viernes, 30 de noviembre de 2012

La Habitación Vacía (II)

II

   Despertó desnuda en su cama. Con la mirada borrosa, observó durante un momento la mesa de noche en su lado de la cama. En ella se encontraban los restos de la noche anterior: dos botellas de licor y un vaso a medio vaciar, un paquete de tabaco arrugado en un cenicero repleto de cerillas en el que también se encontraba la mitad de un envoltorio de un condón. Como si eso le hubiera servido para atar cabos, se giró lentamente sobre si misma hasta que vio a su compañero de cama. Intentó recordar quién era, cómo se llamaba, cómo era... pero debió ser una buena noche puesto que no recordaba apenas nada de lo que pasó. «Espero que al menos me lo pasara bien.» Él dormía profundamente, se había quedado las sabanas todas para él.
   Con un gemido se levantó de la cama y deambuló torpemente por su apartamento, en busca de alguna ropa que ponerse. Hasta que encontró algo medianamente limpio tuvo que recorrer la mitad de su apartamento y su estudio de pintura. Allí, debajo de algunas sabanas viejas que utilizaba para tapar los lienzos encontró su viejo pantalón de deporte que usaba para pintar. «Debería algún comprar algún día un armario... o más ropa.» Metió la mano en uno de los bolsillos del pantalón y rebuscó hasta sacar un cigarro arrugado que llevarse a al boca y medio desnuda observó la ciudad saboreando cada calada mientras intentaba hacer memoria de quién era su acompañante.
   Casi como si hubiera oído su pensamiento, él se revolvió en la cama. Cuando lo miró estaba ya sentado en la cama, con las manos en la cabeza. Lo observó en silencio, fijamente, durante largo rato sin decirle nada mientras él recogía su ropa y se dirigía al baño.
   - Dúchate en tu casa, tengo prisa -no tenía ganas de verlo-.
   - Pero, va a ser sólo un momento...
   - Llego tarde a una presentación, será mejor que te marches.
   - Está bien, ya te llamaré para quedar otro día -él, que aún no se había terminado de vestir cuando salió, dio un portazo tras de sí-.
   «Cuando me pidas el número de móvil, imbécil.»
   La lluvia no amainaba y tampoco parecía tener intención de hacerlo en los próximos minutos. Con una infinita pereza tuvo que forzarse a arreglarse. Su representante estuvo muy convincente la última vez: «no estás en situación de ser tan excéntrica, sigue así y terminarás exponiendo tus cuadros en WalMart.» Así que tenía que ir hoy, dejarse ver un poco, quizá hablar con alguno de los visitantes y se podría marchar. A fin de cuentas, esos muertos de hambre nunca le habían comprado un cuadro.
   Rebuscó entre su ropa alguna prenda que aún pudiera pasar por limpia, se peinó, maquilló y buscó otro cigarro. Salió a la calle, bajo la lluvia esperó a que un taxi se dignara a pararse y fue hacia la galería que exponía, La Sheldon, junto al Central West End. Cuando llegó, no le sorprendió ver nada más que a una docena de personas mirando sus cuadros. Estaba empapada, de mal humor, y aún seguía sin recordar a quién se tiró anoche. Le dolía la cabeza. Sin embargo, haciendo caso omiso a éste, empezó a pasear por la sala, saludando a quién se dignaba a reconocerla. «Al fin y al cabo, mi foto sólo se encuentra colgada en la entrada a tamaño póster.»
   - ¡Por fin llegas, pero mirate! Deberías pasar adentro, arreglarte y parecer un poco menos... «mi representante, como siempre tan cariñoso.»
   René vino pavoneándose. Iba de punta en blanco, con su traje de ejecutivo elegante bicolor, su pelo teñido y sus gafas de espejo conseguía ser el centro de atención casi tanto o más que sus propios cuadros, que ya de por sí reunían una serie de imágenes de una temática algo más que controvertida.
   - Que te den, -lo miró un instante- suficiente tengo con haber venido. Hoy no era el mejor día...
   - Claro... ¡claro! Hoy no era el día para la señorita... La inauguración no era el mejor día para usted, ¡por supuestos! Por cierto, podrías haber dicho que pensabas cambiar algún cuadro en el último momento. Y este último, es tan... poco tú.
   - Yo no he cambiado nada, ¿de qué cojones me hablas?
   - Ya, pues tu me dirás, si no es tuyo debe ser de alguno de esos artistuchos del tres al cuarto que intentan conseguir reconocimiento a costa de otro. Bueno, no te preocupes que ordenaré quitarlo.
   - ¿Dónde está?
   - ¿El qué?
   - El cuadro, qué va a ser.
   - En la siguiente sala, no tienes más que acercarte al grupo de gente que lo está mirando.
   Kate fue de inmediato, con más curiosidad que rabia. No le sentaba nada bien que un "cualquiera" estuviera recibiendo más reconocimiento que ella en su propia exposición, aunque la gente creyera que el cuadro era realmente suyo. Cuando llegó a la altura de la obra al menos una veintena de personas estaban observándola.
   Sabía perfectamente que el cuadro que debía estar allí no era otro si no un paisaje extraído de su infancia, de los terrenos que rodeaban su casa. Por supuesto, había dado su toque especial y todo era mucho más lúgubre, de tonos apagados. No era capaz de expresar alegría desde hacía mucho, mucho tiempo. Su terapeuta le pidió que intentara sacar de su interior toda esa oscuridad, y la plasmara en dibujos.
   Esta obra, aunque guardaba similitudes con las de ella, era distinta. Y por supuesto no la había pintado ella. Sin embargo era extrañamente familiar: una habitación de paredes y suelo desnudas que como único mobiliario mostraba una bombilla colgando del techo y una puerta que permanecía cerrada. No había marcas en las paredes, suelo o techo, que apenas estaban delimitados por una línea tenue. La puerta, sin embargo, lucía desgastada y vieja. Con raspaduras en la pintura aquí y allá. Le costó sólo un instante el reconocerla y tan sólo un poco más en reconocer el culpable de todo.
   Sacó su teléfono y llamó a su hermano.
 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

