martes, 8 de enero de 2013

PIM PAM PUM...

Tengo una pistola...
Pim Pam Pum
Que dispara sola...

Y con este alegre villancico proclamo formalmente el final de la época de vacaciones. ¡2013 ya! ¡Uf!, parece mentira que la tierra (y los EE.UU.) hayan cumplido ya 2013 años. Y con año nuevo, vida nueva y blog con lavado de cara (que no nuevo, porque es esencialmente la misma cosa) porque yo lo valgo.

He pensado algunos cambios que poco a poco iré implementando según me vaya viniendo la inspiración. Por un lado, los "relatillos" que voy colgando de manera más o menos frecuente (¡ja!, no me lo creo ni yo) los iré moviendo a una sección aparte para que lleven un orden lógico. Así que en la página principal la reservaré para otros menesteres, aunque cada vez que haya un capítulo nuevo lo mencionaré ahí.

Por otra parte, he pensado que ha llegado el momento de compartir otra de mis aficiones con vosotros así que en breve también abriré la sección "Plastilina y Recortables", donde pondré cosas custom de juegos de rol y mesa. Desde ahora os advierto que soy bastante malo en manualidades, pero ¡eh!...

En definitiva, voy a ir ampliando más y más lo que abarca este blog, por supuesto no dejaré atrás esas aventuras que nos hicieron llorar a tantos y reír a unos pocos (en ocasiones a mi).

Una vez más, me sale un post extremadamente corto, pero así soy yo.

jueves, 20 de diciembre de 2012

"Y el Verbo se Hizo Carne"

Y es que, no puedo leer las noticias de España... Pero bajo este título tan contundente está el recuerdo que me ha venido al leer la noticia de marras.

¿Nunca os habéis propuesto a crear vuestro propio juego de rol? Yo si, muchas veces. Pero eso me recuerda a la vez que, estando con mis amigos del Norte, bebiendo en mi casa, como de costumbre. A uno de ellos se le ocurrió la brillante idea de crear y comercializar un juego. "Mesías" o algo así quería llamarlo. Y es que la mezcla de alcohol y el brainstorming en mi grupo de amigos siempre ha sido una buena (o mala, según se mire) mezcla. El juego, creo recordar, iba sobre crearte un mesías de tu dios particular y formar un rebaño de adoradores y apóstoles; todo con tiradas de dados "d4" (todo muy simbólico). Todo era muy hilarante, nos reímos mucho. Como juego de rol no daba para mucho, pero ¡eh!, he visto juegos de tablero con un argumento mucho más apestoso; quizás con un enfoque diferente...

¡Más Alcohol, estamos creando!

Porque claro, todos somos unos angelitos y nunca hemos tenido ese día en el que nos hemos levantado valientes y con ganas de cambiar el mundo a tu alrededor; vamos, hacer que cada día cuente. Y ese día, decides que, para dejar huella, en lugar de jugar a rol lanzando dados, establezcas los niveles de dificultad con chupitos y como nota de originalidad añadas "el vaso de castigo", en el que mezclas lo primero que se te pase por la cabeza y lo utilizas a modo de comodín. Porque tú lo vales.

Nunca he visto a un grupo de jugadores más entregado a realizar las más difíciles tareas en pos de la aventura.

Tampoco he visto una partida durar tan poco... bueno, sí.

¡Cállate Máster, no nos Dejas Jugar!

Y es que hay ocasiones en las que tus jugadores están tan entusiasmados con la partida, con su personaje, con la compañía... que directamente deciden que la partida esta yendo demasiado bien como para que nadie, NADIE, ni tan siquiera el máster tenga derecho a joderla. Incluso me ha llegado a pasar, que la linea argumental que el jugador se monta por si solo es tan buena que he estado tentado a sentarme al otro lado de la pantalla en más de una ocasión para que me la siguiera narrando. Y lo que es peor, cualquier intento de interrumpir, más que nada para poder narrar lo que uno tenía pensado y tal... cualquiera, terminaba en abucheos. Qué "jodíos"...

Porque hablando de másters... bueno, esto lo dejo para otra ocasión.

viernes, 30 de noviembre de 2012

La Habitación Vacía (II)

