor de otras. Esas estrellas tienen (o no) pequeñas rocas girando a su alrededor. Estas pequeñas rocas son, en ocasiones, el hogar de vida inteligente (o no) y en aún más contadas ocasiones, de civilizaciones avanzadas (o no). La historia de una civilización está escrita y desarrollada a partir de buenas o malas ideas, algunas más acertadas que otras. Una de estas civilizaciones podría ser la de los medianos. Esta raza, de afable comportamiento y agudos sesos pero de rechoncha complexión tiene sus buenas y malas ideas; sus ancianos han establecido unas pautas de comportamiento, un conocimiento de base para establecer una mínima supervivencia de su especie. Es de necesario cumplimiento para sus miembros, si estos quieren sobrevivir. Es de obligado conocimiento, si se quiere llegar a la edad adulta. Si nuestro mediano ladrón se hubiera molestado en leer sus reglas habría encontrado, perdida entre el montón más grande de ideas absurdas, exactamente entre "No es de caballeros hurgarse entre los dedos de los pies en la mesa, con más gente, mientras comes chocolate" y "Si vas a pedir una jarra de cerveza, que sean dos que yo también tengo sed":

Norma 654 (bis): "No te subas a la espalda de un puto semiogro armado con un mandoble tamaño XXXL y que es capaz de distinguir a amigos de enemigos"

Con un golpe certero e indoloro (bueno quizá sólo durante un momento), la cabeza del mediano salió despedida del cuerpo, en trayectoria parabólica. El mandoble de Roth silbaba al cortar el aire y el grupo de héroes, oh héroes nuestros, salió despavorido en direcciones opuestas. Gritos en la oscuridad. Respiración agitada. Sudor, temblores, ansiedad, maldiciones, juramentos. Aullidos victoriosos del semiogro...

(3 horas antes...)

- Master, eres un limitador, no me dejas hacerme el personaje que me gusta. No veo que hay de malo en hacerme un semiogro, con estadísticas de semiogro (total, sólo sumo +4 a su Fuerza, pero tengo otros penalizadores muy gordos), con un mandoble tamaño semiogro (son solo 3d6 de daño), bla, bla, bla...
- Calla, calla, a mi no me ha dejado que lleve la puerta que sale en la foto de mi personaje, para poder poner pose de maga maligna a mis enemigos; master, ¿te he enseñado ya mi puerta, y mis murcielagos? Mira mira, esta soy yo...
- Pues yo quiero hacerme un explorador elfo oscuro, bueno, que hay precedentes.

II - Cowboy de Medianoche

   La oscuridad llenaba el mundo de León. A pesar de que un zumbido permanente delataba la presencia de un neón encendido, era incapaz de ver absolutamente nada. Durante la guerra en El Salvador de 1997 le rociaron a él y a toda su división con bombas químicas. Muchos de sus amigos, compañeros de fatigas, camaradas desde hacía años, los más afortunados, murieron prácticamente en el acto. Otros, como él, sin embargo no tuvieron tanta suerte. Los gases corroyeron parte de su piel, les provocaron ataques espasmódicos o sencillamente dañaron irremediablemente sus mucosas. Su visión, entre otras cosas, fue decayendo gradualmente. Le aseguraron que perdería la vista en unos pocos meses, años a lo sumo si tenía suerte; y así fue.

   El Destino jugó sus cartas y, como perder la vista de golpe sería poco traumático a la larga, fue desvaneciéndose lentamente primero de un ojo y después de otro, en unos pocos meses quedó ciego más allá de toda esperanza. Sin embargo aún era válido para el ejército; y le quedaban 10 años de contrato. El ejército le ofreció la posibilidad de seguir viendo, así que León aceptó encantado. Sólo tenía que someterse a cirugía. Ya que sus ojos hasta llegar al nervio estaban completamente destrozados por la química tuvieron que reimplantarle todo un nuevo sistema. Dos enormes "ojos" cibernéticos, de los primeros de su clase, copia de un sistema soviético aún más voluminoso le tapaba la mitad superior de la cara. Era como si hubieran puesto sobre sus ojos dos pequeños cubiletes para los dados sujetos por una tira de titanio que rodeaba su cráneo, dejando un feo bulto allá por donde pasaba. Ser soldado no significaba necesariamente estar guapo y eso a León, por esos momentos, no le importaba.