VI - Escoria Callejera


Ha pasado ya un tiempo desde la ultima actualización, ¿eh?

*  *  *

   Con un tintineo, la bala cayó en la bandeja metálica del carnicero. En la destartalada habitación de la clínica sólo había una camilla, un monitor de constantes vitales, un armario con medicamentos y material quirúrgico, un viejo ordenador y una vieja radio Braun, que en esos momentos reproducía algún programa en Coreano. Un frío casi glacial llenaba la sala y la única fuente de calor era la lámpara de la mesa de operaciones. El cirujano callejero o carnicero, como llamaban en la calle a los de su clase, se llamaba Hin y era un viejo conocido de años atrás. En años le había ayudado curando heridas que en cualquier otra clínica u hospital habrían causado más que una pregunta molesta. Le había devuelto el favor llevándole "materias primas" para sus injertos o trasplantes, con el dinero por delante, ambos eran hombres de negocios.
   El cirujano rondaba la cincuentena y a pesar de las gafas de incontables aumentos su mano era firme y sus movimientos certeros. Perdió todo resto del vello corporal en algún accidente antes de que León y él se conocieran y en su lugar quedaban las marcas de quemaduras en la cabeza y cara; no sabía si el resto del cuerpo estaría en las mismas condiciones. Llevaba un batín amarillento con manchas y solía mascullar entre dientes en su coreano natal mientras llevaba a cabo sus operaciones. León había pensado alguna vez, divertido, que era algún tipo de oración por si la nano-cirujía no era suficiente.
   'Bueno, como nuevo. Tuviste suerte que las demás balas las detuviera el abrigo, eso si, bonitos agujeros te ha dejado.', dijo mientras señalaba con una mano enguantada a las pertenencias que había dejado León al entrar en la sala. 'Tu amiga se está recuperando en la otra habitación, le he traído ropa; a saber de quién será, pero le valdrá.'
   'No es mi amiga', se apresuró a decir León.
   'Ya... bueno, pues tu no-amiga tiene un problema que me gustaría mostrarte.' León se vistió y acompañó al cirujano hasta el despacho del carnicero, que no era más que una habitación con una mesa y un terminal de ordenador donde se mostraba en la pantalla un escáner de la cabeza de alguien.
   'Tu amiga...', miró de reojo a León, 'llegó como sabrás, inconsciente. Al conectarle los monitores observé que tenía una actividad cerebral... inusual. Lleva instalado un paquete neuronal de lujo con unos pocos chips RPART MRAM, además de un controlador Interface de última generación, parece que tu chica era asidua usuaria de La Red e hija de alguien con dinero, es lo que le ha salvado.'
   '¿Salvado de qué? Y no es mi amiga ni mi chica...'
   'Pues de quedar hecha un vegetal... o de morir. Tiene instalado un pequeño hijo de puta en su cerebro que la mantiene "en marcha"; emite radiación electromagnética que mantiene su red neuronal funcionando, a unas frecuencias a veces muy altas y en otras ocasiones muy bajas... debería estar "frita", en estado de coma. Mira.'