II

   Despertó desnuda en su cama. Con la mirada borrosa, observó durante un momento la mesa de noche en su lado de la cama. En ella se encontraban los restos de la noche anterior: dos botellas de licor y un vaso a medio vaciar, un paquete de tabaco arrugado en un cenicero repleto de cerillas en el que también se encontraba la mitad de un envoltorio de un condón. Como si eso le hubiera servido para atar cabos, se giró lentamente sobre si misma hasta que vio a su compañero de cama. Intentó recordar quién era, cómo se llamaba, cómo era... pero debió ser una buena noche puesto que no recordaba apenas nada de lo que pasó. «Espero que al menos me lo pasara bien.» Él dormía profundamente, se había quedado las sabanas todas para él.
   Con un gemido se levantó de la cama y deambuló torpemente por su apartamento, en busca de alguna ropa que ponerse. Hasta que encontró algo medianamente limpio tuvo que recorrer la mitad de su apartamento y su estudio de pintura. Allí, debajo de algunas sabanas viejas que utilizaba para tapar los lienzos encontró su viejo pantalón de deporte que usaba para pintar. «Debería algún comprar algún día un armario... o más ropa.» Metió la mano en uno de los bolsillos del pantalón y rebuscó hasta sacar un cigarro arrugado que llevarse a al boca y medio desnuda observó la ciudad saboreando cada calada mientras intentaba hacer memoria de quién era su acompañante.
   Casi como si hubiera oído su pensamiento, él se revolvió en la cama. Cuando lo miró estaba ya sentado en la cama, con las manos en la cabeza. Lo observó en silencio, fijamente, durante largo rato sin decirle nada mientras él recogía su ropa y se dirigía al baño.
   - Dúchate en tu casa, tengo prisa -no tenía ganas de verlo-.
   - Pero, va a ser sólo un momento...
   - Llego tarde a una presentación, será mejor que te marches.
   - Está bien, ya te llamaré para quedar otro día -él, que aún no se había terminado de vestir cuando salió, dio un portazo tras de sí-.
   «Cuando me pidas el número de móvil, imbécil.»
   La lluvia no amainaba y tampoco parecía tener intención de hacerlo en los próximos minutos. Con una infinita pereza tuvo que forzarse a arreglarse. Su representante estuvo muy convincente la última vez: «no estás en situación de ser tan excéntrica, sigue así y terminarás exponiendo tus cuadros en WalMart.» Así que tenía que ir hoy, dejarse ver un poco, quizá hablar con alguno de los visitantes y se podría marchar. A fin de cuentas, esos muertos de hambre nunca le habían comprado un cuadro.
   Rebuscó entre su ropa alguna prenda que aún pudiera pasar por limpia, se peinó, maquilló y buscó otro cigarro. Salió a la calle, bajo la lluvia esperó a que un taxi se dignara a pararse y fue hacia la galería que exponía, La Sheldon, junto al Central West End. Cuando llegó, no le sorprendió ver nada más que a una docena de personas mirando sus cuadros. Estaba empapada, de mal humor, y aún seguía sin recordar a quién se tiró anoche. Le dolía la cabeza. Sin embargo, haciendo caso omiso a éste, empezó a pasear por la sala, saludando a quién se dignaba a reconocerla. «Al fin y al cabo, mi foto sólo se encuentra colgada en la entrada a tamaño póster.»
   - ¡Por fin llegas, pero mirate! Deberías pasar adentro, arreglarte y parecer un poco menos... «mi representante, como siempre tan cariñoso.»
   René vino pavoneándose. Iba de punta en blanco, con su traje de ejecutivo elegante bicolor, su pelo teñido y sus gafas de espejo conseguía ser el centro de atención casi tanto o más que sus propios cuadros, que ya de por sí reunían una serie de imágenes de una temática algo más que controvertida.
   - Que te den, -lo miró un instante- suficiente tengo con haber venido. Hoy no era el mejor día...
   - Claro... ¡claro! Hoy no era el día para la señorita... La inauguración no era el mejor día para usted, ¡por supuestos! Por cierto, podrías haber dicho que pensabas cambiar algún cuadro en el último momento. Y este último, es tan... poco tú.
   - Yo no he cambiado nada, ¿de qué cojones me hablas?
   - Ya, pues tu me dirás, si no es tuyo debe ser de alguno de esos artistuchos del tres al cuarto que intentan conseguir reconocimiento a costa de otro. Bueno, no te preocupes que ordenaré quitarlo.
   - ¿Dónde está?
   - ¿El qué?
   - El cuadro, qué va a ser.
   - En la siguiente sala, no tienes más que acercarte al grupo de gente que lo está mirando.
   Kate fue de inmediato, con más curiosidad que rabia. No le sentaba nada bien que un "cualquiera" estuviera recibiendo más reconocimiento que ella en su propia exposición, aunque la gente creyera que el cuadro era realmente suyo. Cuando llegó a la altura de la obra al menos una veintena de personas estaban observándola.
   Sabía perfectamente que el cuadro que debía estar allí no era otro si no un paisaje extraído de su infancia, de los terrenos que rodeaban su casa. Por supuesto, había dado su toque especial y todo era mucho más lúgubre, de tonos apagados. No era capaz de expresar alegría desde hacía mucho, mucho tiempo. Su terapeuta le pidió que intentara sacar de su interior toda esa oscuridad, y la plasmara en dibujos.
   Esta obra, aunque guardaba similitudes con las de ella, era distinta. Y por supuesto no la había pintado ella. Sin embargo era extrañamente familiar: una habitación de paredes y suelo desnudas que como único mobiliario mostraba una bombilla colgando del techo y una puerta que permanecía cerrada. No había marcas en las paredes, suelo o techo, que apenas estaban delimitados por una línea tenue. La puerta, sin embargo, lucía desgastada y vieja. Con raspaduras en la pintura aquí y allá. Le costó sólo un instante el reconocerla y tan sólo un poco más en reconocer el culpable de todo.
   Sacó su teléfono y llamó a su hermano.
 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

VI - Escoria Callejera


Ha pasado ya un tiempo desde la ultima actualización, ¿eh?

