jueves, 20 de diciembre de 2012

"Y el Verbo se Hizo Carne"

Y es que, no puedo leer las noticias de España... Pero bajo este título tan contundente está el recuerdo que me ha venido al leer la noticia de marras.

¿Nunca os habéis propuesto a crear vuestro propio juego de rol? Yo si, muchas veces. Pero eso me recuerda a la vez que, estando con mis amigos del Norte, bebiendo en mi casa, como de costumbre. A uno de ellos se le ocurrió la brillante idea de crear y comercializar un juego. "Mesías" o algo así quería llamarlo. Y es que la mezcla de alcohol y el brainstorming en mi grupo de amigos siempre ha sido una buena (o mala, según se mire) mezcla. El juego, creo recordar, iba sobre crearte un mesías de tu dios particular y formar un rebaño de adoradores y apóstoles; todo con tiradas de dados "d4" (todo muy simbólico). Todo era muy hilarante, nos reímos mucho. Como juego de rol no daba para mucho, pero ¡eh!, he visto juegos de tablero con un argumento mucho más apestoso; quizás con un enfoque diferente...

¡Más Alcohol, estamos creando!

Porque claro, todos somos unos angelitos y nunca hemos tenido ese día en el que nos hemos levantado valientes y con ganas de cambiar el mundo a tu alrededor; vamos, hacer que cada día cuente. Y ese día, decides que, para dejar huella, en lugar de jugar a rol lanzando dados, establezcas los niveles de dificultad con chupitos y como nota de originalidad añadas "el vaso de castigo", en el que mezclas lo primero que se te pase por la cabeza y lo utilizas a modo de comodín. Porque tú lo vales.

Nunca he visto a un grupo de jugadores más entregado a realizar las más difíciles tareas en pos de la aventura.

Tampoco he visto una partida durar tan poco... bueno, sí.

¡Cállate Máster, no nos Dejas Jugar!

Y es que hay ocasiones en las que tus jugadores están tan entusiasmados con la partida, con su personaje, con la compañía... que directamente deciden que la partida esta yendo demasiado bien como para que nadie, NADIE, ni tan siquiera el máster tenga derecho a joderla. Incluso me ha llegado a pasar, que la linea argumental que el jugador se monta por si solo es tan buena que he estado tentado a sentarme al otro lado de la pantalla en más de una ocasión para que me la siguiera narrando. Y lo que es peor, cualquier intento de interrumpir, más que nada para poder narrar lo que uno tenía pensado y tal... cualquiera, terminaba en abucheos. Qué "jodíos"...

Porque hablando de másters... bueno, esto lo dejo para otra ocasión.

viernes, 30 de noviembre de 2012

La Habitación Vacía (II)

II

   Despertó desnuda en su cama. Con la mirada borrosa, observó durante un momento la mesa de noche en su lado de la cama. En ella se encontraban los restos de la noche anterior: dos botellas de licor y un vaso a medio vaciar, un paquete de tabaco arrugado en un cenicero repleto de cerillas en el que también se encontraba la mitad de un envoltorio de un condón. Como si eso le hubiera servido para atar cabos, se giró lentamente sobre si misma hasta que vio a su compañero de cama. Intentó recordar quién era, cómo se llamaba, cómo era... pero debió ser una buena noche puesto que no recordaba apenas nada de lo que pasó. «Espero que al menos me lo pasara bien.» Él dormía profundamente, se había quedado las sabanas todas para él.
   Con un gemido se levantó de la cama y deambuló torpemente por su apartamento, en busca de alguna ropa que ponerse. Hasta que encontró algo medianamente limpio tuvo que recorrer la mitad de su apartamento y su estudio de pintura. Allí, debajo de algunas sabanas viejas que utilizaba para tapar los lienzos encontró su viejo pantalón de deporte que usaba para pintar. «Debería algún comprar algún día un armario... o más ropa.» Metió la mano en uno de los bolsillos del pantalón y rebuscó hasta sacar un cigarro arrugado que llevarse a al boca y medio desnuda observó la ciudad saboreando cada calada mientras intentaba hacer memoria de quién era su acompañante.
   Casi como si hubiera oído su pensamiento, él se revolvió en la cama. Cuando lo miró estaba ya sentado en la cama, con las manos en la cabeza. Lo observó en silencio, fijamente, durante largo rato sin decirle nada mientras él recogía su ropa y se dirigía al baño.
   - Dúchate en tu casa, tengo prisa -no tenía ganas de verlo-.
   - Pero, va a ser sólo un momento...
   - Llego tarde a una presentación, será mejor que te marches.
   - Está bien, ya te llamaré para quedar otro día -él, que aún no se había terminado de vestir cuando salió, dio un portazo tras de sí-.
   «Cuando me pidas el número de móvil, imbécil.»
   La lluvia no amainaba y tampoco parecía tener intención de hacerlo en los próximos minutos. Con una infinita pereza tuvo que forzarse a arreglarse. Su representante estuvo muy convincente la última vez: «no estás en situación de ser tan excéntrica, sigue así y terminarás exponiendo tus cuadros en WalMart.» Así que tenía que ir hoy, dejarse ver un poco, quizá hablar con alguno de los visitantes y se podría marchar. A fin de cuentas, esos muertos de hambre nunca le habían comprado un cuadro.
   Rebuscó entre su ropa alguna prenda que aún pudiera pasar por limpia, se peinó, maquilló y buscó otro cigarro. Salió a la calle, bajo la lluvia esperó a que un taxi se dignara a pararse y fue hacia la galería que exponía, La Sheldon, junto al Central West End. Cuando llegó, no le sorprendió ver nada más que a una docena de personas mirando sus cuadros. Estaba empapada, de mal humor, y aún seguía sin recordar a quién se tiró anoche. Le dolía la cabeza. Sin embargo, haciendo caso omiso a éste, empezó a pasear por la sala, saludando a quién se dignaba a reconocerla. «Al fin y al cabo, mi foto sólo se encuentra colgada en la entrada a tamaño póster.»
   - ¡Por fin llegas, pero mirate! Deberías pasar adentro, arreglarte y parecer un poco menos... «mi representante, como siempre tan cariñoso.»
   René vino pavoneándose. Iba de punta en blanco, con su traje de ejecutivo elegante bicolor, su pelo teñido y sus gafas de espejo conseguía ser el centro de atención casi tanto o más que sus propios cuadros, que ya de por sí reunían una serie de imágenes de una temática algo más que controvertida.
   - Que te den, -lo miró un instante- suficiente tengo con haber venido. Hoy no era el mejor día...
   - Claro... ¡claro! Hoy no era el día para la señorita... La inauguración no era el mejor día para usted, ¡por supuestos! Por cierto, podrías haber dicho que pensabas cambiar algún cuadro en el último momento. Y este último, es tan... poco tú.
   - Yo no he cambiado nada, ¿de qué cojones me hablas?
   - Ya, pues tu me dirás, si no es tuyo debe ser de alguno de esos artistuchos del tres al cuarto que intentan conseguir reconocimiento a costa de otro. Bueno, no te preocupes que ordenaré quitarlo.
   - ¿Dónde está?
   - ¿El qué?
   - El cuadro, qué va a ser.
   - En la siguiente sala, no tienes más que acercarte al grupo de gente que lo está mirando.
   Kate fue de inmediato, con más curiosidad que rabia. No le sentaba nada bien que un "cualquiera" estuviera recibiendo más reconocimiento que ella en su propia exposición, aunque la gente creyera que el cuadro era realmente suyo. Cuando llegó a la altura de la obra al menos una veintena de personas estaban observándola.
   Sabía perfectamente que el cuadro que debía estar allí no era otro si no un paisaje extraído de su infancia, de los terrenos que rodeaban su casa. Por supuesto, había dado su toque especial y todo era mucho más lúgubre, de tonos apagados. No era capaz de expresar alegría desde hacía mucho, mucho tiempo. Su terapeuta le pidió que intentara sacar de su interior toda esa oscuridad, y la plasmara en dibujos.
   Esta obra, aunque guardaba similitudes con las de ella, era distinta. Y por supuesto no la había pintado ella. Sin embargo era extrañamente familiar: una habitación de paredes y suelo desnudas que como único mobiliario mostraba una bombilla colgando del techo y una puerta que permanecía cerrada. No había marcas en las paredes, suelo o techo, que apenas estaban delimitados por una línea tenue. La puerta, sin embargo, lucía desgastada y vieja. Con raspaduras en la pintura aquí y allá. Le costó sólo un instante el reconocerla y tan sólo un poco más en reconocer el culpable de todo.
   Sacó su teléfono y llamó a su hermano.
 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

VI - Escoria Callejera


Ha pasado ya un tiempo desde la ultima actualización, ¿eh?

*  *  *

   Con un tintineo, la bala cayó en la bandeja metálica del carnicero. En la destartalada habitación de la clínica sólo había una camilla, un monitor de constantes vitales, un armario con medicamentos y material quirúrgico, un viejo ordenador y una vieja radio Braun, que en esos momentos reproducía algún programa en Coreano. Un frío casi glacial llenaba la sala y la única fuente de calor era la lámpara de la mesa de operaciones. El cirujano callejero o carnicero, como llamaban en la calle a los de su clase, se llamaba Hin y era un viejo conocido de años atrás. En años le había ayudado curando heridas que en cualquier otra clínica u hospital habrían causado más que una pregunta molesta. Le había devuelto el favor llevándole "materias primas" para sus injertos o trasplantes, con el dinero por delante, ambos eran hombres de negocios.
   El cirujano rondaba la cincuentena y a pesar de las gafas de incontables aumentos su mano era firme y sus movimientos certeros. Perdió todo resto del vello corporal en algún accidente antes de que León y él se conocieran y en su lugar quedaban las marcas de quemaduras en la cabeza y cara; no sabía si el resto del cuerpo estaría en las mismas condiciones. Llevaba un batín amarillento con manchas y solía mascullar entre dientes en su coreano natal mientras llevaba a cabo sus operaciones. León había pensado alguna vez, divertido, que era algún tipo de oración por si la nano-cirujía no era suficiente.
   'Bueno, como nuevo. Tuviste suerte que las demás balas las detuviera el abrigo, eso si, bonitos agujeros te ha dejado.', dijo mientras señalaba con una mano enguantada a las pertenencias que había dejado León al entrar en la sala. 'Tu amiga se está recuperando en la otra habitación, le he traído ropa; a saber de quién será, pero le valdrá.'
   'No es mi amiga', se apresuró a decir León.
   'Ya... bueno, pues tu no-amiga tiene un problema que me gustaría mostrarte.' León se vistió y acompañó al cirujano hasta el despacho del carnicero, que no era más que una habitación con una mesa y un terminal de ordenador donde se mostraba en la pantalla un escáner de la cabeza de alguien.
   'Tu amiga...', miró de reojo a León, 'llegó como sabrás, inconsciente. Al conectarle los monitores observé que tenía una actividad cerebral... inusual. Lleva instalado un paquete neuronal de lujo con unos pocos chips RPART MRAM, además de un controlador Interface de última generación, parece que tu chica era asidua usuaria de La Red e hija de alguien con dinero, es lo que le ha salvado.'
   '¿Salvado de qué? Y no es mi amiga ni mi chica...'
   'Pues de quedar hecha un vegetal... o de morir. Tiene instalado un pequeño hijo de puta en su cerebro que la mantiene "en marcha"; emite radiación electromagnética que mantiene su red neuronal funcionando, a unas frecuencias a veces muy altas y en otras ocasiones muy bajas... debería estar "frita", en estado de coma. Mira.'

