lunes, 6 de agosto de 2012

II - Cowboy de Medianoche

   La oscuridad llenaba el mundo de León. A pesar de que un zumbido permanente delataba la presencia de un neón encendido, era incapaz de ver absolutamente nada. Durante la guerra en El Salvador de 1997 le rociaron a él y a toda su división con bombas químicas. Muchos de sus amigos, compañeros de fatigas, camaradas desde hacía años, los más afortunados, murieron prácticamente en el acto. Otros, como él, sin embargo no tuvieron tanta suerte. Los gases corroyeron parte de su piel, les provocaron ataques espasmódicos o sencillamente dañaron irremediablemente sus mucosas. Su visión, entre otras cosas, fue decayendo gradualmente. Le aseguraron que perdería la vista en unos pocos meses, años a lo sumo si tenía suerte; y así fue.

   El Destino jugó sus cartas y, como perder la vista de golpe sería poco traumático a la larga, fue desvaneciéndose lentamente primero de un ojo y después de otro, en unos pocos meses quedó ciego más allá de toda esperanza. Sin embargo aún era válido para el ejército; y le quedaban 10 años de contrato. El ejército le ofreció la posibilidad de seguir viendo, así que León aceptó encantado. Sólo tenía que someterse a cirugía. Ya que sus ojos hasta llegar al nervio estaban completamente destrozados por la química tuvieron que reimplantarle todo un nuevo sistema. Dos enormes "ojos" cibernéticos, de los primeros de su clase, copia de un sistema soviético aún más voluminoso le tapaba la mitad superior de la cara. Era como si hubieran puesto sobre sus ojos dos pequeños cubiletes para los dados sujetos por una tira de titanio que rodeaba su cráneo, dejando un feo bulto allá por donde pasaba. Ser soldado no significaba necesariamente estar guapo y eso a León, por esos momentos, no le importaba.

   El zumbido del neón llenaba todo y con el tiempo llegó a hacerse molesto aunque no sabía si realmente si esto se debía a que los calmantes estaban dejando de hacer efecto o si llevaba demasiado tiempo ahí. Intentó incorporarse, pero no pudo levantar la cabeza, que debía aún tener sujeta. Al intentar mover sus brazos notó que debía estar atado también, que se hubieran tomado tantas molestias por mantenerlo sujeto no dejaba de ser preocupante pero en el fondo sabía que debían hacerlo, todo era por su bien, pero el tiempo pasaba lentamente y el encontrarse incapaz de hacer nada lo estaba poniendo nervioso; los nervios fueron los que acabaron con su carrera en el ejército.

   Tras la operación regresó a su antigua compañía, sus amigos (los que sobrevivieron) estaban allí esperándole. Gracias a la rudimentaria, pero precisa nueva óptica, era capaz de acertar entre los dos ojos a un mosquito a quinientos metros de distancia sin ayuda de  teleobjetivo alguno. Ser de nuevo útil, aunque fuera para el ejército, le hacia sentir bien. Todas sus misiones terminaban con éxito. Era el primero entre sus compañeros, que ya no sus iguales, puesto que él se encontraba en otra escala. Utilizaba su tiempo libre para trabajos por cuenta propia. Pequeños encargos que le dejaban una sustanciosa cantidad de dinero, tanto más daba en América, Europa o Asia. Llegaba, extraía o liquidaba a su objetivo y se marchaba antes de que alguien empezara a realizar preguntas incomodas. Entonces empezaron los temblores.

   'Todo experimento tiene sus riesgos.' Le dijeron los doctores, si no retiraban el implante corría el riesgo de sufrir un colapso neurológico irreversible. Podría quedar vegetal de la noche a la mañana para el resto de su corta vida, pues el ejército no pagaría por mantener a un vegetal para siempre. Así que lo volvieron a llevar a la mesa de operaciones y allí le extrajeron los implantes. Tal como le fue concedido de nuevo el don para ver se le arrebató. Una vez el post-operatorio concluyó lo licenciaron, lo montaron en un avión con otras personas, aún con el vendaje en los ojos puesto y lo dejaron en tierra, en alguna parte, con lo puesto y una carta con la que le agradecían sus años de "fiel servicio". 'Hijos de puta', León se forzó a sonreír al recordarlo una vez más. 