   El zumbido del neón llenaba todo y con el tiempo llegó a hacerse molesto aunque no sabía si realmente si esto se debía a que los calmantes estaban dejando de hacer efecto o si llevaba demasiado tiempo ahí. Intentó incorporarse, pero no pudo levantar la cabeza, que debía aún tener sujeta. Al intentar mover sus brazos notó que debía estar atado también, que se hubieran tomado tantas molestias por mantenerlo sujeto no dejaba de ser preocupante pero en el fondo sabía que debían hacerlo, todo era por su bien, pero el tiempo pasaba lentamente y el encontrarse incapaz de hacer nada lo estaba poniendo nervioso; los nervios fueron los que acabaron con su carrera en el ejército.

   Tras la operación regresó a su antigua compañía, sus amigos (los que sobrevivieron) estaban allí esperándole. Gracias a la rudimentaria, pero precisa nueva óptica, era capaz de acertar entre los dos ojos a un mosquito a quinientos metros de distancia sin ayuda de  teleobjetivo alguno. Ser de nuevo útil, aunque fuera para el ejército, le hacia sentir bien. Todas sus misiones terminaban con éxito. Era el primero entre sus compañeros, que ya no sus iguales, puesto que él se encontraba en otra escala. Utilizaba su tiempo libre para trabajos por cuenta propia. Pequeños encargos que le dejaban una sustanciosa cantidad de dinero, tanto más daba en América, Europa o Asia. Llegaba, extraía o liquidaba a su objetivo y se marchaba antes de que alguien empezara a realizar preguntas incomodas. Entonces empezaron los temblores.

   'Todo experimento tiene sus riesgos.' Le dijeron los doctores, si no retiraban el implante corría el riesgo de sufrir un colapso neurológico irreversible. Podría quedar vegetal de la noche a la mañana para el resto de su corta vida, pues el ejército no pagaría por mantener a un vegetal para siempre. Así que lo volvieron a llevar a la mesa de operaciones y allí le extrajeron los implantes. Tal como le fue concedido de nuevo el don para ver se le arrebató. Una vez el post-operatorio concluyó lo licenciaron, lo montaron en un avión con otras personas, aún con el vendaje en los ojos puesto y lo dejaron en tierra, en alguna parte, con lo puesto y una carta con la que le agradecían sus años de "fiel servicio". 'Hijos de puta', León se forzó a sonreír al recordarlo una vez más. 

   Ciego y con apenas dinero en metálico, sin saber donde se encontraba hizo lo que pudo. Se arrastró hasta una cabina y llamó a un taxi. Le pagó un extra para que lo llevara a un "carnicero" y una vez allí negoció un precio por una operación rápida, dos mil dolares por unos ojos de segunda mano; sin preguntas. Cuando despertó de nuevo, en un taxi camino a ninguna parte. Llevaba solamente lo puesto, una bata mugrienta y sus zapatos. Su rostro era tan grotesco que, cuando el taxista lo vio incorporarse a punto estuvo de estrellar su coche de la impresión. Se sentía la cara hinchada pero veía, o al menos tenía la sensación de que lo haría pronto, cuando el mundo a su alrededor dejara de ser una bruma lechosa, sin detalles, y dejara de oscilar. El taxista lo dejó frente a un edificio, en la lengua de la calle le dijo 'Ataudes Shin.' señalando al edificio, y esperó a que bajara torpemente. 'Desde luego que ese médico tenía un extraño sentido del humor.' Recordó pagar una noche en un cubículo con un billete sujeto por un alfiler que tenía sujeto en la bata. Hacía un millón de años de eso, pero lo recordaba como si fuera ayer. Oyó la puerta de la habitación abrirse un instante. Dos personas entraron. Uno de ellos, por su andar, debía ser casi un anciano. La otra olía a rosas. Fue el anciano el que habló primero.
   'Veamos... Leonard McEroy. Varón de 32 años. Vino por un injerto óptico, ¿verdad?'
   'Si...', dijo no sin cierta dificultad.
   'Bien, Gloria por favor, acerque el monitor. Dos injertos Kodak 210D, con sus complementos de la edición LuxuMerc, no escatima usted en gastos, ¿no es así señor McEroy?'
   'No es asunto suyo.'
   'No, desde luego, solo vengo a evaluar el éxito de la operación. Voy a conectarlo a un monitor para comprobar que el sistema este funcionando bien, si no le importa.'
   'Por favor, siéntese como en casa.'
   'Jeeje... genial, genial. Veamos que tal va esto.'
   Gloria introdujo una clavija en el conector de la base de su cráneo. El monitor comenzó a emitir una serie de pitidos. El anciano murmuraba para sí mientras Gloria, dejando un rastro de rosas tras de sí, se puso a su espalda. Al poco empezó a notar menos presión en su cabeza hasta que la sintió libre.
   'Todo parece normal, si... jeeje. Creo que ya está preparado, señor McEroy.'
   'Genial, empezaba a echar de menos mi casa.'
   'Es usted todo un bromista, ¿eh? Jeeje. Esta es la parte que más me gusta. ¡Hágase la luz!'
   '¿Eh?' fue todo lo que le dio tiempo a decir a León antes de que el dolor le cegara.
   León sintió como si hubieran encendido una televisión y el se encontrara dentro del tubo de imagen. Un dolor extremo le taladró el cerebro durante un instante, justo antes de que la imagen se fijara. El anciano estaba detrás del monitor, calibrando y ajustando la óptica; notaba como el brillo y el contraste cambiaban sutilmente; cómo los colores cambiaban de tonalidad. Vio como los huesudos dedos del anciano se movían frenéticamente, tecleando, ajustando niveles hasta que su visión fue, sencillamente, perfecta.
   'Es un buen trabajo señor McEroy, no me lo puede negar. Lo que ha pagado usted es calidad máxima. Felicidades, jeeje.'
   'No se olvide de comprobar los "extras" incluidos. Tienen una garantía limitada, la óptica sin embargo tiene una garantía de por vida.'
   'Lo haré en cuanto tenga la oportunidad, ¿donde está mi ropa?'
   'Por favor, sígame.' Gloria desconectó la clavija y lo llevó hasta la habitación contigua bajo la mirada del anciano.
   'Señor McEroy, ¿podría responderme a una pregunta?'
   'Depende'
   '¿Para que quiere un ejecutivo un sistema óptico completo LuxuMerc y una gabardina de kevlar?'