   Hin le mostró una imagen a León en el monitor de la terminal de ordenador. La silueta de una cabeza apareció recorrida por una serie infinita de lineas luminosas que se entrecruzaban entre sí. En la parte trasera de la silueta, a la altura de la base del cráneo, un rectángulo luminoso destacaba entre la maraña de hilos brillantes. 'Eso de ahí es de lo que te hablaba', dijo Hin. La imagen cambió a un modelo de colores rojo y azul. 'Y esto representa el flujo de energía. Sea lo que sea eso se está "alimentando" de los impulsos eléctricos de su cerebro y los está redirigiendo a otras zonas específicas de su cabeza. Sin embargo, la demanda de energía es tan alta que el sistema es insostenible si no desconectan otras partes del sistema. No se si me sigues.'
   'No.'
   'Vómitos, temblores, desvanecimientos, pérdidas de memoria y de las funciones psicomotrices, coma irreversible o muerte... a corto o medio plazo.'
   'Me encanta cuando te pones romántico. ¿Y cómo está?'
   'Compruébalo tú mismo, la he dejado en la habitación del fondo del pasillo, sedada.'

   León salió de la habitación y entró en la sala del final del pasillo cómo le había dicho Hin. En el centro de la habitación, tumbada sobre la camilla, inconsciente, se encontraba esa extraña a la que había salvado hacía apenas unas horas. ¿Pero salvado de qué? ¿Qué es lo que realmente le llevó a defenderla de esos tipos? León se sorprendió a sí mismo haciéndose esas preguntas; intentando averiguar qué había pasado.
El monitor pitaba al ritmo de sus constantes vitales y la observó dormir durante un rato. Mientras tanto, Hin atendía en el exterior a algún nuevo cliente. «Vamos viejo», pensó, «intenta hacer memoria de por qué te has metido en este jaleo.» Sólo recordaba su voz en la cabeza rogándole que la ayudara y al momento tenía las manos manchadas de sangre. «Esa no era la manera. No te conozco, no se quién eres ni me importa quién seas. No me busco problemas y mucho menos, gratis.» Sintió su respiración pausada y se quedó en silencio un rato.
   El vello de la nuca se le erizó cuando oyó los gritos en el exterior. Serenamente evaluó la situación y concretó que fue sólo se encontraban Hin y una persona más, con lo que echó mano a su pistola, a la que previamente conectó el sistema de arma inteligente a través de los cables de interfase; un sistema que, a pesar de ser antiguo por lo engorroso de llevar un cable, siempre le pareció más fiable que cualquier otro sistema por radio. Sacó su pistola y salió.
   En la recepción se encontraba Hin, sangrando por una enorme brecha en la cabeza que, al parecer le había ocasionado el despojo humano que se encontraba ante él. Un escuálido espécimen humano, huesudo y pálido, que llevaba una camisa sin mangas que dejaba sus brazos al descubierto; uno de ellos era un injerto cibernético que goteaba sangre de un extremo. Debía ser de alguna tribu punk, como delataba su pelo de punta, teñido con lo que parecía pintura cromada para coches, unos desgastados pantalones vaqueros pegados y unas botas de trabajo, abiertas que le otorgaban la apariencia de un muñeco de palo.
   El chaval no le habría durado ni un instante a León, de no ser porque se encontraba agazapado en una esquina de la habitación, con ambas manos en la cabeza, gritando de forma histérica y temblando. Olía extraño, y rápidamente se fijo en que provenía de el muchacho, se había meado encima.
   '¡Eh, pero que ostias estás haciendo!', dijo mientras se dirigía hacia Hin, que continuaba inconsciente.
   '¡Haz que pare, mi puta cabeza me duele!, dijo mientras pataleaba revolviéndose por el suelo, arrollando sillas y otro mobiliario mientras dejaba un rastro de orina.
   León se tiró sobre él, con el arma en la mano y comenzó a forcejear. Tardó apenas unos segundos en inmovilizarlo en el suelo, aunque aún se debatía por escapar con las piernas. Dejó suelta la mano del arma para forzar al muchacho a bajar las manos de la cara y obligar a mirarle. Lo que vio fue desagradable: un río de venas hinchadas partía de sus ojos y cruzaba un lateral de su cabeza, sangraba por los lacrimales y por algunos puntos donde la piel había cedido a una tensión irreal bajo la piel. Los ojos parecían haber hervido en sus cuencas y sólo había dos orbes ensangrentados en su lugar. No paraba de gritar. Gritaba y ardía por la fiebre.
   Quemaba al contacto, «demasiado caliente.» Unas ampollas empezaron a recorrer su cara, explotando casi al instante, dejando marcas ennegrecidas en su lugar. León se apartó lo más rápido que pudo justo antes de que la cabeza del pobre chaval ardiera seguida del resto de su cuerpo y ropas.
   El muchacho dejó de gritar.
   Los aspersores comenzaron a apagar el fuego y la alarma de incendios empezó a sonar incesante. León se giró a Hin, que respiraba débilmente y se agachó para comprobar más concienzudamente cómo se encontraba cuando oyó unos chapoteos detrás de él. Apoyada contra una de las columnas de la sala se encontraba la muchacha, con el camisón de la clínica y la mirada fija en el suelo. Empapada y tan delgada que parecía a punto de partirse, aún más frágil ahora que cuando la encontró hacía unas horas.
   'Él no quería pegarle a tu amigo, Hin', levantó la cabeza y clavó una mirada vacía en León; continuó mirándolo durante una eternidad con esos ojos de color relámpago.
   León recogió a Hin del suelo y pasó junto a ella, mirándola con desconfianza. Abrió de un empujón la puerta de la pequeña sala que estaba a espaldas de la Rachael y dejó a Hin en una camilla. Rachael apareció de nuevo y observó la escena. León permaneció de espaldas un rato, atendiendo la herida de Hin sin saber que decir a la muchacha, hasta que ella empezó.
   'Quería darte las gracias por sacarme de allí antes.'
   'No pasa nada', León continuaba de espaldas sin mirarla.
   'No lo creo, pero aún así, gracias... no esperaba que alguien como tú...'
   'Que alguien como yo, ¿a qué te refieres?', León se giró hacia Rachael. '¿Por qué no hablamos de lo que alguien como tú hacía en ese callejón? Mi experiencia me dice que lo normal es que cuando una muchachita como tú cae por una ventana de un décimo piso, atravesando veinte centímetros de cemento a su paso y estrellándose contra el suelo no sobrevive. ¿Qué me dices a eso?'
   Rachael lo miró atentamente, como si no recordara a ciencia cierta qué ocurría ahí.
   '¡Bah! da igual. Deberías buscar a alguien de tu familia, decirles que estás bien y largarte de aquí cuanto antes.'
   'No tengo familia. Mi padre es Ernest Gibbons, auque ya no importa porque está muerto. Los hombres que mataste, eran los suyos. Y ya hay alguien buscándome, aunque no sólo es mi padre... y a ti también te quieren.'
   '¿A qué coño te refieres? ¿Ernest Gibbons? ¿Y cómo sabes todo eso?'
   'De la misma manera que se que Kurt no quería hacerle daño a tu amigo Hin. No era mal chico, sintió mucho lo que le hizo a Hin, pero no durante mucho tiempo.'
   León se quedó pensativo durante un momento, inmóvil. Hin gruño en la camilla y esto lo sacó de sus pensamientos.
   'Creo que se te falta algún tornillo y no entiendes bien lo que ocurre. No hay nadie persiguiéndonos, ni siquiera saben donde estamos.'
   'Estás en lo cierto, aún no lo saben. Aunque me están buscando. ¡Todo suena a que es algo de locos, lo se! Pero créeme, algo me dice que están cercándonos. Veo... siento... que están cerca.' Un fino hilo de sangre se deslizó de su oído y a Rachael se le aflojaron las piernas tanto que estuvo a punto de caer. Se volvió hacia Hin, que aún estaba tendido en su camilla. 'Hin, actualizaste los implantes de Kurt hace unos días, ¿verdad?'
   '¿Eh? Si, una mejora en el sistema neurológico. El chaval podría parecer escoria callejera, pero su padre tenía dinero y le pagaba algunos caprichos de vez en cuando. Por supuesto, no todos lo que se instalaba era bajo la supervisión de su padre... ni legal.'
   '¿Qué le instalaste?', quiso saber León.
   'Un procesador acelerador de redes sinápticas', Hin se incorporó con una mano en la herida, 'en teoría debería hacer que los chips RPART MRAM funcionaran a una mayor frecuencia y, en defenitiva, proporcionaran más rendimiento.'
   '¿Quién te vendió eso?', León miró con inquietud a Rachael.
   'Uno de mis contactos, alguien del ejército "dejó caer" un cajón con un montón de esos chismes de camino a algún lugar de pruebas y quiso hacer negocio con eso. Dijo que había vendido unos cuantos sueltos y había sido todo un éxito, que se lo quitaban de las manos. Por supuesto omitió todo lo referente a la psicosis.'
   'Por no hablar de la tendencia a la auto-inmolación.'
   '¿Qué?'
   'Es una larga historia', se León volvió hacia Rachael. 'Será mejor que te busque ropa que te quede bien. Vamos a hacerle una visita a un amigo.'
   Rachael asintió distraída. 'Hin, ¿puedes comprobar algo antes de marcharnos?'
 
   

viernes, 28 de septiembre de 2012

La Habitación Vacía (I)

Mmmm... otro juego que siempre me gustó fue Mundo de Tinieblas. La ambientación gótica y todo eso, con sus vampiros, sus hombres lobos, con sus hadas... bueno, eso... Había una historia que a mi me pareció muy interesante, sobre todo porque fue una de las que me tocó traducir para el malogrado libro de Distrimagen "Lugares Misteriosos": La Habitación Vacía. 