*  *  *

   Con un tintineo, la bala cayó en la bandeja metálica del carnicero. En la destartalada habitación de la clínica sólo había una camilla, un monitor de constantes vitales, un armario con medicamentos y material quirúrgico, un viejo ordenador y una vieja radio Braun, que en esos momentos reproducía algún programa en Coreano. Un frío casi glacial llenaba la sala y la única fuente de calor era la lámpara de la mesa de operaciones. El cirujano callejero o carnicero, como llamaban en la calle a los de su clase, se llamaba Hin y era un viejo conocido de años atrás. En años le había ayudado curando heridas que en cualquier otra clínica u hospital habrían causado más que una pregunta molesta. Le había devuelto el favor llevándole "materias primas" para sus injertos o trasplantes, con el dinero por delante, ambos eran hombres de negocios.
   El cirujano rondaba la cincuentena y a pesar de las gafas de incontables aumentos su mano era firme y sus movimientos certeros. Perdió todo resto del vello corporal en algún accidente antes de que León y él se conocieran y en su lugar quedaban las marcas de quemaduras en la cabeza y cara; no sabía si el resto del cuerpo estaría en las mismas condiciones. Llevaba un batín amarillento con manchas y solía mascullar entre dientes en su coreano natal mientras llevaba a cabo sus operaciones. León había pensado alguna vez, divertido, que era algún tipo de oración por si la nano-cirujía no era suficiente.
   'Bueno, como nuevo. Tuviste suerte que las demás balas las detuviera el abrigo, eso si, bonitos agujeros te ha dejado.', dijo mientras señalaba con una mano enguantada a las pertenencias que había dejado León al entrar en la sala. 'Tu amiga se está recuperando en la otra habitación, le he traído ropa; a saber de quién será, pero le valdrá.'
   'No es mi amiga', se apresuró a decir León.
   'Ya... bueno, pues tu no-amiga tiene un problema que me gustaría mostrarte.' León se vistió y acompañó al cirujano hasta el despacho del carnicero, que no era más que una habitación con una mesa y un terminal de ordenador donde se mostraba en la pantalla un escáner de la cabeza de alguien.
   'Tu amiga...', miró de reojo a León, 'llegó como sabrás, inconsciente. Al conectarle los monitores observé que tenía una actividad cerebral... inusual. Lleva instalado un paquete neuronal de lujo con unos pocos chips RPART MRAM, además de un controlador Interface de última generación, parece que tu chica era asidua usuaria de La Red e hija de alguien con dinero, es lo que le ha salvado.'
   '¿Salvado de qué? Y no es mi amiga ni mi chica...'
   'Pues de quedar hecha un vegetal... o de morir. Tiene instalado un pequeño hijo de puta en su cerebro que la mantiene "en marcha"; emite radiación electromagnética que mantiene su red neuronal funcionando, a unas frecuencias a veces muy altas y en otras ocasiones muy bajas... debería estar "frita", en estado de coma. Mira.'

   Hin le mostró una imagen a León en el monitor de la terminal de ordenador. La silueta de una cabeza apareció recorrida por una serie infinita de lineas luminosas que se entrecruzaban entre sí. En la parte trasera de la silueta, a la altura de la base del cráneo, un rectángulo luminoso destacaba entre la maraña de hilos brillantes. 'Eso de ahí es de lo que te hablaba', dijo Hin. La imagen cambió a un modelo de colores rojo y azul. 'Y esto representa el flujo de energía. Sea lo que sea eso se está "alimentando" de los impulsos eléctricos de su cerebro y los está redirigiendo a otras zonas específicas de su cabeza. Sin embargo, la demanda de energía es tan alta que el sistema es insostenible si no desconectan otras partes del sistema. No se si me sigues.'
   'No.'
   'Vómitos, temblores, desvanecimientos, pérdidas de memoria y de las funciones psicomotrices, coma irreversible o muerte... a corto o medio plazo.'
   'Me encanta cuando te pones romántico. ¿Y cómo está?'
   'Compruébalo tú mismo, la he dejado en la habitación del fondo del pasillo, sedada.'