   Hin le mostró una imagen a León en el monitor de la terminal de ordenador. La silueta de una cabeza apareció recorrida por una serie infinita de lineas luminosas que se entrecruzaban entre sí. En la parte trasera de la silueta, a la altura de la base del cráneo, un rectángulo luminoso destacaba entre la maraña de hilos brillantes. 'Eso de ahí es de lo que te hablaba', dijo Hin. La imagen cambió a un modelo de colores rojo y azul. 'Y esto representa el flujo de energía. Sea lo que sea eso se está "alimentando" de los impulsos eléctricos de su cerebro y los está redirigiendo a otras zonas específicas de su cabeza. Sin embargo, la demanda de energía es tan alta que el sistema es insostenible si no desconectan otras partes del sistema. No se si me sigues.'
   'No.'
   'Vómitos, temblores, desvanecimientos, pérdidas de memoria y de las funciones psicomotrices, coma irreversible o muerte... a corto o medio plazo.'
   'Me encanta cuando te pones romántico. ¿Y cómo está?'
   'Compruébalo tú mismo, la he dejado en la habitación del fondo del pasillo, sedada.'

   León salió de la habitación y entró en la sala del final del pasillo cómo le había dicho Hin. En el centro de la habitación, tumbada sobre la camilla, inconsciente, se encontraba esa extraña a la que había salvado hacía apenas unas horas. ¿Pero salvado de qué? ¿Qué es lo que realmente le llevó a defenderla de esos tipos? León se sorprendió a sí mismo haciéndose esas preguntas; intentando averiguar qué había pasado.
El monitor pitaba al ritmo de sus constantes vitales y la observó dormir durante un rato. Mientras tanto, Hin atendía en el exterior a algún nuevo cliente. «Vamos viejo», pensó, «intenta hacer memoria de por qué te has metido en este jaleo.» Sólo recordaba su voz en la cabeza rogándole que la ayudara y al momento tenía las manos manchadas de sangre. «Esa no era la manera. No te conozco, no se quién eres ni me importa quién seas. No me busco problemas y mucho menos, gratis.» Sintió su respiración pausada y se quedó en silencio un rato.
   El vello de la nuca se le erizó cuando oyó los gritos en el exterior. Serenamente evaluó la situación y concretó que fue sólo se encontraban Hin y una persona más, con lo que echó mano a su pistola, a la que previamente conectó el sistema de arma inteligente a través de los cables de interfase; un sistema que, a pesar de ser antiguo por lo engorroso de llevar un cable, siempre le pareció más fiable que cualquier otro sistema por radio. Sacó su pistola y salió.
   En la recepción se encontraba Hin, sangrando por una enorme brecha en la cabeza que, al parecer le había ocasionado el despojo humano que se encontraba ante él. Un escuálido espécimen humano, huesudo y pálido, que llevaba una camisa sin mangas que dejaba sus brazos al descubierto; uno de ellos era un injerto cibernético que goteaba sangre de un extremo. Debía ser de alguna tribu punk, como delataba su pelo de punta, teñido con lo que parecía pintura cromada para coches, unos desgastados pantalones vaqueros pegados y unas botas de trabajo, abiertas que le otorgaban la apariencia de un muñeco de palo.
   El chaval no le habría durado ni un instante a León, de no ser porque se encontraba agazapado en una esquina de la habitación, con ambas manos en la cabeza, gritando de forma histérica y temblando. Olía extraño, y rápidamente se fijo en que provenía de el muchacho, se había meado encima.
   '¡Eh, pero que ostias estás haciendo!', dijo mientras se dirigía hacia Hin, que continuaba inconsciente.
   '¡Haz que pare, mi puta cabeza me duele!, dijo mientras pataleaba revolviéndose por el suelo, arrollando sillas y otro mobiliario mientras dejaba un rastro de orina.
   León se tiró sobre él, con el arma en la mano y comenzó a forcejear. Tardó apenas unos segundos en inmovilizarlo en el suelo, aunque aún se debatía por escapar con las piernas. Dejó suelta la mano del arma para forzar al muchacho a bajar las manos de la cara y obligar a mirarle. Lo que vio fue desagradable: un río de venas hinchadas partía de sus ojos y cruzaba un lateral de su cabeza, sangraba por los lacrimales y por algunos puntos donde la piel había cedido a una tensión irreal bajo la piel. Los ojos parecían haber hervido en sus cuencas y sólo había dos orbes ensangrentados en su lugar. No paraba de gritar. Gritaba y ardía por la fiebre.