I

   El sonido sordo de sus pies al subir a toda prisa por las escaleras enmoquetada con los oídos taponados por el esfuerzo al correr por las escaleras hacia arriba y la respiración agitada por el cansancio convertía en algo lejano los gritos de su padre que, borracho, tropezaba con los escalones mientras agitaba el puño en alto, amenazándoles con darle una paliza. Rápidamente llegaron hasta el ático de la casa y la puerta, que a fuerza de falta de uso gimió mientras la abría y cerraban tras de sí. El sonido amortiguado de las maldiciones de su padre hacía parecer que el peligro estaba lejos, pero sabían que no podía tardar mucho antes de que su padre los encontrara allá arriba. El ático estaba repleto de viejos muebles y herramientas, arcones con ropa de otras temporadas y recuerdos de la infancia de sus padres. La luz entraba a través de dos claraboyas del tejado y hacía visible las nubes de polvo que revoloteaban a medida que andaban por la habitación.
   - No hay salida aquí.
   - Calla, ya se nos ocurrirá algo.
   - ¡No debimos entrar aquí, padre nos encontrará y nos pegará una buena tunda, como la otra vez, Kate!
   - ¡Chsst...! Relájate y busca algún sitio donde meternos.
   Buscaron entre los cajones y arcones, detrás de los muebles y bajo las mantas y fundas sin ninguna suerte. Los pasos de su padre, lentos y torpes se oían a través del suelo de madera dirigiéndose hacia las escaleras. No quedaba apenas tiempo antes de que entrara al ático. Y allí estaba.
   - Mira Kate, ¡por ahí!
   - ¿Una puerta, eso estaba allí todo este tiempo?
   - ¡Vamos adentro Kate!
   Rápidamente, sin pensárselo más, abrieron la puerta y entraron por ella. Cerrándola tras de si y, aún con la respiración agitada y entrecortada se pararon a escuchar atentamente cómo su padre entró en el ático y, avanzando torpemente entre los muebles susurraba, casi para sí «Salid de donde os escondáis malditos bastardos». Aterrorizados por lo que les esperaba no movieron un músculo temiendo a cada segundo lo que les esperaba. Su padre deambulaba por la habitación de al lado, buscando infructuosamente a los dos niños mientras Kate y Óscar, a oscura, deseaban que su padre se fuera. Pero ese momento nunca llegó. Su padre se marchó entre maldiciones, sin comprender qué ocurría allí y por qué no encontraba a sus hijos.
   Kate y Óscar tardaron aún un rato en salir, incrédulos por lo que había pasado. Abandonaron la habitación a oscuras y se adentraron de nuevo en el ático, con la mortecina luz del atardecer. Aún tardaron  un rato más antes de dejar el ático y bajar por las escaleras. Allá vieron, durmiendo en su cama, a su padre que había caído inconsciente finalmente mientras abrazaba a una botella. Se observaron un instante, como si supieran que hacer y regresaron al ático donde habían encontrado la habitación. En esta ocasión encendieron la luz y la vieron más atentamente: una habitación abuhardillada, de paredes y techo totalmente blancos, de suelo de listones de madera y una única bombilla como toda fuente de luz que en su extremo más alejado de la puerta, apenas había una separación entre suelo y techo de unos pocos centímetros. Estuvieron jugando el resto de la tarde y, cuando salieron de la habitación, su madre ya había llegado a casa y pudieron pasar el resto de la velada en paz.
   Fueron pasando los días y luego, semana tras semana, mes a mes, los dos hermanos pudieron encontrar lo que parecía ser un escondite perfecto. Pasaban horas en la habitación y, cuando necesitaban esconderse de su padre, permanecían en ella el tiempo que fuera necesario hasta que, llegado un día, cuando lo inevitable pasó. Su padre falleció, años más tarde les contarían que lo encontraron ahogado en su propio vómito a causa de una enorme borrachera. Tan sólo quedaron su madre y ellos, una familia feliz.
   Y la habitación quedó en el olvido.


jueves, 20 de septiembre de 2012

¿Quién puede matar a un niño?

(Dovahkiin... dovahkiin...)

La inmensa caverna convertía en poco más que hormigas a nuestro grupo de Héroes, más conocido como el Equipo de Demoliciones por sus más fervorosos seguidores y enemigos. Mago, monje, druida, guerrero y clérigo marchaban juntos. Encabezados por el impresionante enano, todo músculos y metal, de casi DOS METROS (sí, dos metros, dadle las gracias a tito Coco por encantar equipos con conjuros de agrandar permanente... eso es, dadle las gracias...). Las botas de la pesada armadura enana resonaban por toda la cueva mientras los demás componentes del grupo formaban dejando que la mole de metal hiciera de escudo viviente. Avanzaban decididos por un estrecho puente de piedra contra sus enemigos bajo una lluvia de flechas negras, bien esquivándolas, bien deteniéndolas con armas y escudos. Las retorcidas criaturas que alguna vez fueran orcos, disparaban con toscos arcos flechas impregnadas de un extraño icor humeante al tocar metal o piedra; para empeorar las cosas, el camino estaba cerrado por tremendas criaturas que en vida eran formidables: minotauros, hombres gigantescos, semiorcos hiper-hormonados en pleno proceso de putrefacción, con estómagos hinchados y mirada ausente, empuñando las armas más amenazadoras y de aspecto de lo más feroz y espumoso resoplaban y gruñían al sentir acercarse a los héroes.

Gazanalbazur saltó sobre una marea de flechas y acero al grito de sus ancestros «¡Pëkîsy Pös!» mientras el fuego divino lanzado por el clérigo caía sobre las cabezas de los orcos, calcinándolos. La monje saltó tras las espaldas de los monstruos que empuñaban hachas a dos manos y comenzó a rociarles con una lluvia de golpes mientras éstos se preguntaban qué estaba ocurriendo. Tan sólo cuando empezaron a sentir que les hacían daño reaccionaron. Las hachas empezaron a hablar, hundiéndose en carne y metal acompasadas por el gruñido y gemido de los monstruos, que comenzaron a separar a estos-nuestros-héroes. Allá donde golpeaban a las criaturas, las heridas se cerraban y cuando parecían que no podrían aguantar más daño, éstos se mantenían en pie. La lluvia de flechas enemigas se detuvo y los orcos comenzaron a cargar contra los héroes. Fue entonces cuando el auténtico baile comenzó. Maeve empezó a descargar sus flechas contra los orcos supervivientes y el clérigo vació sus reservas mágicas con los monstruos para derribarlos. Lentamente, uno a uno, fueron cayendo y cuando el combate parecía penosamente encauzado a la victoria de nuestro grupo oyeron el rugido más terrorífico que jamás habían oído acompañado con un batir de alas.

Un nuevo dragón se interponían entre ellos y su tesoro. Con una rápida pasada cubrió el camino que separaba el lago donde se refugiaba del puente, sujetó al a monja y regresó al lago, al agua, al fondo del todo. Lejos de devorar a la monje, el dragón decidió que verla morir ahogada era más divertido y, aprovechado su capacidad de aguantar indefinidamente bajo el agua sin necesidad de respirar, se limitó a sujetarla con sus garras y verla morir ahogada (NdN: ¡Ja, chúpate esa jugador, ¿a que no te esperabas eso? Esquiva esta inteligente treta, ¡sucia!).

Mientras tanto, arriba las cosas no estaban mucho mejor. Los valerosos héroes estaban arrinconados en su lado del puente mientras las grotescas criaturas no muertas cargaban contra ellos una y otra vez aunque cada vez menos numerosos gracias a los golpes de hacha y conjuros de nuestros variopintos amigos. Una montaña de cadáveres yacía frente a los héroes hasta que sólo quedaba el último de los cadáveres andantes, que lanzó un último y desolado ataque. Cargó mientras gritaba con su hacha alzada, lanzando espumarajos por la boca contra la linea impenetrable del enano que, para sorpresa de propios y extraños, decidió dejarlo pasar mientras recitaba un antiguo dicho enano.

'¡Bah! Que se encargue otro', dijo.
'Jajajaja, ¿qué podrá hacer? Animalico...', dijo el clérigo mientras se echaba también a un lado.
'Glub glub glub...', dijo la monje.
'Anda y que le focken...', dijo la druida, animada mientras se apartaba de la trayectoria de carga del monstruo, que por aquel entonces ya llevaba una trayectoria fijada en el mago.
'Já, ¡que me golpee si puede!', dijo el mago.

La criatura, más desconcertada que furiosa, dejó que su hacha describiera un amplio círculo en el aire. La hoja destelló un instante antes de que el pecho del mago se abriera en dos, algo poco sorprendente cuando piensas que delante tuyo hay un muerto viviente repleto de músculos y que ha demostrado tener más fuerza física y aguante que lo racionalmente aceptable.

'¡Ouch!', dijeron todos.
'Seh...', dijo el narrador mientras observaba la cara de consternación de los jugadores sin saber qué es lo que realmente esperaban.
'Glub glub glub...', dijo la monja.

Con un sutil golpe de mango del hacha, el no muerto voló por el borde del puente, contento de haber abierto una brecha en las líneas del enemigo y haber conseguido una herida más que grave a uno de ellos. El mago, sin preocuparse mucho de su herida, y de los orcos que lanzaban flechas al grupo, se acercó al borde del puente y preparó una bola de fuego de las que estaban entre su repertorio. La caverna se iluminó con la inmediata aparición de la esfera ígnea que impactó de lleno bajo los pies del grupo, en la superficie del agua del pequeño lago que hirvió casi instantáneamente y redujo sustancialmente su nivel, dejando al descubierto al dragón y la monja, que ya se habían hecho íntimos por aquel entonces.

El dragón rugió y lanzó a un lado a la monja, que se encontraba húmeda, muy húmeda... tanto, que sus turgentes pechos se entreveían a través de la túnica de fino lino que resaltaban sus onduladas, aunque duras y trabajadas curvas que...

El dragón...

Pues eso, el dragón salto para coger impulso mientras su buche se inflaba de algo que prometía ser doloroso. Sin pensarlo, mientras llegaba a su altura, el guerrero enano saltó contra el dragón y comenzó a hacer arrebolas en su gruesa piel. Mientras tanto, los valientes compañeros combatían a los restantes orcos o disparaban sus últimos conjuros y flechas contra el dragón, que... decepcionantemente, cayó muerto a los pies del puente.

Tras algo más de una hora de combate, el grupo de demoliciones salió ganando en el chiste una vez más. Montañas de cadáveres se pudrían rápidamente al perder las últimas de sus fuerzas que lo unían a su Señor. Y tranquilamente se dedicaron a recolectar su preciado botín. Sin embargo, un mal mucho mayor se retorcía en su guarida extra-dimensional. Algo que se arrastraba en las cuevas, más abajo. Mientras tanto, un eco resonaba entre las cavernas. Una voz que decía...