   León salió de la habitación y entró en la sala del final del pasillo cómo le había dicho Hin. En el centro de la habitación, tumbada sobre la camilla, inconsciente, se encontraba esa extraña a la que había salvado hacía apenas unas horas. ¿Pero salvado de qué? ¿Qué es lo que realmente le llevó a defenderla de esos tipos? León se sorprendió a sí mismo haciéndose esas preguntas; intentando averiguar qué había pasado.
El monitor pitaba al ritmo de sus constantes vitales y la observó dormir durante un rato. Mientras tanto, Hin atendía en el exterior a algún nuevo cliente. «Vamos viejo», pensó, «intenta hacer memoria de por qué te has metido en este jaleo.» Sólo recordaba su voz en la cabeza rogándole que la ayudara y al momento tenía las manos manchadas de sangre. «Esa no era la manera. No te conozco, no se quién eres ni me importa quién seas. No me busco problemas y mucho menos, gratis.» Sintió su respiración pausada y se quedó en silencio un rato.
   El vello de la nuca se le erizó cuando oyó los gritos en el exterior. Serenamente evaluó la situación y concretó que fue sólo se encontraban Hin y una persona más, con lo que echó mano a su pistola, a la que previamente conectó el sistema de arma inteligente a través de los cables de interfase; un sistema que, a pesar de ser antiguo por lo engorroso de llevar un cable, siempre le pareció más fiable que cualquier otro sistema por radio. Sacó su pistola y salió.
   En la recepción se encontraba Hin, sangrando por una enorme brecha en la cabeza que, al parecer le había ocasionado el despojo humano que se encontraba ante él. Un escuálido espécimen humano, huesudo y pálido, que llevaba una camisa sin mangas que dejaba sus brazos al descubierto; uno de ellos era un injerto cibernético que goteaba sangre de un extremo. Debía ser de alguna tribu punk, como delataba su pelo de punta, teñido con lo que parecía pintura cromada para coches, unos desgastados pantalones vaqueros pegados y unas botas de trabajo, abiertas que le otorgaban la apariencia de un muñeco de palo.
   El chaval no le habría durado ni un instante a León, de no ser porque se encontraba agazapado en una esquina de la habitación, con ambas manos en la cabeza, gritando de forma histérica y temblando. Olía extraño, y rápidamente se fijo en que provenía de el muchacho, se había meado encima.
   '¡Eh, pero que ostias estás haciendo!', dijo mientras se dirigía hacia Hin, que continuaba inconsciente.
   '¡Haz que pare, mi puta cabeza me duele!, dijo mientras pataleaba revolviéndose por el suelo, arrollando sillas y otro mobiliario mientras dejaba un rastro de orina.
   León se tiró sobre él, con el arma en la mano y comenzó a forcejear. Tardó apenas unos segundos en inmovilizarlo en el suelo, aunque aún se debatía por escapar con las piernas. Dejó suelta la mano del arma para forzar al muchacho a bajar las manos de la cara y obligar a mirarle. Lo que vio fue desagradable: un río de venas hinchadas partía de sus ojos y cruzaba un lateral de su cabeza, sangraba por los lacrimales y por algunos puntos donde la piel había cedido a una tensión irreal bajo la piel. Los ojos parecían haber hervido en sus cuencas y sólo había dos orbes ensangrentados en su lugar. No paraba de gritar. Gritaba y ardía por la fiebre.
   Quemaba al contacto, «demasiado caliente.» Unas ampollas empezaron a recorrer su cara, explotando casi al instante, dejando marcas ennegrecidas en su lugar. León se apartó lo más rápido que pudo justo antes de que la cabeza del pobre chaval ardiera seguida del resto de su cuerpo y ropas.
   El muchacho dejó de gritar.
   Los aspersores comenzaron a apagar el fuego y la alarma de incendios empezó a sonar incesante. León se giró a Hin, que respiraba débilmente y se agachó para comprobar más concienzudamente cómo se encontraba cuando oyó unos chapoteos detrás de él. Apoyada contra una de las columnas de la sala se encontraba la muchacha, con el camisón de la clínica y la mirada fija en el suelo. Empapada y tan delgada que parecía a punto de partirse, aún más frágil ahora que cuando la encontró hacía unas horas.
   'Él no quería pegarle a tu amigo, Hin', levantó la cabeza y clavó una mirada vacía en León; continuó mirándolo durante una eternidad con esos ojos de color relámpago.
   León recogió a Hin del suelo y pasó junto a ella, mirándola con desconfianza. Abrió de un empujón la puerta de la pequeña sala que estaba a espaldas de la Rachael y dejó a Hin en una camilla. Rachael apareció de nuevo y observó la escena. León permaneció de espaldas un rato, atendiendo la herida de Hin sin saber que decir a la muchacha, hasta que ella empezó.
   'Quería darte las gracias por sacarme de allí antes.'
   'No pasa nada', León continuaba de espaldas sin mirarla.
   'No lo creo, pero aún así, gracias... no esperaba que alguien como tú...'
   'Que alguien como yo, ¿a qué te refieres?', León se giró hacia Rachael. '¿Por qué no hablamos de lo que alguien como tú hacía en ese callejón? Mi experiencia me dice que lo normal es que cuando una muchachita como tú cae por una ventana de un décimo piso, atravesando veinte centímetros de cemento a su paso y estrellándose contra el suelo no sobrevive. ¿Qué me dices a eso?'
   Rachael lo miró atentamente, como si no recordara a ciencia cierta qué ocurría ahí.
   '¡Bah! da igual. Deberías buscar a alguien de tu familia, decirles que estás bien y largarte de aquí cuanto antes.'
   'No tengo familia. Mi padre es Ernest Gibbons, auque ya no importa porque está muerto. Los hombres que mataste, eran los suyos. Y ya hay alguien buscándome, aunque no sólo es mi padre... y a ti también te quieren.'
   '¿A qué coño te refieres? ¿Ernest Gibbons? ¿Y cómo sabes todo eso?'
   'De la misma manera que se que Kurt no quería hacerle daño a tu amigo Hin. No era mal chico, sintió mucho lo que le hizo a Hin, pero no durante mucho tiempo.'
   León se quedó pensativo durante un momento, inmóvil. Hin gruño en la camilla y esto lo sacó de sus pensamientos.
   'Creo que se te falta algún tornillo y no entiendes bien lo que ocurre. No hay nadie persiguiéndonos, ni siquiera saben donde estamos.'
   'Estás en lo cierto, aún no lo saben. Aunque me están buscando. ¡Todo suena a que es algo de locos, lo se! Pero créeme, algo me dice que están cercándonos. Veo... siento... que están cerca.' Un fino hilo de sangre se deslizó de su oído y a Rachael se le aflojaron las piernas tanto que estuvo a punto de caer. Se volvió hacia Hin, que aún estaba tendido en su camilla. 'Hin, actualizaste los implantes de Kurt hace unos días, ¿verdad?'
   '¿Eh? Si, una mejora en el sistema neurológico. El chaval podría parecer escoria callejera, pero su padre tenía dinero y le pagaba algunos caprichos de vez en cuando. Por supuesto, no todos lo que se instalaba era bajo la supervisión de su padre... ni legal.'
   '¿Qué le instalaste?', quiso saber León.
   'Un procesador acelerador de redes sinápticas', Hin se incorporó con una mano en la herida, 'en teoría debería hacer que los chips RPART MRAM funcionaran a una mayor frecuencia y, en defenitiva, proporcionaran más rendimiento.'
   '¿Quién te vendió eso?', León miró con inquietud a Rachael.
   'Uno de mis contactos, alguien del ejército "dejó caer" un cajón con un montón de esos chismes de camino a algún lugar de pruebas y quiso hacer negocio con eso. Dijo que había vendido unos cuantos sueltos y había sido todo un éxito, que se lo quitaban de las manos. Por supuesto omitió todo lo referente a la psicosis.'
   'Por no hablar de la tendencia a la auto-inmolación.'
   '¿Qué?'
   'Es una larga historia', se León volvió hacia Rachael. 'Será mejor que te busque ropa que te quede bien. Vamos a hacerle una visita a un amigo.'
   Rachael asintió distraída. 'Hin, ¿puedes comprobar algo antes de marcharnos?'
 
