miércoles, 22 de agosto de 2012

IV - La Dama y el Vagabundo de Metal

   El aire húmedo y cálido del anochecer en pleno mes de Julio recibió a León mientras salía de la clínica por la puerta trasera. Se dirigió entre la penumbra de las luces del aparcamiento hacia donde había aparcado su motocicleta. El viento se arremolinaba y levantaba puñados de papeles a su paso mientras, en el horizonte, podía observar como un cúmulo de nubes grises se iban aproximando a la ciudad amenazando con una fuerte tormenta eléctrica. El cielo se iluminaba por los relámpagos esporádicos en el horizonte y el aire se cargaba de estática, y el olor a humo y asfalto. Decidió probar sus recién adquiridos ciberópticos; un par de nuevos ojos totalmente similares a unos auténticos salvo un casi imperceptible logotipo de la marca fabricante en la pupila. Comprobó que tanto la visión nocturna cómo el sistema de infrarrojos funcionaba a la perfección. Quedó bastante satisfecho; el resto del paquete debería esperar.
   Dejo atrás un coche donde una pareja se lo estaba montando en el asiento trasero. Eso le recordó el tiempo que llevaba sin irse a la cama con nadie; cuánto hacía que no compartía nada con nadie. Fue un pensamiento fugaz, casi imperceptible y que apenas dejó huella en su estado de ánimo. Se preguntó si era pena lo que sentía en ese momento. No alcanzó a comprender qué había sentido en ese instante. Por suerte o desgracia para él, se había empezado a acostumbrar a tener ciertos sentimientos embotados, lo cual para su trabajo no era un mal asunto del todo; pero era una situación que se estaba volviendo cada vez más frecuente.

Cuando llegó a la altura de su motocicleta se detuvo un último instante para observar la tormenta qué se avecinaba. Buscó las llaves y montó en el vehículo, una robusta máquina, remodelada a partir de una motocicleta del ejército similar a la qué utilizo durante la guerra. No era tan estilosa como las nuevas motocicletas, ni tan brillante o tan económica. Era un vehículo vestigio de otro tiempo, construido a partir de otras motos, civiles y del ejército, desechadas, destartalada pero fiable. Era un fiel reflejo de en lo que él se había convertido; había ido sustituyendo poco a poco su carne por metal y materiales sintéticos: procesadores neuronales para reemplazar sus nervios perdidos y mejorar sus reflejos, chips para adquirir en días habilidades que le llevaría años perfeccionar, amplificación auditiva, piel sintética...
   Le llevó un buen rato recordar todos los cambios que se había hecho. La tormenta lo alcanzó mientras recordaba sobre su moto aún en el aparcamiento. Las primeras gotas de una lluvia cálida lo trajeron de vuelta de sus pensamientos. Observó cómo la lluvia manchaba sus guantes y las mangas de su gabardina, no era una lluvia límpida y clara como lo hubiera sido en el pasado si no una lluvia amarillenta y aceitosa. La ciudad se emborronó en unos segundos tras la cortina de agua. Las luces de neón de los anuncios de corporaciones y negocios de la calle daban a la ciudad un aspecto irreal, como si estuviera observándolo todo a través de un monitor viejo y desgastado.
   Por encima del ruido de fondo de la ciudad escuchó otro sonido, como algo que cortara el aíre a su paso. Un estrepitoso golpe partió el alero del aparcamiento donde se encontraba cuando el cuerpo de alguien lo atravesó. León dejó su motocicleta y corrió hasta donde se encontraba ella. Había trozos de cristal por todos lados, había arrancado un trozo de techo y dejado el suelo marcado con su silueta. Era una muchacha, no tendría más de veinte años que aún vestía esa ropa horrible del hospital y parecía de una sola pieza. De la base del cuello, las sienes y las extremidades le colgaban cables que parecían pertenecer a algún tipo de máquina clínica. Se acercó a ella y el vello del cuerpo se le erizó, desprendía un calor extraño. Trataba de incorporarse torpemente, le miró como si no estuviera allí, delante suyo.