'¿Pero que mierda es esta? ¿Una espada vorpalina +1...?'

viernes, 7 de septiembre de 2012

V - Historias de la Calle

   «Ratas. Escoria. Vagabundos. Las calles están llenas de estos. Las fuerzas del orden no dan a basto para limpiar las calles de esta escoria. Lo que antes eran apartamentos de familias, trabajadores, honrados, están llenos ahora de putas, yonkis y chorizos de tres al cuarto que serían capaces de rajarte por un par de zapatos usados.» La berlina de lujo de Ernest Gibbons atravesaba las atestadas calles de la Ciudad Antigua. «El último barrio que quedaba de la anterior Night City, un estercolero donde incluso se llegaron a almacenar residuos radioactivos y donde ni tan siquiera las ratas se dignaban a vivir. Eso fue antes de que llegara Richard Night y creara Su Sueño. Quería demostrar algo y seguro que lo demostró: que tenía la polla mas grande de todos los grandes ejecutivos de los Estados Libres de Norteamérica. Vino con sus camiones cargados de cemento, casas prefabricadas, bulldozers... y echó abajo toda una pequeña ciudad, lo aplanó todo y plantó sus pequeñas casas unifamiliares a la orilla del Pacífico. Un remanso de paz, el Edén en la Tierra hecho realidad. Por supuesto todo muy bien cercado y con seguridad privada. Después vino todo lo demás: los apartamentos, la industria, los colegios, universidades, las corporaciones, el equipo de fútbol local... Desde luego que ese bastardo sabía como atraer el dinero. En poco más de diez años la ciudad estaba irreconocible, con grandes avenidas y jardines para los más ricos; pequeños parques infantiles y apartamentos familiares para los menos. Pero no pudo echarlo todo abajo, ni siquiera pudo impedir que los menos favorecidos, la escoria, construyera sus propias casas en los márgenes de la ciudad creando una ciudad alrededor de otra. Allá donde la seguridad corporativa o la policía no llegaban, se formaba un nuevo poblado que succionaba la sangre de las arterias de la ciudad, Su ciudad. Como muchos hombres buenos, son reclamados antes de tiempo, y Richard Night no iba a ser una excepción. Murió en su apartamento, la puta con la que estaba también murió. Alguien no muy inteligente decidió que robar en ese ático sería buena idea y se lió a tiros cuando vio que lo habían pillado, matando o hiriendo a mucha gente por el camino, entre ellos a Richard... una pena.»

   El conductor giró por una calle empinada y estrecha, sorteando coches abandonados, gente calentándose en  hogueras o niños jugando con una pelota mugrienta usando la fachada de algún edificio como portería. Estaba anocheciendo y en esa zona apenas había alumbrado en las calles. Ernest observó por largo rato a través de los cristales tintados de su berlina como la gente observaba su coche al pasar; algún perro perseguía el coche unos cuantos metros antes de darse por vencido. Llegaba tarde pero no le importaba, la gente importante siempre está ocupada y tener dinero no significa necesariamente tener educación; de todos modos, tampoco pensaba que a ella le importara que llegase tarde. El coche se detuvo delante de un garito del que salía un ruido tecno-gótico de algún grupo de los que estaban de moda. La puerta de la berlina se abrió a la vez que una chica salía del garito y entraba en el coche, cerrando la puerta tras de sí. Con un zumbido eléctrico, el vehículo se volvió a poner en marcha, dejando atrás la Ciudad Antigua.
   La chica, una muchacha nervuda y baja de piel pálida y cabeza rapada, vestía con un sobrio mono de combate oscuro que cubría con una chaqueta vaquera corta y botas de soldado. De aspecto falsamente duro; sabía que no tendría más de veinte años, pero una vida en la Ciudad Antigua vuelve de piedra a cualquiera: o matas por comida o mueres para que te coman. Desde la base del cuello sobresalía una serie de zócalos para chips que se perdían por debajo del mono. Uno de sus brazos era cibernético y no había tenido la necesidad de cubrirlo, así que la extremidad cromada resaltaba contra la ropa oscura de la chica. La pistolera sobaquera abultaba bajo su brazo izquierdo con lo que obviamente era un arma de gran calibre. La muchacha observaba fijamente por la ventanilla sin mirar a su acompañante, viendo pasar la ciudad frente a ella, conforme regresaban a la parte civilizada de la ciudad. Ernest sin embargo, la observaba, meditaba imaginando en qué estaría pensando, en la cantidad de trabajos que había realizado para él sin rechistar o realizar preguntas incomodas, en cómo una persona tan joven podría tener tal carencia de sentimientos. Cómo le afectaría ser más máquina que persona.
   'Tengo otro trabajo para ti', dijo finalmente. 'Dos personas: un hombre y una muchacha. El tipo parece ser de los duros. Va a ser lo más difícil. Necesito que me traigas a la chica viva y a ser posible de una pieza.' Le pasó un chip en una caja.
   'Claro, si no se resiste no debería haber más muertos de la cuenta.' Giró la cara hacia Ernest y recogió la caja, la abrió e insertó el chip en uno de los zócalos vacíos de su cuello; cerró los ojos. 'Vaya, un tipo grande. Ágil para su edad y sus músculos. Kerenzikov o Aratech, también es probable que lleve nudillos de acero implantados en las manos, las mandíbulas no suelen estallar de esa manera. La chica parece poca cosa... Vaya, veo que el tipo sabe como encajar los disparos. Será el triple de la tarifa habitual, por la manera de mirarme pensaría que o bien quieres desnudarme o la chica es muy valiosa para ti.' Sonrió.
   'Ejército de los Estados Unidos desde 1998 hasta 2008. Colombia, Cuba y México. Licenciado con deshonor por aplastarle la cabeza a tres mandos tras una incursión en la que su escuadrón fue reducido a pedazos, literalmente, por los bombardeos. No fue fusilado porque achacaron su actitud a los implantes. Mucha de esa mierda puede volverte loco,' la observó durante un momento como queriendo dar a entender algo, 'Debería haber sido internado en una institución psiquiátrica, pero tras la ruptura de los Estados Unidos  eso nunca pasó y salió indemne. Por lo que parece, vende su brazo a quien pueda pagarle por sus servicios. Ella, sin embargo... es mi hija y él la tiene ahora mismo, a saber que puede estar haciéndole en estos momentos.'
   'Voy a necesitar amigos para esto...'
   'Si me la traes de una pieza te daré cinco veces lo habitual a ti y tus amigos, no quiero testigos. Nadie que haya tenido contacto con ella debe saber que existe. Tendrás el adelanto habitual que ya está ingresado en tu cuenta, el veinticinco por ciento, nada más. Detén el coche.' La berlina se detuvo delante de un aparcamiento y la muchacha salió del vehículo.
   'Veo que me conoce bastante bien. Y en cuanto a lo de desnudarme...', y le guiñó un ojo. Un viento seco le agitó la ropa y Ernest sintió el aire cálido y metálico del exterior un momento antes de que la puerta se cerrara, ignorando su último comentario. El coche volvió a ponerse en marcha y unos instantes más tarde la mercenaria había quedado atrás, entre la multitud y puso rumbo a sus oficinas en el centro de la ciudad.
 
   La Torre Gibbons se alzaba en el centro de otra maraña de rascacielos que competían entre sí en altura y luminosidad. El grupo de edificios brillaba con grandes letras de varios pisos de altura que dejaban patente al resto de la ciudad quiénes eran. En ese lugar los grupos de seguridad de las corporaciones eran algo habitual. Patrullaban las calles en vehículos de todo tipo, desde vulgares camionetas hasta vehículos blindados con equipo antidisturbios. Incluso de vez en cuando los helicópteros y vehículos de empuje vectorial planeaban entre las torres asegurándose de que el espacio aéreo seguía estando limpio. Su berlina de lujo entró en uno de los grandes aparcamientos subterráneos para ejecutivos y en seguida subió hasta su despacho, situado en la última planta donde no había otra cosa. Era su segunda residencia, mitad oficina mitad apartamento pero por ahora tenía una reunión pendiente. Pasó frente al despacho vacío de su secretaria y abrió las puertas de su despacho. Lo vio sentado en su sillón, con las piernas sobre la mesa y fumándose uno de sus cigarros. Cerró la puerta con fuerza y el hombre que lo esperaba se puso en pie. Era un asiático trajeado, delgado y bajito, del montón. Su complexión, su cara, sus gestos no le decía nada pero se movía con la seguridad de un felino que rondara su presa.
   'Disculpe la intromisión, señor Gibbons. Estaba guardándole su sitio.'
   '¿Qué broma es ésta, quién es usted y qué hace aquí?'
   'He venido para charlar, señor Gibbons'
   '¿Charlar de qué, exactamente?'
   'Negocios, señor Gibbons. Yo tengo un negocio entre manos y usted tiene otro. Mis negocios y los suyos, aunque no lo piense así, están muy relacionados.'
   '¿De qué negocios habla?', se giró a la puerta y comenzó a alzar la voz para llamar la atención de su secretaria, 'Segurid...'
   'No, señor Gibbons,' y sacó una pequeña pistola de su chaqueta, 'no querrá hablar con la seguridad del edificio en estos momentos.' Señaló con la pistola a Ernest Gibbons. 'Biotoxinas, estaría muerto antes de llegar al suelo... y eso sería malo para mis negocios.'
   '¿Y qué es lo que quiere?'
   'Hacerle llegar un mensaje y preguntarle algo. ¿Dónde está la chica?'
   '¿Qué chica?', dijo sin permitirse dejar que su voz entreviera la menor sombra de preocupación.
   'Se olvida rápido de sus familiares por lo que veo, señor Gibbons. Rachael Gibbons, su hija, quizá sí recuerde su intento de suicidio...'
   'Gracias, no recordaba exactamente a quién se refería', dijo con el mejor tono irónico que pudo encontrar, 'mi hija sigue en estado de coma desde lo sucedido, así que no se qué es lo que quiere.'
   'Yo nada señor Gibbons, pero hay gente interesada en saber cómo es que anoche su hija fue capaz no sólo de despertar, levantarse de la cama y reducir a tres hombres armados después de estar más de un año en estado vegetativo.'
   'No se de lo que me habla.'
   'Mis clientes reclaman un material que le ha sido robado. Una "pieza experimental" dijeron. Ya sabe, no está bien robar señor Gibbons; sobre todo si es a su propia empresa.'
   'No tengo la menor idea de lo que me habla y no entiendo quién es la persona que le envía pero le aseguro que puedo mejorar su oferta, yo...'
   'No está cooperando señor Gibbons, justo como predijeron mis clientes y me temo que me debo a mis clientes', con un sutil movimiento del dedo disparó la pistola, en un instante un dardo apareció clavado sobre el pecho de Ernest, que cayó al suelo.

La habitación pareció dar vueltas frente a Ernest Gibbons, que veía todo a su alrededor distorsionado, borroso. La sombra de su agresor se cernió sobre él, había algo brillante en su mano y en la otra aún empuñaba su pistola de dardos. La boca estaba pastosa y apenas podía pensar.
   'Lamento haberle mentido señor Gibbons, prometo que será la última vez...', dijo en tono condescendiente mientras se arrodillaba ante el cuerpo paralizado de Ernest, 'pero lo necesito vivo, aunque le aseguro que pronto estará muerto... pero antes, unas preguntas van a ser respondidas...'
   'Mi hija...'
   'Todo a su tiempo señor Gibbons, todo a su tiempo.'

viernes, 31 de agosto de 2012

De Mártires y Verdugos

El mugriento apartamento estaba en penumbra. Llevaba así desde hacía tiempo; desde que su mujer lo dejara por otro. La vieja televisión que le había prestado su viejo amigo Jack poco antes de morir en un tiroteo días antes de jubilarse reproducía un trillado CD de Superdetective en Hollywood. Eddie Murphy era el único en el que podía confiar, nunca le había faltado en sus peores momentos al igual que el Prozac. Ese maldito medicamento era jodidamente adictivo, los envases se amontonaban detrás de un sofá biplaza que no entendía muy bien para qué lo quería, si total, estaba solo. Habían pasado ya no sabía cuantos días desde su última visita al psiquiatra y se le estaba acabando la medicación. Tampoco le quedaba mucho dinero, en el cuerpo no lo querían desde hacía meses, cuando había dejado el coche patrulla olvidado en la vía del tren... con un sospechoso dentro.