   

viernes, 28 de septiembre de 2012

La Habitación Vacía (I)

Mmmm... otro juego que siempre me gustó fue Mundo de Tinieblas. La ambientación gótica y todo eso, con sus vampiros, sus hombres lobos, con sus hadas... bueno, eso... Había una historia que a mi me pareció muy interesante, sobre todo porque fue una de las que me tocó traducir para el malogrado libro de Distrimagen "Lugares Misteriosos": La Habitación Vacía. 


I

   El sonido sordo de sus pies al subir a toda prisa por las escaleras enmoquetada con los oídos taponados por el esfuerzo al correr por las escaleras hacia arriba y la respiración agitada por el cansancio convertía en algo lejano los gritos de su padre que, borracho, tropezaba con los escalones mientras agitaba el puño en alto, amenazándoles con darle una paliza. Rápidamente llegaron hasta el ático de la casa y la puerta, que a fuerza de falta de uso gimió mientras la abría y cerraban tras de sí. El sonido amortiguado de las maldiciones de su padre hacía parecer que el peligro estaba lejos, pero sabían que no podía tardar mucho antes de que su padre los encontrara allá arriba. El ático estaba repleto de viejos muebles y herramientas, arcones con ropa de otras temporadas y recuerdos de la infancia de sus padres. La luz entraba a través de dos claraboyas del tejado y hacía visible las nubes de polvo que revoloteaban a medida que andaban por la habitación.
   - No hay salida aquí.
   - Calla, ya se nos ocurrirá algo.
   - ¡No debimos entrar aquí, padre nos encontrará y nos pegará una buena tunda, como la otra vez, Kate!
   - ¡Chsst...! Relájate y busca algún sitio donde meternos.
   Buscaron entre los cajones y arcones, detrás de los muebles y bajo las mantas y fundas sin ninguna suerte. Los pasos de su padre, lentos y torpes se oían a través del suelo de madera dirigiéndose hacia las escaleras. No quedaba apenas tiempo antes de que entrara al ático. Y allí estaba.
   - Mira Kate, ¡por ahí!
   - ¿Una puerta, eso estaba allí todo este tiempo?
   - ¡Vamos adentro Kate!
   Rápidamente, sin pensárselo más, abrieron la puerta y entraron por ella. Cerrándola tras de si y, aún con la respiración agitada y entrecortada se pararon a escuchar atentamente cómo su padre entró en el ático y, avanzando torpemente entre los muebles susurraba, casi para sí «Salid de donde os escondáis malditos bastardos». Aterrorizados por lo que les esperaba no movieron un músculo temiendo a cada segundo lo que les esperaba. Su padre deambulaba por la habitación de al lado, buscando infructuosamente a los dos niños mientras Kate y Óscar, a oscura, deseaban que su padre se fuera. Pero ese momento nunca llegó. Su padre se marchó entre maldiciones, sin comprender qué ocurría allí y por qué no encontraba a sus hijos.
   Kate y Óscar tardaron aún un rato en salir, incrédulos por lo que había pasado. Abandonaron la habitación a oscuras y se adentraron de nuevo en el ático, con la mortecina luz del atardecer. Aún tardaron  un rato más antes de dejar el ático y bajar por las escaleras. Allá vieron, durmiendo en su cama, a su padre que había caído inconsciente finalmente mientras abrazaba a una botella. Se observaron un instante, como si supieran que hacer y regresaron al ático donde habían encontrado la habitación. En esta ocasión encendieron la luz y la vieron más atentamente: una habitación abuhardillada, de paredes y techo totalmente blancos, de suelo de listones de madera y una única bombilla como toda fuente de luz que en su extremo más alejado de la puerta, apenas había una separación entre suelo y techo de unos pocos centímetros. Estuvieron jugando el resto de la tarde y, cuando salieron de la habitación, su madre ya había llegado a casa y pudieron pasar el resto de la velada en paz.
   Fueron pasando los días y luego, semana tras semana, mes a mes, los dos hermanos pudieron encontrar lo que parecía ser un escondite perfecto. Pasaban horas en la habitación y, cuando necesitaban esconderse de su padre, permanecían en ella el tiempo que fuera necesario hasta que, llegado un día, cuando lo inevitable pasó. Su padre falleció, años más tarde les contarían que lo encontraron ahogado en su propio vómito a causa de una enorme borrachera. Tan sólo quedaron su madre y ellos, una familia feliz.
   Y la habitación quedó en el olvido.


jueves, 20 de septiembre de 2012

¿Quién puede matar a un niño?

(Dovahkiin... dovahkiin...)

La inmensa caverna convertía en poco más que hormigas a nuestro grupo de Héroes, más conocido como el Equipo de Demoliciones por sus más fervorosos seguidores y enemigos. Mago, monje, druida, guerrero y clérigo marchaban juntos. Encabezados por el impresionante enano, todo músculos y metal, de casi DOS METROS (sí, dos metros, dadle las gracias a tito Coco por encantar equipos con conjuros de agrandar permanente... eso es, dadle las gracias...). Las botas de la pesada armadura enana resonaban por toda la cueva mientras los demás componentes del grupo formaban dejando que la mole de metal hiciera de escudo viviente. Avanzaban decididos por un estrecho puente de piedra contra sus enemigos bajo una lluvia de flechas negras, bien esquivándolas, bien deteniéndolas con armas y escudos. Las retorcidas criaturas que alguna vez fueran orcos, disparaban con toscos arcos flechas impregnadas de un extraño icor humeante al tocar metal o piedra; para empeorar las cosas, el camino estaba cerrado por tremendas criaturas que en vida eran formidables: minotauros, hombres gigantescos, semiorcos hiper-hormonados en pleno proceso de putrefacción, con estómagos hinchados y mirada ausente, empuñando las armas más amenazadoras y de aspecto de lo más feroz y espumoso resoplaban y gruñían al sentir acercarse a los héroes.