   Ciego y con apenas dinero en metálico, sin saber donde se encontraba hizo lo que pudo. Se arrastró hasta una cabina y llamó a un taxi. Le pagó un extra para que lo llevara a un "carnicero" y una vez allí negoció un precio por una operación rápida, dos mil dolares por unos ojos de segunda mano; sin preguntas. Cuando despertó de nuevo, en un taxi camino a ninguna parte. Llevaba solamente lo puesto, una bata mugrienta y sus zapatos. Su rostro era tan grotesco que, cuando el taxista lo vio incorporarse a punto estuvo de estrellar su coche de la impresión. Se sentía la cara hinchada pero veía, o al menos tenía la sensación de que lo haría pronto, cuando el mundo a su alrededor dejara de ser una bruma lechosa, sin detalles, y dejara de oscilar. El taxista lo dejó frente a un edificio, en la lengua de la calle le dijo 'Ataudes Shin.' señalando al edificio, y esperó a que bajara torpemente. 'Desde luego que ese médico tenía un extraño sentido del humor.' Recordó pagar una noche en un cubículo con un billete sujeto por un alfiler que tenía sujeto en la bata. Hacía un millón de años de eso, pero lo recordaba como si fuera ayer. Oyó la puerta de la habitación abrirse un instante. Dos personas entraron. Uno de ellos, por su andar, debía ser casi un anciano. La otra olía a rosas. Fue el anciano el que habló primero.
   'Veamos... Leonard McEroy. Varón de 32 años. Vino por un injerto óptico, ¿verdad?'
   'Si...', dijo no sin cierta dificultad.
   'Bien, Gloria por favor, acerque el monitor. Dos injertos Kodak 210D, con sus complementos de la edición LuxuMerc, no escatima usted en gastos, ¿no es así señor McEroy?'
   'No es asunto suyo.'
   'No, desde luego, solo vengo a evaluar el éxito de la operación. Voy a conectarlo a un monitor para comprobar que el sistema este funcionando bien, si no le importa.'
   'Por favor, siéntese como en casa.'
   'Jeeje... genial, genial. Veamos que tal va esto.'
   Gloria introdujo una clavija en el conector de la base de su cráneo. El monitor comenzó a emitir una serie de pitidos. El anciano murmuraba para sí mientras Gloria, dejando un rastro de rosas tras de sí, se puso a su espalda. Al poco empezó a notar menos presión en su cabeza hasta que la sintió libre.
   'Todo parece normal, si... jeeje. Creo que ya está preparado, señor McEroy.'
   'Genial, empezaba a echar de menos mi casa.'
   'Es usted todo un bromista, ¿eh? Jeeje. Esta es la parte que más me gusta. ¡Hágase la luz!'
   '¿Eh?' fue todo lo que le dio tiempo a decir a León antes de que el dolor le cegara.
   León sintió como si hubieran encendido una televisión y el se encontrara dentro del tubo de imagen. Un dolor extremo le taladró el cerebro durante un instante, justo antes de que la imagen se fijara. El anciano estaba detrás del monitor, calibrando y ajustando la óptica; notaba como el brillo y el contraste cambiaban sutilmente; cómo los colores cambiaban de tonalidad. Vio como los huesudos dedos del anciano se movían frenéticamente, tecleando, ajustando niveles hasta que su visión fue, sencillamente, perfecta.
   'Es un buen trabajo señor McEroy, no me lo puede negar. Lo que ha pagado usted es calidad máxima. Felicidades, jeeje.'
   'No se olvide de comprobar los "extras" incluidos. Tienen una garantía limitada, la óptica sin embargo tiene una garantía de por vida.'
   'Lo haré en cuanto tenga la oportunidad, ¿donde está mi ropa?'
   'Por favor, sígame.' Gloria desconectó la clavija y lo llevó hasta la habitación contigua bajo la mirada del anciano.
   'Señor McEroy, ¿podría responderme a una pregunta?'
   'Depende'
   '¿Para que quiere un ejecutivo un sistema óptico completo LuxuMerc y una gabardina de kevlar?'

   León observó la ciudad a través de la ventana del vestidor. Más allá se encontraban los grandes edificios de las corporaciones; el centro de la ciudad, que brillaba como una supernova con millares de tonalidades. Dentro, la habitación olía a rosas. Se enfundó una manga de la gabardina y sonrió.

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