Porque nadie más que él lo vio. La estrella roja en el cielo brilló con la fuerza de diez soles durante un momento y desde ese instante estaba allí. Suspendida de día y de noche contra un cielo azul o negro, daba igual, siempre estaba ahí. ¿No se supondría que al ser una estrella, debería moverse con las demás? Y luego estaba su vecino del final de la calle. Siempre le pareció un tipo extraño, pero últimamente veía algo en él que no era normal. Siempre le sorprendió que saliera de casa puntualmente tras la puesta de sol y volviera cuando estaba para salir. En ocasiones coincidió con él en los turnos de noche y por esa razón no reparó mucho en él. Pero la extraña costumbre de cargar sacos en su camioneta hizo que se preguntara REALMENTE por qué.

Hacía unas pocas semanas decidió averiguarlo. Se duchó y se arregló. Cogió su antiguo equipo de vigilancia y se puso a observar por la ventana, montó guardia puntualmente tras la puesta del sol y espero pacientemente a que su vecino saliera de casa. Tomó notas durante días para asegurarse de las horas de ida y venida del vecino hasta que un día decidido a pasar a la acción, recogió un puñado de herramientas y su arma reglamentaria y fue a la casa. Un lujoso chalet al final de la calle le esperaba con las puertas cerradas a cal y canto así como las ventanas. El barrio estaba en la más absoluta calma y tan sólo las luces de la calle lo acompañaban. Se acercó hasta la puerta delantera, sacó sus herramientas y con sorprendente facilidad abrió la cerradura mientras pensaba que no había perdido su "toque".

Se adentró en la casa y cerró la puerta tras de sí. Por suerte las ventanas tenían las persianas bajadas y las cortinas echadas, por lo que pudo encender con toda comodidad su linterna. Los muebles estaban impecables, demasiado. En la cocina, la nevera sólo tenía leche y pan; dio un trago a la leche y continuó buscando. Los fogones de la cocina, a pesar de ser de gas, estaban impolutos... como si no hubieran comido en ellos en mucho tiempo, o nunca. Subió hasta el piso de arriba y fue cuando oyó ruido, abajo. Alguien acababa de entrar y se había detenido junto a la entrada observando en la oscuridad. La silueta es todo cuanto se veía y nunca le había parecido tan amenazadora. Rígido y alto, escrutando en la oscuridad en busca de su presa sus ojos se encontraron; sí, sus ojos. Porque a pesar de la oscuridad de la casa, sus ojos brillaron, relampagueantes como los de un gato. Escuchó una voz en su cabeza, que lo instaba a salir. Sintió que no tenía nada que temer, y no temió en absoluto.

Se puso en pie y caminó hacia la figura. Sabía que lo que estaba haciendo no era juicioso pero iba avanzando lentamente hacia la puerta. Trataba de resistirse a cada paso, pero cuanto más cerca de él, más difícil era. Cuando se encontraba a unos pocos pasos pudo mirar por encima del hombro de la figura de su vecino y vio la estrella, pintada roja contra el cielo nocturno y volvió a mirar a su vecino. Sin embargo, su vecino ya no estaba allí, en su lugar un cadáver putrefacto había ocupado su lugar. Los gusanos se cebaban con su cuerpo y la había sitios donde la piel había desaparecido dejando lugar a una costra sanguinolenta y maloliente. Instintivamente sacó su arma y descargó siete tiros al cuerpo de su "vecino", que cayó al suelo a plomo. No podía creer que es lo que estaba pasando y aún menos el hecho de que ese cadáver andante se estuviera levantando. Agarró su palanca y golpeó la cabeza del muerto una, dos, tres veces hasta que literalmente explotaron cabeza y herramienta, que cayeron envueltas en llamas y metal fundido. «Esto es igual que en El Chico de Oro.» Se dejó caer y se sumió en un profundo sueño.

Cuando despertó ahí estaba de nuevo, de pié junto a la puerta, contemplándolo. «Un momento, no puede ser él. Éste es más bajo.» Cuando sus ojos se acostumbraron observó a un hombre de tamaño mediano y pelo escaso que daba frecuentes y ansiosos sorbos a su petaca. Olía a alcohol, él y su ropa, que se encontraba indudablemente en una temporada baja en cuanto a mantenimiento se trataba. Fuera, un coche con las luces encendías con alguien esperando en el exterior. -Bienvenido a mi mundo, Cazador - dijo, mientras le tendía una mano temblorosa por la bebida - No estás solo en esto ni tampoco estás loco, deja que te presente al resto...

sábado, 25 de agosto de 2012

Palabras Más, Palabras Menos

Y en la sección frases celebres... Hoy... (algunos no las entenderán todas, pero tenéis que comprender que he jugado con mucha mucha gente).

- Hola, soy Lola y me gusta bailar.
(Una partida cualquiera, presentación de un personaje Ravnos, Vampiro: Edad Oscura)

- Hola, mi nombre es Rashid, del clan Ventrue.
- Montenegro, maldito moro. Vas a alegrar amaneceres...
(Toledo Nocturno a los 5 minutos de empezar, Preludio donde se conocen los personajes, Vampiro: Edad Oscura)

- Miro las cosas de arqueología esas, jarras y eso...
(Personaje arqueólogo, La Llamada de Cthulhu)

- ¿Leer/escribir, para qué me sirve eso?
(El mismo arqueólogo, La Llamada de Cthulhu)

Ante la encarnación de Nyarlathotep...
- Señores, fue un placer conocerles -mientras se ataba una docena de cartuchos de dinamita.
(Las Máscaras de Nyarlathotep, La Llamada de Cthulhu)

- ¡Ya se lo que eres! Tú eres un espíritu libre de esos, ¿verdad?
(Un vampiro a una momia, Toledo Nocturno v2.0, Vampiro: Edad Oscura)

- Me llamo Shivo Tranipolim, Clérigo de Garl del Oro Luminoso, Azote de la Puerta de Baldur.
(D&D 3.0)

- ¡Aldeanos, escuchadme!.. Escu... escu... ¡¿¡¡¿me queréis escuchar maldita sea?!?!?!?
(Cynn Penn Tannor, Paladín de la Diosa, D&D 3.0)

- No soporto tu "hora de aldeanos"...
(D&D 3.0)

- Eres un poco como yo, siento el Lado Oscuro dentro de ti.
- No comparemos...
(Darth Vader a un Jedi Fracasado cualquiera, Star Wars D6)

- Hola, soy Garanor hijo de Athair, hijo de Bárbol, hijo de Barco.
(Una partida cualquiera, El Señor de los Anillos)

- Lestaulante El Lollito Feliz, ¿me abre?...
(Una partida cualquiera, Cyberpunk 2.0.2.0.)

- Llévanos ante tu jefe.
- Yo soy mi propio jefe.
(Una partida cualquiera, Fadding Suns)

- Máster, ¿me estás diciendo que me he gastado 8 puntos de trasfondo para ser un portavelas?
(Un Diácono vilipendiado, Una partida cualquiera, Fadding Suns)

- ¡Dame a mi amigo o devuélveme mi dote!
(Clérigo irritado a Master moribundo, D&D 3.0)

- Salto por esa ventana, sólo estoy en el primer piso, ¿qué me puede pasar?.
(Las Máscaras de Nyarlathotep, La Llamada de Cthulhu)

- Avanzo sin mirar.
(Las Máscaras de Nyarlathotep, La Llamada de Cthulhu)

- Le digo por el intercomunicador (gestos con las manos, gestos con las manos, gestos con las manos.)
(Una partida cualquiera, Cyberpunk 2.0.2.0.)

- ¿Máster, cuánto nos da el mercader por las 20 armaduras completas, los 10 estoques +1, las 15 capas de protección +1 y los 5 escudos grandes de acero +1 que llevamos en la mochila del semiogro?
- ¿En la bolsa de contención?
- No, no. Es una mochila normal.
- Bueno, más bien un saco.
(La Ciudad de la Reina Araña, D&D 3.0)

- Me limitas, máster. Quiero que mi enano tenga alas, los dragones aún se me resisten.
(D&D 3.0)

- Me hago el muerto para dejar que el agua me lleve a flote hasta el hueco.
Después de tener éxito con su idea...
- Me quito la ropa y la coraza para que se sequen, máster.
(Una partida cualquiera, ¡Piratas!)

miércoles, 22 de agosto de 2012

Hostel

Gazanalbazur se movía dificultosamente entre las aguas pantanosas de la Ciénaga de la Bruja preguntándose a qué se debería tan elocuente nombre. A su lado se encontraban la monja de familia desestructurada y el clérigo svirfneblin, de nombre tan oscuro que no podía ser pronunciado por lengua mortal. Cerrando el grupo se encontraba Maeve, la druida con mejor puntería del reino, tan sólo superada por su dominio de las fuerzas de la naturaleza. El aire era pegajoso, cargado con el hedor de miles de toneladas de madera pudriéndose bajo el agua. Los animales rehuían la zona misteriosamente, muy probablemente debido a la presencia de la Bruja de la Ciénaga, guardiana de los secretos de la Montaña del Penacho blanco y a la que se suponía era la única que podría granjear acceso a esta enorme mazmorra cavada en la falda de un volcán activo.

De hecho, la Montaña del Penacho Blanco era visible desde donde se encontraban en esos instantes, sobresaliendo majestuosa de entre los frondosos árboles de la ciénaga. Las pesadas armaduras del enano y del clérigo los lastraban sobremanera, haciendo que cada nuevo paso fuera una pequeña tortura cargada de cieno, fango y algún animal muerto. La druida apenas tocaba el agua y se deslizaba entre la vegetación, cubriendo las espaldas del resto de héroes mientras la monje, bueno, digamos que gracias a su nueva condición de monja gigante notaba que el paseo era de lo más agradable.

Tras interminables horas de marcha en la Ciénaga de la Bruja, lograron encontrar la cabaña de la Bruja de la Ciénaga (irónico, ¿verdad?). Una vasta construcción de madera alzada 10 palmos sobre el nivel de la ciénaga de la que salía un puñado de humo de su agujero de ventilación central. Esta cabaña se encontraba en un claro del bosque, limpio de árboles o vegetación de algún tipo.

