viernes, 31 de agosto de 2012

De Mártires y Verdugos

El mugriento apartamento estaba en penumbra. Llevaba así desde hacía tiempo; desde que su mujer lo dejara por otro. La vieja televisión que le había prestado su viejo amigo Jack poco antes de morir en un tiroteo días antes de jubilarse reproducía un trillado CD de Superdetective en Hollywood. Eddie Murphy era el único en el que podía confiar, nunca le había faltado en sus peores momentos al igual que el Prozac. Ese maldito medicamento era jodidamente adictivo, los envases se amontonaban detrás de un sofá biplaza que no entendía muy bien para qué lo quería, si total, estaba solo. Habían pasado ya no sabía cuantos días desde su última visita al psiquiatra y se le estaba acabando la medicación. Tampoco le quedaba mucho dinero, en el cuerpo no lo querían desde hacía meses, cuando había dejado el coche patrulla olvidado en la vía del tren... con un sospechoso dentro.

Porque nadie más que él lo vio. La estrella roja en el cielo brilló con la fuerza de diez soles durante un momento y desde ese instante estaba allí. Suspendida de día y de noche contra un cielo azul o negro, daba igual, siempre estaba ahí. ¿No se supondría que al ser una estrella, debería moverse con las demás? Y luego estaba su vecino del final de la calle. Siempre le pareció un tipo extraño, pero últimamente veía algo en él que no era normal. Siempre le sorprendió que saliera de casa puntualmente tras la puesta de sol y volviera cuando estaba para salir. En ocasiones coincidió con él en los turnos de noche y por esa razón no reparó mucho en él. Pero la extraña costumbre de cargar sacos en su camioneta hizo que se preguntara REALMENTE por qué.

Hacía unas pocas semanas decidió averiguarlo. Se duchó y se arregló. Cogió su antiguo equipo de vigilancia y se puso a observar por la ventana, montó guardia puntualmente tras la puesta del sol y espero pacientemente a que su vecino saliera de casa. Tomó notas durante días para asegurarse de las horas de ida y venida del vecino hasta que un día decidido a pasar a la acción, recogió un puñado de herramientas y su arma reglamentaria y fue a la casa. Un lujoso chalet al final de la calle le esperaba con las puertas cerradas a cal y canto así como las ventanas. El barrio estaba en la más absoluta calma y tan sólo las luces de la calle lo acompañaban. Se acercó hasta la puerta delantera, sacó sus herramientas y con sorprendente facilidad abrió la cerradura mientras pensaba que no había perdido su "toque".

Se adentró en la casa y cerró la puerta tras de sí. Por suerte las ventanas tenían las persianas bajadas y las cortinas echadas, por lo que pudo encender con toda comodidad su linterna. Los muebles estaban impecables, demasiado. En la cocina, la nevera sólo tenía leche y pan; dio un trago a la leche y continuó buscando. Los fogones de la cocina, a pesar de ser de gas, estaban impolutos... como si no hubieran comido en ellos en mucho tiempo, o nunca. Subió hasta el piso de arriba y fue cuando oyó ruido, abajo. Alguien acababa de entrar y se había detenido junto a la entrada observando en la oscuridad. La silueta es todo cuanto se veía y nunca le había parecido tan amenazadora. Rígido y alto, escrutando en la oscuridad en busca de su presa sus ojos se encontraron; sí, sus ojos. Porque a pesar de la oscuridad de la casa, sus ojos brillaron, relampagueantes como los de un gato. Escuchó una voz en su cabeza, que lo instaba a salir. Sintió que no tenía nada que temer, y no temió en absoluto.

Se puso en pie y caminó hacia la figura. Sabía que lo que estaba haciendo no era juicioso pero iba avanzando lentamente hacia la puerta. Trataba de resistirse a cada paso, pero cuanto más cerca de él, más difícil era. Cuando se encontraba a unos pocos pasos pudo mirar por encima del hombro de la figura de su vecino y vio la estrella, pintada roja contra el cielo nocturno y volvió a mirar a su vecino. Sin embargo, su vecino ya no estaba allí, en su lugar un cadáver putrefacto había ocupado su lugar. Los gusanos se cebaban con su cuerpo y la había sitios donde la piel había desaparecido dejando lugar a una costra sanguinolenta y maloliente. Instintivamente sacó su arma y descargó siete tiros al cuerpo de su "vecino", que cayó al suelo a plomo. No podía creer que es lo que estaba pasando y aún menos el hecho de que ese cadáver andante se estuviera levantando. Agarró su palanca y golpeó la cabeza del muerto una, dos, tres veces hasta que literalmente explotaron cabeza y herramienta, que cayeron envueltas en llamas y metal fundido. «Esto es igual que en El Chico de Oro.» Se dejó caer y se sumió en un profundo sueño.

Cuando despertó ahí estaba de nuevo, de pié junto a la puerta, contemplándolo. «Un momento, no puede ser él. Éste es más bajo.» Cuando sus ojos se acostumbraron observó a un hombre de tamaño mediano y pelo escaso que daba frecuentes y ansiosos sorbos a su petaca. Olía a alcohol, él y su ropa, que se encontraba indudablemente en una temporada baja en cuanto a mantenimiento se trataba. Fuera, un coche con las luces encendías con alguien esperando en el exterior. -Bienvenido a mi mundo, Cazador - dijo, mientras le tendía una mano temblorosa por la bebida - No estás solo en esto ni tampoco estás loco, deja que te presente al resto...

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