Gazanalbazur saltó sobre una marea de flechas y acero al grito de sus ancestros «¡Pëkîsy Pös!» mientras el fuego divino lanzado por el clérigo caía sobre las cabezas de los orcos, calcinándolos. La monje saltó tras las espaldas de los monstruos que empuñaban hachas a dos manos y comenzó a rociarles con una lluvia de golpes mientras éstos se preguntaban qué estaba ocurriendo. Tan sólo cuando empezaron a sentir que les hacían daño reaccionaron. Las hachas empezaron a hablar, hundiéndose en carne y metal acompasadas por el gruñido y gemido de los monstruos, que comenzaron a separar a estos-nuestros-héroes. Allá donde golpeaban a las criaturas, las heridas se cerraban y cuando parecían que no podrían aguantar más daño, éstos se mantenían en pie. La lluvia de flechas enemigas se detuvo y los orcos comenzaron a cargar contra los héroes. Fue entonces cuando el auténtico baile comenzó. Maeve empezó a descargar sus flechas contra los orcos supervivientes y el clérigo vació sus reservas mágicas con los monstruos para derribarlos. Lentamente, uno a uno, fueron cayendo y cuando el combate parecía penosamente encauzado a la victoria de nuestro grupo oyeron el rugido más terrorífico que jamás habían oído acompañado con un batir de alas.

Un nuevo dragón se interponían entre ellos y su tesoro. Con una rápida pasada cubrió el camino que separaba el lago donde se refugiaba del puente, sujetó al a monja y regresó al lago, al agua, al fondo del todo. Lejos de devorar a la monje, el dragón decidió que verla morir ahogada era más divertido y, aprovechado su capacidad de aguantar indefinidamente bajo el agua sin necesidad de respirar, se limitó a sujetarla con sus garras y verla morir ahogada (NdN: ¡Ja, chúpate esa jugador, ¿a que no te esperabas eso? Esquiva esta inteligente treta, ¡sucia!).

Mientras tanto, arriba las cosas no estaban mucho mejor. Los valerosos héroes estaban arrinconados en su lado del puente mientras las grotescas criaturas no muertas cargaban contra ellos una y otra vez aunque cada vez menos numerosos gracias a los golpes de hacha y conjuros de nuestros variopintos amigos. Una montaña de cadáveres yacía frente a los héroes hasta que sólo quedaba el último de los cadáveres andantes, que lanzó un último y desolado ataque. Cargó mientras gritaba con su hacha alzada, lanzando espumarajos por la boca contra la linea impenetrable del enano que, para sorpresa de propios y extraños, decidió dejarlo pasar mientras recitaba un antiguo dicho enano.

'¡Bah! Que se encargue otro', dijo.
'Jajajaja, ¿qué podrá hacer? Animalico...', dijo el clérigo mientras se echaba también a un lado.
'Glub glub glub...', dijo la monje.
'Anda y que le focken...', dijo la druida, animada mientras se apartaba de la trayectoria de carga del monstruo, que por aquel entonces ya llevaba una trayectoria fijada en el mago.
'Já, ¡que me golpee si puede!', dijo el mago.

La criatura, más desconcertada que furiosa, dejó que su hacha describiera un amplio círculo en el aire. La hoja destelló un instante antes de que el pecho del mago se abriera en dos, algo poco sorprendente cuando piensas que delante tuyo hay un muerto viviente repleto de músculos y que ha demostrado tener más fuerza física y aguante que lo racionalmente aceptable.

'¡Ouch!', dijeron todos.
'Seh...', dijo el narrador mientras observaba la cara de consternación de los jugadores sin saber qué es lo que realmente esperaban.
'Glub glub glub...', dijo la monja.

Con un sutil golpe de mango del hacha, el no muerto voló por el borde del puente, contento de haber abierto una brecha en las líneas del enemigo y haber conseguido una herida más que grave a uno de ellos. El mago, sin preocuparse mucho de su herida, y de los orcos que lanzaban flechas al grupo, se acercó al borde del puente y preparó una bola de fuego de las que estaban entre su repertorio. La caverna se iluminó con la inmediata aparición de la esfera ígnea que impactó de lleno bajo los pies del grupo, en la superficie del agua del pequeño lago que hirvió casi instantáneamente y redujo sustancialmente su nivel, dejando al descubierto al dragón y la monja, que ya se habían hecho íntimos por aquel entonces.

El dragón rugió y lanzó a un lado a la monja, que se encontraba húmeda, muy húmeda... tanto, que sus turgentes pechos se entreveían a través de la túnica de fino lino que resaltaban sus onduladas, aunque duras y trabajadas curvas que...

El dragón...

Pues eso, el dragón salto para coger impulso mientras su buche se inflaba de algo que prometía ser doloroso. Sin pensarlo, mientras llegaba a su altura, el guerrero enano saltó contra el dragón y comenzó a hacer arrebolas en su gruesa piel. Mientras tanto, los valientes compañeros combatían a los restantes orcos o disparaban sus últimos conjuros y flechas contra el dragón, que... decepcionantemente, cayó muerto a los pies del puente.

Tras algo más de una hora de combate, el grupo de demoliciones salió ganando en el chiste una vez más. Montañas de cadáveres se pudrían rápidamente al perder las últimas de sus fuerzas que lo unían a su Señor. Y tranquilamente se dedicaron a recolectar su preciado botín. Sin embargo, un mal mucho mayor se retorcía en su guarida extra-dimensional. Algo que se arrastraba en las cuevas, más abajo. Mientras tanto, un eco resonaba entre las cavernas. Una voz que decía...