   León observó la ciudad a través de la ventana del vestidor. Más allá se encontraban los grandes edificios de las corporaciones; el centro de la ciudad, que brillaba como una supernova con millares de tonalidades. Dentro, la habitación olía a rosas. Se enfundó una manga de la gabardina y sonrió.

sábado, 4 de agosto de 2012

Una Tarde en el Circo

El enano recorría los pasillos nevados de la maltrecha fortaleza. El techo hace tiempo que desapareció y ahora tan sólo unos pedazos de piedra aquí y allá recordaban que alguna vez, hace muchos años, esa fortaleza había sido grande y majestuosa. Las paredes, que durante la primavera se cubrían de musgo y flores ahora no eran más que bloques de hierro. Gazhanalbazhur daba gracias a que llevaba una gruesa piel de yeti de las montañas para evitar congelarse, sin embargo no podía evitar tiritar a causa del frío. El vaho que salia de su nariz y boca, hasta de sus oídos mientras se concentraba en oír hasta el más mínimo chasquido que pudiera delatar la presencia de un enemigo, hacía que su visión se tornara borrosa por un momento.

'¡Eh, aqui!', se escucho con un susurro poco más alto que el viento que soplaba.

Gazhanalbazhur giró sobre sus talones, un pasillo descendía levemente por debajo del nivel del suelo, zigzagueando unos pocos metros más adelante. Avanzó decidido camino abajo, seguido por una sombra que se movía por las paredes. La chica, de rudos modales procedentes de una juventud en la calle debido a una familia rota, seguía al enano embutida en su amplias calzas de lana y abrigo basto de pieles empuñando sus Kamas apenas dejando unas pequeñas huellas tras de sí.

Gazhanalbazhur bufaba a cada paso que daba, apretando cada vez más su gran hacha hasta que sus nudillos se pusieron blancos bajo los bastos guantes de pieles y anillas. A cada paso que daba, sus cortas piernas se hundían en una nieve cada vez más blanda, hasta que dar un paso suponía un esfuerzo considerable.

'¡Eh, quieto ahí, no te muevas!', volvió a repetir la misma voz con un tono similar al de un susurro.

El enano se encontraba al final del camino, un pozo que habría pertenecido a cualquier torre de la fortaleza y que ahora estaba cubierto, varios metros por encima de sus cabezas, por una capa de hielo quebradizo. En su centro, un montón de nieve reciente con una forma vagamente familiar, se movía lentamente en dirección a Gazhanalbazhur. Cuando pudo fijarse, vio cómo el montón de nieve era su amigo, el pequeño clérigo svirfneblin, que había caído irremediablemente unos minutos antes por ese agujero de más arriba.


'¿Qué demonios haces? ¿Se puede saber qué haces ahí, por que no te has movido?', gruñó el enano.
'El suelo'
'¿Qué le pasa al suelo?'
'¿No lo notas? Se mueve'
'¡Huum... paparruchas! (NdN: me encanta esa palabra)
'Calla, no hables tan alto...'

