miércoles, 22 de agosto de 2012

Hostel

Gazanalbazur se movía dificultosamente entre las aguas pantanosas de la Ciénaga de la Bruja preguntándose a qué se debería tan elocuente nombre. A su lado se encontraban la monja de familia desestructurada y el clérigo svirfneblin, de nombre tan oscuro que no podía ser pronunciado por lengua mortal. Cerrando el grupo se encontraba Maeve, la druida con mejor puntería del reino, tan sólo superada por su dominio de las fuerzas de la naturaleza. El aire era pegajoso, cargado con el hedor de miles de toneladas de madera pudriéndose bajo el agua. Los animales rehuían la zona misteriosamente, muy probablemente debido a la presencia de la Bruja de la Ciénaga, guardiana de los secretos de la Montaña del Penacho blanco y a la que se suponía era la única que podría granjear acceso a esta enorme mazmorra cavada en la falda de un volcán activo.

De hecho, la Montaña del Penacho Blanco era visible desde donde se encontraban en esos instantes, sobresaliendo majestuosa de entre los frondosos árboles de la ciénaga. Las pesadas armaduras del enano y del clérigo los lastraban sobremanera, haciendo que cada nuevo paso fuera una pequeña tortura cargada de cieno, fango y algún animal muerto. La druida apenas tocaba el agua y se deslizaba entre la vegetación, cubriendo las espaldas del resto de héroes mientras la monje, bueno, digamos que gracias a su nueva condición de monja gigante notaba que el paseo era de lo más agradable.

Tras interminables horas de marcha en la Ciénaga de la Bruja, lograron encontrar la cabaña de la Bruja de la Ciénaga (irónico, ¿verdad?). Una vasta construcción de madera alzada 10 palmos sobre el nivel de la ciénaga de la que salía un puñado de humo de su agujero de ventilación central. Esta cabaña se encontraba en un claro del bosque, limpio de árboles o vegetación de algún tipo.

-¡Bruja, sal, no te haremos ningún daño! -dijo el enano.
-Chssst... no digas eso, así no conseguirás que salga. Además, recuerda que se dice que es una bruja tremendamente poderosa y podría acabar con nosotros en un santiamén -añadió el clérigo.
-Si no sale, tendremos que ir a por ella nosotros.
-Mejor, quiero estrenar mi reciente gigantidad.
-Yo os cubriré desde detrás, no os preocupéis.
-¡Vamos bruja, sal!

La puerta se abrió lentamente con un crujido. Una serie de vapores malolientes salieron del interior de la cabaña que pronto se esparcieron sobre el claro. Saliendo del interior, una figura monstruosa que aparentaba más animal que persona. Un par de cuernos retorcidos de color pardo y un cuerpo repleto de pústulas y verrugas allá donde no lo cubría algún harapo. Las manos acababan en unas garras horripilantes y en los ojos se avistaba una mirada felina. Pero lo peor era su sonrisa, que denotaba una maldad infinita.

-¡Habéis irrumpido en mi ciénaga. Mis hijos os despedazarán y lo que quede de vosotros lo utilizaré para crear nuev...!
-¡Pëkîsy Pös! ¡GRARGHL! -el gran hacha del enano describió una curva en ángulo oblicuo ascendente. Un sonido similar a una pequeña explosión nuclear de algunos kilotones se propagó por la ciénaga, derribando todo aquello que no se encontrara firmemente amarrado al suelo. Los árboles cercanos más jóvenes cedieron ante ese impulso y algunos de estos nuestros héroes cayeron al suelo. La explosión resultante y el polvo en suspensión que se liberó con tal golpe hizo posible que la gente pudiera leer sin iluminación adicional por la noche. El eco del golpe se oyó en cada una de las esquinas del reino. Las tribus más atrasadas lo llamaron EL-DÍA-QUE-LLOVIÓ-SANGRE. En alguna parte, en una habitación oscura, un joven niño lloró sin saber por qué. Los dioses del Bien y del Mal pararon sus maquinaciones para mirar un instante en dirección a la explosión. Esa noche, en alguna parte del mundo, hubo una lluvia de estrellas fugaces fuera de lo normal. La Bruja de la Ciénaga nunca supo qué la golpeó.
-Bueno, creo que de todos modos, no sabía gran cosa.
-Si, y no parecía que fuese tan poderosa, ¿no?
-¿Alguien ha visto a los hijos esos que decía que tenía?
-No.
-Pues no, la verdad.
-¡Bah! Vayámonos a la Montaña del Penacho Blanco, ya encontraremos la manera de entrar.
-Si, vamos.
-Vamos pues.

Y fue así como, queridos lectores, nuestro grupo de héroes salieron de la Ciénaga de la Bruja en dirección a la Montaña del Penacho Blanco. Pero eso, es otra historia que deberá ser contada en otro momento. Quizá en el relato "La Montaña del Penacho Blanco... ¡Está Roja!"; o quizá no, demasiada violencia.

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