-¡Bruja, sal, no te haremos ningún daño! -dijo el enano.
-Chssst... no digas eso, así no conseguirás que salga. Además, recuerda que se dice que es una bruja tremendamente poderosa y podría acabar con nosotros en un santiamén -añadió el clérigo.
-Si no sale, tendremos que ir a por ella nosotros.
-Mejor, quiero estrenar mi reciente gigantidad.
-Yo os cubriré desde detrás, no os preocupéis.
-¡Vamos bruja, sal!

La puerta se abrió lentamente con un crujido. Una serie de vapores malolientes salieron del interior de la cabaña que pronto se esparcieron sobre el claro. Saliendo del interior, una figura monstruosa que aparentaba más animal que persona. Un par de cuernos retorcidos de color pardo y un cuerpo repleto de pústulas y verrugas allá donde no lo cubría algún harapo. Las manos acababan en unas garras horripilantes y en los ojos se avistaba una mirada felina. Pero lo peor era su sonrisa, que denotaba una maldad infinita.

-¡Habéis irrumpido en mi ciénaga. Mis hijos os despedazarán y lo que quede de vosotros lo utilizaré para crear nuev...!
-¡Pëkîsy Pös! ¡GRARGHL! -el gran hacha del enano describió una curva en ángulo oblicuo ascendente. Un sonido similar a una pequeña explosión nuclear de algunos kilotones se propagó por la ciénaga, derribando todo aquello que no se encontrara firmemente amarrado al suelo. Los árboles cercanos más jóvenes cedieron ante ese impulso y algunos de estos nuestros héroes cayeron al suelo. La explosión resultante y el polvo en suspensión que se liberó con tal golpe hizo posible que la gente pudiera leer sin iluminación adicional por la noche. El eco del golpe se oyó en cada una de las esquinas del reino. Las tribus más atrasadas lo llamaron EL-DÍA-QUE-LLOVIÓ-SANGRE. En alguna parte, en una habitación oscura, un joven niño lloró sin saber por qué. Los dioses del Bien y del Mal pararon sus maquinaciones para mirar un instante en dirección a la explosión. Esa noche, en alguna parte del mundo, hubo una lluvia de estrellas fugaces fuera de lo normal. La Bruja de la Ciénaga nunca supo qué la golpeó.
-Bueno, creo que de todos modos, no sabía gran cosa.
-Si, y no parecía que fuese tan poderosa, ¿no?
-¿Alguien ha visto a los hijos esos que decía que tenía?
-No.
-Pues no, la verdad.
-¡Bah! Vayámonos a la Montaña del Penacho Blanco, ya encontraremos la manera de entrar.
-Si, vamos.
-Vamos pues.

Y fue así como, queridos lectores, nuestro grupo de héroes salieron de la Ciénaga de la Bruja en dirección a la Montaña del Penacho Blanco. Pero eso, es otra historia que deberá ser contada en otro momento. Quizá en el relato "La Montaña del Penacho Blanco... ¡Está Roja!"; o quizá no, demasiada violencia.

IV - La Dama y el Vagabundo de Metal

   El aire húmedo y cálido del anochecer en pleno mes de Julio recibió a León mientras salía de la clínica por la puerta trasera. Se dirigió entre la penumbra de las luces del aparcamiento hacia donde había aparcado su motocicleta. El viento se arremolinaba y levantaba puñados de papeles a su paso mientras, en el horizonte, podía observar como un cúmulo de nubes grises se iban aproximando a la ciudad amenazando con una fuerte tormenta eléctrica. El cielo se iluminaba por los relámpagos esporádicos en el horizonte y el aire se cargaba de estática, y el olor a humo y asfalto. Decidió probar sus recién adquiridos ciberópticos; un par de nuevos ojos totalmente similares a unos auténticos salvo un casi imperceptible logotipo de la marca fabricante en la pupila. Comprobó que tanto la visión nocturna cómo el sistema de infrarrojos funcionaba a la perfección. Quedó bastante satisfecho; el resto del paquete debería esperar.
   Dejo atrás un coche donde una pareja se lo estaba montando en el asiento trasero. Eso le recordó el tiempo que llevaba sin irse a la cama con nadie; cuánto hacía que no compartía nada con nadie. Fue un pensamiento fugaz, casi imperceptible y que apenas dejó huella en su estado de ánimo. Se preguntó si era pena lo que sentía en ese momento. No alcanzó a comprender qué había sentido en ese instante. Por suerte o desgracia para él, se había empezado a acostumbrar a tener ciertos sentimientos embotados, lo cual para su trabajo no era un mal asunto del todo; pero era una situación que se estaba volviendo cada vez más frecuente.

Cuando llegó a la altura de su motocicleta se detuvo un último instante para observar la tormenta qué se avecinaba. Buscó las llaves y montó en el vehículo, una robusta máquina, remodelada a partir de una motocicleta del ejército similar a la qué utilizo durante la guerra. No era tan estilosa como las nuevas motocicletas, ni tan brillante o tan económica. Era un vehículo vestigio de otro tiempo, construido a partir de otras motos, civiles y del ejército, desechadas, destartalada pero fiable. Era un fiel reflejo de en lo que él se había convertido; había ido sustituyendo poco a poco su carne por metal y materiales sintéticos: procesadores neuronales para reemplazar sus nervios perdidos y mejorar sus reflejos, chips para adquirir en días habilidades que le llevaría años perfeccionar, amplificación auditiva, piel sintética...
   Le llevó un buen rato recordar todos los cambios que se había hecho. La tormenta lo alcanzó mientras recordaba sobre su moto aún en el aparcamiento. Las primeras gotas de una lluvia cálida lo trajeron de vuelta de sus pensamientos. Observó cómo la lluvia manchaba sus guantes y las mangas de su gabardina, no era una lluvia límpida y clara como lo hubiera sido en el pasado si no una lluvia amarillenta y aceitosa. La ciudad se emborronó en unos segundos tras la cortina de agua. Las luces de neón de los anuncios de corporaciones y negocios de la calle daban a la ciudad un aspecto irreal, como si estuviera observándolo todo a través de un monitor viejo y desgastado.
   Por encima del ruido de fondo de la ciudad escuchó otro sonido, como algo que cortara el aíre a su paso. Un estrepitoso golpe partió el alero del aparcamiento donde se encontraba cuando el cuerpo de alguien lo atravesó. León dejó su motocicleta y corrió hasta donde se encontraba ella. Había trozos de cristal por todos lados, había arrancado un trozo de techo y dejado el suelo marcado con su silueta. Era una muchacha, no tendría más de veinte años que aún vestía esa ropa horrible del hospital y parecía de una sola pieza. De la base del cuello, las sienes y las extremidades le colgaban cables que parecían pertenecer a algún tipo de máquina clínica. Se acercó a ella y el vello del cuerpo se le erizó, desprendía un calor extraño. Trataba de incorporarse torpemente, le miró como si no estuviera allí, delante suyo.

   '¿Eh, estás bien, chica?', le preguntó León pero no hubo respuesta. El agua se colaba por el agujero del techo, calándole la ropa y pegándole el pelo a la cara. Tenía un aspecto famélico, un rostro de ojos hundidos y la piel pálida y lacerada de alguien que hubiera pasado mucho tiempo tumbado en una cama del hospital. Entonces se preguntó de dónde había salido. Miró hacia arriba, a través del techado y vio una ventana rota arriba, muy arriba. Claramente enfocó la ventana rota, más allá del piso 20 del edificio que tenía sobre él. Los jirones de las cortinas se sacudían fuertemente por el viento y vio también como alguien los observaba desde arriba. La chica le sujetó del pantalón y tiró de él. León se giró hacia ella y, sujetándola por un brazo la levantó. La chica no era más que un muñeco de trapo entre sus brazos, con unas piernas demasiado delgadas como para mantenerse en pie, la cabeza caída hacia un lado y el rubio pelo húmedo sobre la cara y ojos. Debió ser bonita antes, pero le habían rapado las sienes para ponerle dos pares de conectores interfase a cada lado que aún le colgaban de la cabeza. Dos ojos azul intenso lo miraban fijamente desde un rostro que destilaba dolor y miedo. Le apretó de los brazos con sus débiles manos hasta incorporarse, su voz salió como un susurro.
   'Ayu... ayúdame', le dijo al oído la chica mientras le rozó la cara con las manos. Un relámpago cruzó entre ambos y León sintió de nuevo la sensación de que se le erizaban la piel. Notó un nuevo subidón de la carga estática en el ambiente a su alrededor. La puerta trasera del aparcamiento se abrió una vez más y de ella salieron tres hombres armados. «Seguridad del edificio»
   'Aléjese de la chica y retroceda con las manos donde podamos verlas', mientras apuntaban a León con sus armas cortas automáticas. Bien visible estaba el uniforme de la Corporación Gibbons y los tres llevaban un comunicador mastoideo que los mantenían en contacto en todo momento con la base.
   'Eh, no quiero problemas aquí, la chica cayó y yo solo...'
   'No volveremos a repetirlo, suelte a la chica y retroceda con las manos en alto.'
   León observó unos instantes a los guardias, gorilas sobremusculados que no sobrepasarían en mucho los veinte años. Sujetaban las armas con la seguridad de quien no ha tenido que enfrentarse nunca con la situación de matar a alguien. Llevaban armas de un calibre considerable pero apenas poco más que un mono de tejido reforzado y un chaleco antibalas. Dio un rápido vistazo al pase identificativo de uno de los guardias y avanzó unos pasos con las manos alzadas, dejando a la chica detrás suyo.
   'Disculpa... Scott, ¿así te llamas? No tengo ni la más remota idea de lo que está pasando aquí y vosotros no parecéis del tipo de personas que hacen muchas preguntas, ¿verdad?.' Uno de los guardias se adelantó mientras sacaba de su cinturón una porra extensible.
   'Te dije que no te movieras' y lanzó un rápido golpe a las piernas de León, que le hizo doblar la rodilla contra el suelo.
   'Chico, estás cometiendo un error.'
   'Cállate, túmbate en el suelo con las manos en la nuca.' Se dirigió a otro de los guardias, sin perder de vista a León. 'Llama a una unidad de la policía, diles que tenemos a un borracho buscando bronca y que nos ha plantado resistencia. Llévate a la chica dentro. Creo que esto va a ser divertido.'
   Uno de los guardias comenzó a pedir la asistencia de la policía, mientras el otro sujetaba a la chica, demasiado débil para soltarse del guardia. Por último, León seguía arrodillado pese a los gritos de Scott, que amenazaba con volverlo a golpear. «Se acabó.» Súbitamente se incorporó desde el suelo y aprovechando la fuerza del impulso golpeó la mandíbula de Scott haciendo que su cabeza se echara para atrás con un gran crujido. Allí donde había estado el mentón quedaba sangre, huesos astillados a través de la piel y dientes rotos. Antes siquiera de recuperar el aliento se abalanzó contra el otro guardia. Otro puñetazo bajo el vientre y un codazo en la cara y ya estaba en el suelo. El último guardia, que sostenía a la chica apuntó su arma contra León y disparó hasta tres veces. Las balas dieron de lleno en el cuerpo de León, que encajó los impactos como si no existieran y se echó encima del último guardia.