Un estallido de nieve empujó hacia adelante al clérigo haciéndole perder el pie por un momento. Los ojos de Gazhanalbazhur hacían juego con su boca, mientras veía erguirse en toda su plenitud un imponente dragón blanco.

El dragón agitó sus alas, mientras aseguraba sus cuatro patas sobre la nieve. Observaba a sus dos presas con sus ojos de esmeralda mientras resoplaba formando volutas de hielo sobre sus fosas nasales. Para sorpresa de nuestros héroes, el dragón no rugió, ni siseó si no que tan pronto fijó su blanco sobre el más pequeño de los dos, dirigió su aliento de hielo contra él. El clérigo svirfneblin se cubrió con su escudo mientras empuñaba su pequeña maza, que recibió todo el impacto y quedó convertido en un cubo de hielo de tamaño considerable; Gazhanalbazhur, mientras tanto, comenzaba a cargar torpemente sobre la nieve, aullando su grito de guerra, que rememoraba a sus ancestros.

'¡Pëkkisy Pôs, Pëkkisy Pôs!', gritó mientras cargaba hacia el monstruo.


Saltando sobre la cabeza del clérigo, dando una doble pirivuelta con triple tirabuzón, llegó ella. La joven monje cargó con la carencia de miedo que tienen aquellos que creen que alguien sea capaz de acabar con su vida. Una lluvia de golpes cayó sobre el dragón blanco que se saldó con una decepcionante escama blanca desprendida del torso de la criatura que, con un golpe de su zarpa atrapó bajo su pie a nuestra heroína.

Eso es todo lo que necesitaba Gazhanalbazhur: un descuido en sus defensas, un descuido fatal. Sujetando su hacha con ambas manos, saltó contra el cuello de la bestia y (¡Crítico, confirmado crítico, jódete máster de los coxones!) hundió su hacha tan profundamente en la carne que fue incapaz de sacarla usando su mismo impulso. En ese momento el dragón aprovechó y de un coletazo derribo a enanos, humanos y svirfneblins por igual mientras su buche se volvía a inflar preocupantemente. De un rápido zarpazo se arrancó el hacha enana, que salió despedida a varios metros. Su herida sangrante dejaba manchas carmesí por el suelo, como si de un aspersor se tratase mientras nuestros héroes se arrastraban, con sus cuerpos magullados y sus armaduras abolladas resoplando bocanadas de aire helado.

El dragón volvió a descargar su aliento sobre los héroes.

El enano, ágilmente, interpuso al svirfneblin entre el aliento y él, confiando en que su resistencia mágica natural lo salvaría de una muerte casi segura. A su vez, la monja, esquivó con una soltura inusitada el frío sólido del dragón. Mientras tanto, Gazhanalbazhur dejó a un lado a un atónito svirfneblin, que lo maldecía en alguna lengua marginal y cargó de nuevo contra el dragón, recogiendo su hacha por el camino.

'Ataquemos todos juntos', dijo la monja.
'Llegas tarde, ¡yo ya lo estoy haciendo!', dijo el enano mientras volvía a saltar sobre el dragón, ignorando cualquier tipo de estrategia.
'¡Mekâ goentüp uta-madre, Gazhanalbazhur!', maldijo en gigante el gnomo de las profundidades.

El dragón volvió a golpear con su cola, sin mucho éxito esa vez. Consiguiendo únicamente dar la espalda a nuestro intrépido grupo de héroes, que aprovecharon la coyuntura y desataron los más poderosos de sus ataques. La monja volvió a golpear innumerables veces al dragón con poco o ningún resultado mientras que el svirfneblin desató sus más poderosos conjuros, haciendo llover fuego sobre la criatura, que se debatía por impedir que el fuego divino la calcinara. Por su parte el enano, continuaba su raja-saja convirtiendo la escena en algo grotesco con mucha sangre y trozos de escamas saltarinas. Dejando al dragón maltrecho y agonizante. Fue entonces cuando ocurrió.

Una flecha. Un pequeño trozo de madera rematado en acero por una punta y plumas por la otra surcó el cielo yendo a clavarse en el codo de una de las patas delanteras del dragón que, incrédulo, se observó la herida durante un instante con ojos desorbitados mientras, inexplicablemente, caía muerto en el suelo. Tieso. Inerte. Cadáver. Fiambre. Difunto. Finitto. Kaput.

'¡Ja! Lo maté.', dijo el druida, apareciendo entre unas rocas.