   '¿Eh, estás bien, chica?', le preguntó León pero no hubo respuesta. El agua se colaba por el agujero del techo, calándole la ropa y pegándole el pelo a la cara. Tenía un aspecto famélico, un rostro de ojos hundidos y la piel pálida y lacerada de alguien que hubiera pasado mucho tiempo tumbado en una cama del hospital. Entonces se preguntó de dónde había salido. Miró hacia arriba, a través del techado y vio una ventana rota arriba, muy arriba. Claramente enfocó la ventana rota, más allá del piso 20 del edificio que tenía sobre él. Los jirones de las cortinas se sacudían fuertemente por el viento y vio también como alguien los observaba desde arriba. La chica le sujetó del pantalón y tiró de él. León se giró hacia ella y, sujetándola por un brazo la levantó. La chica no era más que un muñeco de trapo entre sus brazos, con unas piernas demasiado delgadas como para mantenerse en pie, la cabeza caída hacia un lado y el rubio pelo húmedo sobre la cara y ojos. Debió ser bonita antes, pero le habían rapado las sienes para ponerle dos pares de conectores interfase a cada lado que aún le colgaban de la cabeza. Dos ojos azul intenso lo miraban fijamente desde un rostro que destilaba dolor y miedo. Le apretó de los brazos con sus débiles manos hasta incorporarse, su voz salió como un susurro.
   'Ayu... ayúdame', le dijo al oído la chica mientras le rozó la cara con las manos. Un relámpago cruzó entre ambos y León sintió de nuevo la sensación de que se le erizaban la piel. Notó un nuevo subidón de la carga estática en el ambiente a su alrededor. La puerta trasera del aparcamiento se abrió una vez más y de ella salieron tres hombres armados. «Seguridad del edificio»
   'Aléjese de la chica y retroceda con las manos donde podamos verlas', mientras apuntaban a León con sus armas cortas automáticas. Bien visible estaba el uniforme de la Corporación Gibbons y los tres llevaban un comunicador mastoideo que los mantenían en contacto en todo momento con la base.
   'Eh, no quiero problemas aquí, la chica cayó y yo solo...'
   'No volveremos a repetirlo, suelte a la chica y retroceda con las manos en alto.'
   León observó unos instantes a los guardias, gorilas sobremusculados que no sobrepasarían en mucho los veinte años. Sujetaban las armas con la seguridad de quien no ha tenido que enfrentarse nunca con la situación de matar a alguien. Llevaban armas de un calibre considerable pero apenas poco más que un mono de tejido reforzado y un chaleco antibalas. Dio un rápido vistazo al pase identificativo de uno de los guardias y avanzó unos pasos con las manos alzadas, dejando a la chica detrás suyo.
   'Disculpa... Scott, ¿así te llamas? No tengo ni la más remota idea de lo que está pasando aquí y vosotros no parecéis del tipo de personas que hacen muchas preguntas, ¿verdad?.' Uno de los guardias se adelantó mientras sacaba de su cinturón una porra extensible.
   'Te dije que no te movieras' y lanzó un rápido golpe a las piernas de León, que le hizo doblar la rodilla contra el suelo.
   'Chico, estás cometiendo un error.'
   'Cállate, túmbate en el suelo con las manos en la nuca.' Se dirigió a otro de los guardias, sin perder de vista a León. 'Llama a una unidad de la policía, diles que tenemos a un borracho buscando bronca y que nos ha plantado resistencia. Llévate a la chica dentro. Creo que esto va a ser divertido.'
   Uno de los guardias comenzó a pedir la asistencia de la policía, mientras el otro sujetaba a la chica, demasiado débil para soltarse del guardia. Por último, León seguía arrodillado pese a los gritos de Scott, que amenazaba con volverlo a golpear. «Se acabó.» Súbitamente se incorporó desde el suelo y aprovechando la fuerza del impulso golpeó la mandíbula de Scott haciendo que su cabeza se echara para atrás con un gran crujido. Allí donde había estado el mentón quedaba sangre, huesos astillados a través de la piel y dientes rotos. Antes siquiera de recuperar el aliento se abalanzó contra el otro guardia. Otro puñetazo bajo el vientre y un codazo en la cara y ya estaba en el suelo. El último guardia, que sostenía a la chica apuntó su arma contra León y disparó hasta tres veces. Las balas dieron de lleno en el cuerpo de León, que encajó los impactos como si no existieran y se echó encima del último guardia.

Todo acabó en segundos. Los cuerpos de los guardias yacían boca abajo, malheridos o sencillamente inconscientes sobre un charco donde la sangre se mezclaba con el agua y el barro. La lluvia arreciaba y estaban empapados. León levantó a la chica una vez más y sin mirar atrás, la apretó contra su cuerpo y la montó en su motocicleta con él. Ella se le abrazó y León puso en marcha la motocicleta «¿Qué estás haciendo viejo?», pensó durante un instante. Sacudió la cabeza como para borrar ese pensamiento y puso rumbo hacia ninguna parte.



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