'¿Pero que mierda es esta? ¿Una espada vorpalina +1...?'

viernes, 7 de septiembre de 2012

V - Historias de la Calle

   «Ratas. Escoria. Vagabundos. Las calles están llenas de estos. Las fuerzas del orden no dan a basto para limpiar las calles de esta escoria. Lo que antes eran apartamentos de familias, trabajadores, honrados, están llenos ahora de putas, yonkis y chorizos de tres al cuarto que serían capaces de rajarte por un par de zapatos usados.» La berlina de lujo de Ernest Gibbons atravesaba las atestadas calles de la Ciudad Antigua. «El último barrio que quedaba de la anterior Night City, un estercolero donde incluso se llegaron a almacenar residuos radioactivos y donde ni tan siquiera las ratas se dignaban a vivir. Eso fue antes de que llegara Richard Night y creara Su Sueño. Quería demostrar algo y seguro que lo demostró: que tenía la polla mas grande de todos los grandes ejecutivos de los Estados Libres de Norteamérica. Vino con sus camiones cargados de cemento, casas prefabricadas, bulldozers... y echó abajo toda una pequeña ciudad, lo aplanó todo y plantó sus pequeñas casas unifamiliares a la orilla del Pacífico. Un remanso de paz, el Edén en la Tierra hecho realidad. Por supuesto todo muy bien cercado y con seguridad privada. Después vino todo lo demás: los apartamentos, la industria, los colegios, universidades, las corporaciones, el equipo de fútbol local... Desde luego que ese bastardo sabía como atraer el dinero. En poco más de diez años la ciudad estaba irreconocible, con grandes avenidas y jardines para los más ricos; pequeños parques infantiles y apartamentos familiares para los menos. Pero no pudo echarlo todo abajo, ni siquiera pudo impedir que los menos favorecidos, la escoria, construyera sus propias casas en los márgenes de la ciudad creando una ciudad alrededor de otra. Allá donde la seguridad corporativa o la policía no llegaban, se formaba un nuevo poblado que succionaba la sangre de las arterias de la ciudad, Su ciudad. Como muchos hombres buenos, son reclamados antes de tiempo, y Richard Night no iba a ser una excepción. Murió en su apartamento, la puta con la que estaba también murió. Alguien no muy inteligente decidió que robar en ese ático sería buena idea y se lió a tiros cuando vio que lo habían pillado, matando o hiriendo a mucha gente por el camino, entre ellos a Richard... una pena.»

   El conductor giró por una calle empinada y estrecha, sorteando coches abandonados, gente calentándose en  hogueras o niños jugando con una pelota mugrienta usando la fachada de algún edificio como portería. Estaba anocheciendo y en esa zona apenas había alumbrado en las calles. Ernest observó por largo rato a través de los cristales tintados de su berlina como la gente observaba su coche al pasar; algún perro perseguía el coche unos cuantos metros antes de darse por vencido. Llegaba tarde pero no le importaba, la gente importante siempre está ocupada y tener dinero no significa necesariamente tener educación; de todos modos, tampoco pensaba que a ella le importara que llegase tarde. El coche se detuvo delante de un garito del que salía un ruido tecno-gótico de algún grupo de los que estaban de moda. La puerta de la berlina se abrió a la vez que una chica salía del garito y entraba en el coche, cerrando la puerta tras de sí. Con un zumbido eléctrico, el vehículo se volvió a poner en marcha, dejando atrás la Ciudad Antigua.
   La chica, una muchacha nervuda y baja de piel pálida y cabeza rapada, vestía con un sobrio mono de combate oscuro que cubría con una chaqueta vaquera corta y botas de soldado. De aspecto falsamente duro; sabía que no tendría más de veinte años, pero una vida en la Ciudad Antigua vuelve de piedra a cualquiera: o matas por comida o mueres para que te coman. Desde la base del cuello sobresalía una serie de zócalos para chips que se perdían por debajo del mono. Uno de sus brazos era cibernético y no había tenido la necesidad de cubrirlo, así que la extremidad cromada resaltaba contra la ropa oscura de la chica. La pistolera sobaquera abultaba bajo su brazo izquierdo con lo que obviamente era un arma de gran calibre. La muchacha observaba fijamente por la ventanilla sin mirar a su acompañante, viendo pasar la ciudad frente a ella, conforme regresaban a la parte civilizada de la ciudad. Ernest sin embargo, la observaba, meditaba imaginando en qué estaría pensando, en la cantidad de trabajos que había realizado para él sin rechistar o realizar preguntas incomodas, en cómo una persona tan joven podría tener tal carencia de sentimientos. Cómo le afectaría ser más máquina que persona.
   'Tengo otro trabajo para ti', dijo finalmente. 'Dos personas: un hombre y una muchacha. El tipo parece ser de los duros. Va a ser lo más difícil. Necesito que me traigas a la chica viva y a ser posible de una pieza.' Le pasó un chip en una caja.
   'Claro, si no se resiste no debería haber más muertos de la cuenta.' Giró la cara hacia Ernest y recogió la caja, la abrió e insertó el chip en uno de los zócalos vacíos de su cuello; cerró los ojos. 'Vaya, un tipo grande. Ágil para su edad y sus músculos. Kerenzikov o Aratech, también es probable que lleve nudillos de acero implantados en las manos, las mandíbulas no suelen estallar de esa manera. La chica parece poca cosa... Vaya, veo que el tipo sabe como encajar los disparos. Será el triple de la tarifa habitual, por la manera de mirarme pensaría que o bien quieres desnudarme o la chica es muy valiosa para ti.' Sonrió.
   'Ejército de los Estados Unidos desde 1998 hasta 2008. Colombia, Cuba y México. Licenciado con deshonor por aplastarle la cabeza a tres mandos tras una incursión en la que su escuadrón fue reducido a pedazos, literalmente, por los bombardeos. No fue fusilado porque achacaron su actitud a los implantes. Mucha de esa mierda puede volverte loco,' la observó durante un momento como queriendo dar a entender algo, 'Debería haber sido internado en una institución psiquiátrica, pero tras la ruptura de los Estados Unidos  eso nunca pasó y salió indemne. Por lo que parece, vende su brazo a quien pueda pagarle por sus servicios. Ella, sin embargo... es mi hija y él la tiene ahora mismo, a saber que puede estar haciéndole en estos momentos.'
   'Voy a necesitar amigos para esto...'
   'Si me la traes de una pieza te daré cinco veces lo habitual a ti y tus amigos, no quiero testigos. Nadie que haya tenido contacto con ella debe saber que existe. Tendrás el adelanto habitual que ya está ingresado en tu cuenta, el veinticinco por ciento, nada más. Detén el coche.' La berlina se detuvo delante de un aparcamiento y la muchacha salió del vehículo.
   'Veo que me conoce bastante bien. Y en cuanto a lo de desnudarme...', y le guiñó un ojo. Un viento seco le agitó la ropa y Ernest sintió el aire cálido y metálico del exterior un momento antes de que la puerta se cerrara, ignorando su último comentario. El coche volvió a ponerse en marcha y unos instantes más tarde la mercenaria había quedado atrás, entre la multitud y puso rumbo a sus oficinas en el centro de la ciudad.
 