Todo acabó en segundos. Los cuerpos de los guardias yacían boca abajo, malheridos o sencillamente inconscientes sobre un charco donde la sangre se mezclaba con el agua y el barro. La lluvia arreciaba y estaban empapados. León levantó a la chica una vez más y sin mirar atrás, la apretó contra su cuerpo y la montó en su motocicleta con él. Ella se le abrazó y León puso en marcha la motocicleta «¿Qué estás haciendo viejo?», pensó durante un instante. Sacudió la cabeza como para borrar ese pensamiento y puso rumbo hacia ninguna parte.



jueves, 16 de agosto de 2012

III - Un Blues para Red

(Y después de un pequeño impás...)

*  *  *

   Bajaba por el haz de conexión como un rayo de luz. El ciberespacio se extendía frente a él, visto desde arriba no parecía tan impresionante. Podía observar las cuadrículas desde su posición y las construcciones que las rellenaban con figuras en algunos casos irreales; en otros fieles reproducciones de la entidad física a la que representaban. Veía también otros puntos viajar entre ellos, algunos descendían como él, todos ocupados como hormigas yendo a un lado u otro. Cuántos de ellos irían para realizar algo ilícito, no podría saberlo pero se imaginaba que quién más o quien menos estaría cometiendo algún tipo de falta. Se imaginaba cuántos de ellos habrían robado alguna contraseña alguna vez para entrar en alguna página restringida y si se la habría proporcionado él. También se preguntaba cuantos intentos de netrunner estarían afanándose en piratear algún sitio web con su patética consola de niño consentido.

   Él sin embargo era un veterano, un netrunner experimentado, un hacker con muchas intervenciones a su espalda. Solía compararse con esa gente y referirse a sí mismo, cuando era más joven como un dios para ellos. No en vano se puso hace años el alias de Red en un arrebato de egocentrismo infantil, aunque eso fue hace mucho tiempo, una eternidad y optó por otro nombre menos presuntuoso aunque también cargado de significado, Red, ya que aunque solo tenía 28 años, llevaba más de 15 navegando por el ciberespacio. Cuando empezó sólo tenía un módem de marcación por pulsos y un antiguo ordenador personal; ni siquiera existía el ciberespacio tal y como lo conocía hoy. Cometió su primera intrusión cuando tenía sólo 15 años. Le llevó toda una noche burlar la seguridad del sistema y consiguió extraer información muy delicada de la por entonces pequeña Corporación Gibbons. Nada especialmente importante, sólo una cadena incompleta de números de cuentas bancarias no demasiado legales en algún paraíso fiscal. Sin embargo, dada su inexperiencia, dejo un rastro que aunque muy sutil, fue suficiente para que los netrunners de la Corporación consiguieran dar con él y enviar a unos hombres para hacerle llegar un mensaje.

   Pero eso fue hace mucho tiempo y ahora un tipo diferente, más experimentado. El ciberespacio era como una segunda piel y allí residían todos sus amigos. Aunque hoy era todo diferente, hoy iba de caza. No sabía que tocaba hoy, puede que un banco, una corporación o quizá se dedicaría a trastornar las comunicaciones de alguna empresa de telefonía. Deambularía por la red central de Night City hasta encontrar algo que le apeteciera. Al fin y al cabo, era *casi* el amo del lugar. Finalmente vio algo que le gustó. Se detuvo frente a la sede en el ciberespacio de la Corporación Gibbons y quiso recordar viejos tiempos.
   Rodeó la sede y activó los programas de rastreo. Unas gafas poliédricas se crearon a la altura de los ojos de su avatar y comenzó a buscar un punto débil en el código fuente que hacia de muralla exterior. Le llevó un rato pero lo encontró; camuflado como una rejilla de alcantarillado junto a la estructura, se encontraba una puerta oculta. Era hora de pasar a la acción, creó un pequeño programa sobre la marcha que le permitió generar una rutina de desencriptación necesaria, con la forma de una palanca. Con el tiempo aprendió a pensar en términos del ciberespacio y veía que programar tomando como referencia objetos físicos que se adecuaran a la tarea a desarrollar lo hacía todo más fácil.
   
   Así fue, introdujo la palanca en la rejilla y rápidamente tuvo un punto de entrada; se había saltado la contraseña. Sabía que tenia que actuar rápido a partir de ese momento. Se dejó caer y al momento se encontró en un sótano; una especie de trastero a raíz del desorden de información que estaba encontrando. Documentos antiguos, citas y operaciones de hacía años era todo lo que componía la habitación donde se encontraba así que dedujo que debía tratarse de algún tipo de servidor en desuso o de salvaguarda de datos. Fuera lo que fuese, no le interesaba lo más mínimo así que debía avanzar a otro nivel. Ejecutó un programa de gusano y fue avanzando rápidamente entre las diferentes secciones del sistema, buscando material más jugoso. Tuvo que reconocer que todo estaba muy bien montado. Habían empleado un dineral en que todo pareciera casi real; incluso tenía una pequeña Multitud que poblaba la realidad virtual del sistema. La gente paseaba por los pasillos del edificio y hablaba entre sí. Los mas avispados incluso lo saludaban como uno más.
   Sin embargo, no podía dejar de tener la sensación de sentirse vigilado. A veces notaba que alguien lo observaba, pero cuando se giraba allí no había nadie más que él y la realidad virtual. Pronto la sensación desapareció como vino, cuanto más se adentraba en el sistema más solo se encontraba. Y así llegó hasta un nivel superior y tras una puerta con un gran rótulo que anunciaba "SOLO PERSONAL AUTORIZADO" se deslizó como una sombra.
   Todo iba como la seda. Códigos de seguridad, pasar desapercibido y nada más. Aunque lo que encontró tras la puerta lo puso sobre alerta. Una habitación vacía, de un blanco nuclear se extendía ante él. «¿Quién eres y que haces aquí?», resonó  una voz de mujer en su cabeza. «No se su pone que debas estar aquí, vete», repitió la voz. «Debe ser algún tipo de alerta automático, será mejor que me de prisa, no merece la pena que me pillen aquí. No es posible que toda esta habitación esté aquí, vacía y que hayan creado todo esto para nada. Aunque podría ser que la intimación y los archivos estuvieran camuflados.» Saco de su bolsillo un bote de spray de pintura y lo roció frente a él. Al momento un puñado de archivos aparecieron manchados por la pintura revelando jugosa información que seguro podría aprovechar de algo.
   Al desaparecer el camuflaje también quedó algo más al descubierto. El sistema de seguridad también disponía de un sistema para ocultarse. Un enorme perro de ojos rojos lo observaba desde detrás de un montón de archivos y al quedar a descubierto se abalanzó contra el hacker lanzando dentelladas salvajes. Rápidamente activó sus defensas; al momento una armadura que podría haber salido de cualquier película de ciencia ficción se interpuso entre los terribles dientes de la criatura y el brazo izquierdo del netrunner. Un filo incandescente se generó en la mano del hacker y atravesó el cuerpo del animal, descomponiéndose inmediatamente. Se giró de inmediato, buscando la salida, pero había desaparecido. Estaba encerrado en esa infinidad blanca nuclear. Y allí, de pie, en mitad de la nada, se encontraba ella.

Era una imagen velada de una muchacha. Se encontraba de espaldas a el, justo delante de un punto de luz que juraría no estaba allí antes la última vez que miró. La chica no parecía haber reparado en él así que decidió acercarse a ella con cautela. La muchacha permanecía rígida mirando el punto de luz, como si no existiera nada más en el mundo que eso. Red se quedó observándola durante un instante, junto a ella pero no movió un músculo. La chica levantó una mano y acercó un dedo al punto de luz que parpadeó un instante. El netrunner observó el punto con interés, parecía haber algo en él; casi podía ver algo en su interior cada vez que emitía un pulso. Volvió a mirarla y sus ojos se cruzaron, los de ella de azul incandescente, brillantes como las luces de neón, lo miraba con despreocupación. Lentamente dirigió uno de sus dedos a la boca del hacker en un signo de que guardara silencio y con sus ojos señaló un punto a su espalda. Red se giró y vio como varios programas de defensa del sistema estaban integrándose en ese mismo espacio en blanco; le estaban buscando a él... ¿o puede que a ella?

Volvió a buscarla, pero no la encontró. El punto de luz seguía pulsando incesantemente y fue a verlo más de cerca. Casi podía ver lo que estaba más allá pero no tenía más tiempo y había algo más importante a lo que atender: la seguridad del sistema se encontraba buscándole y no tenía salida alguna por la que escabullirse. Se giró para encararse a sus oponentes, esta vez el sistema había enviado algo más potente en su busca. Dos Perros Guardianes y un Asesino estaban buscándole; pero al momento podía ver como uno, dos, tres, cuatro programas más estaban a su alrededor, rastreando su ubicación. Sin salida posible sólo le quedaba luchar, aunque no creía que pudiera salir bien de esta, siete oponentes eran muchos y suponía que estos irían dirigidos por otros netrunners (si bien alguno podría serlo disfrazado). Encendió la hoja incandescente de su mano y se preparó para recibir el primer ataque, por suerte esto no era la realidad y los programas sólo podían rastrear a una distancia relativamente corta. El primer programa atacó y Red golpeó con su filo a éste, que cayo convertido en un amasijo humeante de información descompuesta.
   Cuando el segundo se disponía a atacar una fuerza invisible lo empujó hacia un lado pero Red no pudo cantar victoria. En seguida notó como los demás programas, él incluído, empezaban a deslizarse hacia un punto de la habitación. Por supuesto que Red sabía hacia donde iban: la pequeña señal de luz brillaba más potente que un millar de soles juntos, tanto que el netrunner comenzó a sentir dolor físico en sus propios ojos, mucho más arriba, mucho más lejos de donde se encontraba en esos momentos. La luz estaba absorbiendo todo lo que había a su alrededor hacia si, pero ¿hacia dónde?. Red intentó sujetarse a lo primero que encontrara, pero no había donde hacerlo. Uno tras otro, los programas fueron abandonando el sistema por un agujero y Red podía ver como se desintegraban al atravesar el punto de luz. A él no podría pasarle lo mismo, no iba a pasarle.