   Quemaba al contacto, «demasiado caliente.» Unas ampollas empezaron a recorrer su cara, explotando casi al instante, dejando marcas ennegrecidas en su lugar. León se apartó lo más rápido que pudo justo antes de que la cabeza del pobre chaval ardiera seguida del resto de su cuerpo y ropas.
   El muchacho dejó de gritar.
   Los aspersores comenzaron a apagar el fuego y la alarma de incendios empezó a sonar incesante. León se giró a Hin, que respiraba débilmente y se agachó para comprobar más concienzudamente cómo se encontraba cuando oyó unos chapoteos detrás de él. Apoyada contra una de las columnas de la sala se encontraba la muchacha, con el camisón de la clínica y la mirada fija en el suelo. Empapada y tan delgada que parecía a punto de partirse, aún más frágil ahora que cuando la encontró hacía unas horas.
   'Él no quería pegarle a tu amigo, Hin', levantó la cabeza y clavó una mirada vacía en León; continuó mirándolo durante una eternidad con esos ojos de color relámpago.
   León recogió a Hin del suelo y pasó junto a ella, mirándola con desconfianza. Abrió de un empujón la puerta de la pequeña sala que estaba a espaldas de la Rachael y dejó a Hin en una camilla. Rachael apareció de nuevo y observó la escena. León permaneció de espaldas un rato, atendiendo la herida de Hin sin saber que decir a la muchacha, hasta que ella empezó.
   'Quería darte las gracias por sacarme de allí antes.'
   'No pasa nada', León continuaba de espaldas sin mirarla.
   'No lo creo, pero aún así, gracias... no esperaba que alguien como tú...'
   'Que alguien como yo, ¿a qué te refieres?', León se giró hacia Rachael. '¿Por qué no hablamos de lo que alguien como tú hacía en ese callejón? Mi experiencia me dice que lo normal es que cuando una muchachita como tú cae por una ventana de un décimo piso, atravesando veinte centímetros de cemento a su paso y estrellándose contra el suelo no sobrevive. ¿Qué me dices a eso?'
   Rachael lo miró atentamente, como si no recordara a ciencia cierta qué ocurría ahí.
   '¡Bah! da igual. Deberías buscar a alguien de tu familia, decirles que estás bien y largarte de aquí cuanto antes.'
   'No tengo familia. Mi padre es Ernest Gibbons, auque ya no importa porque está muerto. Los hombres que mataste, eran los suyos. Y ya hay alguien buscándome, aunque no sólo es mi padre... y a ti también te quieren.'
   '¿A qué coño te refieres? ¿Ernest Gibbons? ¿Y cómo sabes todo eso?'
   'De la misma manera que se que Kurt no quería hacerle daño a tu amigo Hin. No era mal chico, sintió mucho lo que le hizo a Hin, pero no durante mucho tiempo.'
   León se quedó pensativo durante un momento, inmóvil. Hin gruño en la camilla y esto lo sacó de sus pensamientos.
   'Creo que se te falta algún tornillo y no entiendes bien lo que ocurre. No hay nadie persiguiéndonos, ni siquiera saben donde estamos.'
   'Estás en lo cierto, aún no lo saben. Aunque me están buscando. ¡Todo suena a que es algo de locos, lo se! Pero créeme, algo me dice que están cercándonos. Veo... siento... que están cerca.' Un fino hilo de sangre se deslizó de su oído y a Rachael se le aflojaron las piernas tanto que estuvo a punto de caer. Se volvió hacia Hin, que aún estaba tendido en su camilla. 'Hin, actualizaste los implantes de Kurt hace unos días, ¿verdad?'
   '¿Eh? Si, una mejora en el sistema neurológico. El chaval podría parecer escoria callejera, pero su padre tenía dinero y le pagaba algunos caprichos de vez en cuando. Por supuesto, no todos lo que se instalaba era bajo la supervisión de su padre... ni legal.'
   '¿Qué le instalaste?', quiso saber León.
   'Un procesador acelerador de redes sinápticas', Hin se incorporó con una mano en la herida, 'en teoría debería hacer que los chips RPART MRAM funcionaran a una mayor frecuencia y, en defenitiva, proporcionaran más rendimiento.'
   '¿Quién te vendió eso?', León miró con inquietud a Rachael.
   'Uno de mis contactos, alguien del ejército "dejó caer" un cajón con un montón de esos chismes de camino a algún lugar de pruebas y quiso hacer negocio con eso. Dijo que había vendido unos cuantos sueltos y había sido todo un éxito, que se lo quitaban de las manos. Por supuesto omitió todo lo referente a la psicosis.'
   'Por no hablar de la tendencia a la auto-inmolación.'
   '¿Qué?'
   'Es una larga historia', se León volvió hacia Rachael. 'Será mejor que te busque ropa que te quede bien. Vamos a hacerle una visita a un amigo.'
   Rachael asintió distraída. 'Hin, ¿puedes comprobar algo antes de marcharnos?'