   La Torre Gibbons se alzaba en el centro de otra maraña de rascacielos que competían entre sí en altura y luminosidad. El grupo de edificios brillaba con grandes letras de varios pisos de altura que dejaban patente al resto de la ciudad quiénes eran. En ese lugar los grupos de seguridad de las corporaciones eran algo habitual. Patrullaban las calles en vehículos de todo tipo, desde vulgares camionetas hasta vehículos blindados con equipo antidisturbios. Incluso de vez en cuando los helicópteros y vehículos de empuje vectorial planeaban entre las torres asegurándose de que el espacio aéreo seguía estando limpio. Su berlina de lujo entró en uno de los grandes aparcamientos subterráneos para ejecutivos y en seguida subió hasta su despacho, situado en la última planta donde no había otra cosa. Era su segunda residencia, mitad oficina mitad apartamento pero por ahora tenía una reunión pendiente. Pasó frente al despacho vacío de su secretaria y abrió las puertas de su despacho. Lo vio sentado en su sillón, con las piernas sobre la mesa y fumándose uno de sus cigarros. Cerró la puerta con fuerza y el hombre que lo esperaba se puso en pie. Era un asiático trajeado, delgado y bajito, del montón. Su complexión, su cara, sus gestos no le decía nada pero se movía con la seguridad de un felino que rondara su presa.
   'Disculpe la intromisión, señor Gibbons. Estaba guardándole su sitio.'
   '¿Qué broma es ésta, quién es usted y qué hace aquí?'
   'He venido para charlar, señor Gibbons'
   '¿Charlar de qué, exactamente?'
   'Negocios, señor Gibbons. Yo tengo un negocio entre manos y usted tiene otro. Mis negocios y los suyos, aunque no lo piense así, están muy relacionados.'
   '¿De qué negocios habla?', se giró a la puerta y comenzó a alzar la voz para llamar la atención de su secretaria, 'Segurid...'
   'No, señor Gibbons,' y sacó una pequeña pistola de su chaqueta, 'no querrá hablar con la seguridad del edificio en estos momentos.' Señaló con la pistola a Ernest Gibbons. 'Biotoxinas, estaría muerto antes de llegar al suelo... y eso sería malo para mis negocios.'
   '¿Y qué es lo que quiere?'
   'Hacerle llegar un mensaje y preguntarle algo. ¿Dónde está la chica?'
   '¿Qué chica?', dijo sin permitirse dejar que su voz entreviera la menor sombra de preocupación.
   'Se olvida rápido de sus familiares por lo que veo, señor Gibbons. Rachael Gibbons, su hija, quizá sí recuerde su intento de suicidio...'
   'Gracias, no recordaba exactamente a quién se refería', dijo con el mejor tono irónico que pudo encontrar, 'mi hija sigue en estado de coma desde lo sucedido, así que no se qué es lo que quiere.'
   'Yo nada señor Gibbons, pero hay gente interesada en saber cómo es que anoche su hija fue capaz no sólo de despertar, levantarse de la cama y reducir a tres hombres armados después de estar más de un año en estado vegetativo.'
   'No se de lo que me habla.'
   'Mis clientes reclaman un material que le ha sido robado. Una "pieza experimental" dijeron. Ya sabe, no está bien robar señor Gibbons; sobre todo si es a su propia empresa.'
   'No tengo la menor idea de lo que me habla y no entiendo quién es la persona que le envía pero le aseguro que puedo mejorar su oferta, yo...'
   'No está cooperando señor Gibbons, justo como predijeron mis clientes y me temo que me debo a mis clientes', con un sutil movimiento del dedo disparó la pistola, en un instante un dardo apareció clavado sobre el pecho de Ernest, que cayó al suelo.

La habitación pareció dar vueltas frente a Ernest Gibbons, que veía todo a su alrededor distorsionado, borroso. La sombra de su agresor se cernió sobre él, había algo brillante en su mano y en la otra aún empuñaba su pistola de dardos. La boca estaba pastosa y apenas podía pensar.
   'Lamento haberle mentido señor Gibbons, prometo que será la última vez...', dijo en tono condescendiente mientras se arrodillaba ante el cuerpo paralizado de Ernest, 'pero lo necesito vivo, aunque le aseguro que pronto estará muerto... pero antes, unas preguntas van a ser respondidas...'
   'Mi hija...'
   'Todo a su tiempo señor Gibbons, todo a su tiempo.'