La luz emitió un último pulso y desapareció. Silencio. El blanco entorno donde se encontraba permaneció imperturbable por un momento que pareció una eternidad. El netrunner se quedó quieto, sentado en el suelo perplejo por lo que había ocurrido y entonces todo se rompió. Cayó como una exhalación a través de los niveles inferiores del sistema informático, que se desmoronaba a su paso. Se estampó bruscamente contra el "suelo" mientras las cadenas de información caían como una lluvia de datos luminosos a su alrededor que se perdían al entrar en contacto con la superficie del ciberespacio. Miró hacia arriba un momento para ver que se encontraba fuera de la estructura de Gibbons y que parte de ella había sido desgarrada como si hubieran demolido parte de un edificio. Frente a él volvía a estar la muchacha, arrodillada en el suelo. Inmóvil; desvalida. Brilló un momento y desapareció. La ciberterminal le avisó de que le estaban rastreando una vez más. «Netwatchers, mejor será que me largue de aquí.» Desconectó la sesión y voló por encima de los edificios una vez más.

martes, 7 de agosto de 2012

Las Aventuras de Ford Fairlane

Siempre he pensado que hay cosas que despistan a los jugadores de su objetivo real. Son esas pequeñas cosas que, casi sin darte cuenta, pueden dar al traste con la aventura (ojo, no necesariamente con la velada).

Café
Siempre es buena idea venir con el café tomado de casa, si no es posible, se prepara el café en casa de donde se juegue. Se toma, de pie, en la cocina, sin comer nada, a sorbos cortos y rápidos se quema. No tomar en la mesa, si se toma en la mesa no traigas de comer y acuérdate de servirlo "casi" frío. Se corre el riesgo también que, si lo traes a la mesa, "bautices" la hoja. Por supuesto, hay medidas pijas de evitarlo como plásticos y cosas así, pero oye, eso es para un cierto nivel de jugador/master avanzado.

Socialización.
Hay que verse más. No puedes llegar de no verte en toda la semana a jugar una partida. NO vas a jugarla, asúmelo, la partida entonces será una mera excusa para venir a la casa de uno y llevar a cabo el punto anterior. Solución: queda el día antes, habla, comunícate, toma café con pastas si quieres.

No despistes
Evita situaciones como la siguiente:
- La hechicera se recuesta en su diván, con un grácil movimiento que no hace más que potenciar la etereidad de su vestido de seda oscura semi-transparente. Sus turgentes pechos destacan por debajo del vestido en un escote imposible que...
- Vale, vale, para ya por favor que lo has conseguido...

Permite a tus jugadores despojar a gusto.
- Y con este, es el enésimo Señor Esqueleto que mandáis de vuelta al placer de la no-vida.
- ¿Qué llevaba éste, master?
- Calzones de lana, botas raídas y un vale de descuento en la Herrería del tío Alucard. Bueno, como decía, el esqueleto se desmorona justo cuando dejáis caer sobre él la lámpara de oro que...
- ¿Has dicho oro? ¿Macizo?
- Eh... bueno, es oro del bueno si, pero es grande, tal que así (una cosa descomunal)
- Saco el hacha. ¡Chicos, vuelve a haber oro en el menú! (despedaza la lámpara y todos los muebles y adornos de la mazmorra sufren la misma suerte.)

No dejes que los jugadores tomen control de los tesoros.
- Eh, me estas diciendo que esos narcotraficantes habían quedado en un punto secreto que ahora sólo sabemos nosotros para citarse con otros y pasarse unos cuantos cientos de kilos de sinte-coca, ¿verdad?
- Estoo... si, lo sabéis, pero es un poco peligroso. Son narcos preparados y eso...
- No hay problema, con este arma podemos echar abajo un pequeño avión volando a ras del suelo, digamos que a punto de aterrizar. Nunca nos verán llegar.

No pierdas el control del tesoro (que no es lo mismo que lo anterior)
- Tira un dado más... y... ¡muy bien, premio para el señor! El Campeón Kobold que acabáis de masacrar humillantemente para él y toda su posible descendencia llevaba una Espada Bastarda +5 Vorpalina; que por supuesto no ha visto el momento para usarla en todo el combate. Un aplauso para el caballero.

Nunca dejes la aventura visible y al alcance de tus jugadores
Capítulo II: La Emboscada de los Kobolds. Donde existe un 60% de posibilidades de que 1d10+5 Kobolds embosquen a los personajes en la sección de camino B2 para robarles las joyas mágicas que transporta el que creen que es el Sumo Sacerdote del Templo de Elune.

No concedas dotes al azar
Ese momento en el que en mitad de un glaciar, a tu jugador se le ocurre que su personaje quedaría más molón si se hiciera amigo de un elemental de tierra y se compra la dote "Aliado elemental" y se pasa buscándolo las siguientes 3 sesiones de juego mientras te golpea con el manual en la cabeza y grita "¡Dame a mi amigo o devuélveme mi dote!", ese.

Si algo va a salir mal, haz una señal o algo... no se, ¿tan difícil es?
- Queremos ver a tu jefe.
- Yo soy mi propio jefe.
- Vamos, no me vayas de listillo. Llévanos hasta tu jefe.
- Yo soy mi jefe.
- Mira tío, no tengo tiempo para tontadas. Llévanos hasta tu jefe o me lío a tiros aquí y no se salva ni el apuntador.
- Os lo estoy diciendo, ¡yo soy mi jefe!
- Vale, tú lo has querido (sacando el arma; una orgía de muerte y destrucción se monta en un instante)
Los personajes, al entrar en la guarida de los malos constatan, no sin cierta sorpresa, de que el de la puerta tenía razón. Era su propio jefe.

Evita el momento "Frases Memorables"
Corres el riesgo de que en todas las demás descripciones que hagas, te pregunten siempre lo mismo:

- Y veis que hay un pequeño ventanuco en vuestra celda, al que se puede acceder por esa pequeña escalera.
- ¡Eh! ¿Una escalera? No me habías dicho nada antes de esa escalera. ¿Es normal? ¿Tiene algo de especial? ¿Tiene pinta de estar ahí desde siempre?
- Pues la verdad es que si, de hecho parece que hayan fabricado el castillo alrededor de esa miserable construcción de roca viva. Parece que puedas oír cómo dijeron "eh, mira, una escalera. Vamos a construir un castillo a su alrededor".

Y por último...

Si uno de tus jugadores quiere ponerle nombre a su arma, ¡déjale hombre!
- Y a ti te conceden el arma del caudillo que has derrotado como recompensa.
- Genial, creo que le pondré nombre. Se lo merece pues ha hecho una gran labor.
- ¿Y como la llamarás?
- Yrch Maegovanen, Bienvenidos orcos. Creo que define muy bien la finalidad del arma y lo que pienso hacer con ella.
- ??!?!?!!





lunes, 6 de agosto de 2012

Lost in Translation

Hoy, en la sección "Anécdotas Roleras de Ayer y Hoy"... ¡D&D 3.0!

Rothenebelgor, el semiogro, empujó la pesada losa del altar de un semidiós olvidado, dentro de las catacumbas sagradas de los cultores sectarios que lo adoraban. Con un sonido atronador, la losa cayó al suelo entre una nube de polvo. Farellian la maga, observaba no sin cierta aprehensión el altar abierto preguntándose si no le habría parecido oír un agudo aullido al caer la tapa mientras calmaba con unas palmaditas en el lomo a Sigfrido, su pequeño diablillo familiar. Gornuth, el enano, observaba con cierta incredulidad el altar; habría esperado algo mucho más importante que un puñado de telarañas, oro quizá, joyas puede, al menos un objeto mágico de nivel +1 o superior. El mediano ladrón, cuyo nombre se pierde en la inmensidad del tiempo, sencillamente observaba la escena con gran interés desde detrás de su piedra. Fritz, el arquero drow de inclinaciones afables y cantarinas, observaba junto a Roth, apoyado en su arco.

- ¿No se, no crees master que nos merecemos algo más?
- A mi no me mires, yo sólo soy el que dirige la partida.
- ¿Qué hay dentro, oh master?
- Roth, miras dentro... es lo que entiendo. ¿verdad? (el dado rueda). Creo que se te impone un tiro de salvación de voluntad, muchachote.
- Oh vaya, ¡recorcholis! Bueno, no os preocupéis, tengo una bonificación de +0, no puede pasarme nada (el dado vuelve a rodar y sale lo que nos esperabamos todos).
- (Susurro, susurro, susurro en la oreja de Roth).

El semiogro introdujo la cabeza en el altar y aspiró hondo al ver que, a excepción de una araña no había nada mas, o eso creía él. Al incorporarse se llevó la mano a la cabeza, aturdido, mientras se sacudía ésta miro al grupo.

- ¿Qué te ocurre Roth? - dijo Farellian.
- Nah, no se... estoy como confuso - Dijo despreocupadamente.
- ¡Jajaja! Con Fuso dice, ¿y quién es Fuso? - añadió Gornuth, jovialmente.
- ¿Qué no me oís? ¡Estoy C-O-N-F-U-S-O!
- ¡Jajaja, para ya hombre!

Un segundo más tarde un tajo vertical de un gigantesco mandoble caía sobre Fritz, partiéndolo casi en dos. Sangre por todas partes, entrañas convertidas en extrañas. Un asco.

- ¡Oh dios mio, está confusooooo, confusoooo! - gritaron todos menos Rothenebelgor, el semiogro bueno.

Las galaxias están compuestas por una infinidad de estrellas que giran en torno a su centro. Estas galaxias giran en torno a otras galaxias y éstas, a su vez, lo hacen alrededor de otras. Esas estrellas tienen (o no) pequeñas rocas girando a su alrededor. Estas pequeñas rocas son, en ocasiones, el hogar de vida inteligente (o no) y en aún más contadas ocasiones, de civilizaciones avanzadas (o no). La historia de una civilización está escrita y desarrollada a partir de buenas o malas ideas, algunas más acertadas que otras. Una de estas civilizaciones podría ser la de los medianos. Esta raza, de afable comportamiento y agudos sesos pero de rechoncha complexión tiene sus buenas y malas ideas; sus ancianos han establecido unas pautas de comportamiento, un conocimiento de base para establecer una mínima supervivencia de su especie. Es de necesario cumplimiento para sus miembros, si estos quieren sobrevivir. Es de obligado conocimiento, si se quiere llegar a la edad adulta. Si nuestro mediano ladrón se hubiera molestado en leer sus reglas habría encontrado, perdida entre el montón más grande de ideas absurdas, exactamente entre "No es de caballeros hurgarse entre los dedos de los pies en la mesa, con más gente, mientras comes chocolate" y "Si vas a pedir una jarra de cerveza, que sean dos que yo también tengo sed":

Norma 654 (bis): "No te subas a la espalda de un puto semiogro armado con un mandoble tamaño XXXL y que es capaz de distinguir a amigos de enemigos"

Con un golpe certero e indoloro (bueno quizá sólo durante un momento), la cabeza del mediano salió despedida del cuerpo, en trayectoria parabólica. El mandoble de Roth silbaba al cortar el aire y el grupo de héroes, oh héroes nuestros, salió despavorido en direcciones opuestas. Gritos en la oscuridad. Respiración agitada. Sudor, temblores, ansiedad, maldiciones, juramentos. Aullidos victoriosos del semiogro...

(3 horas antes...)

- Master, eres un limitador, no me dejas hacerme el personaje que me gusta. No veo que hay de malo en hacerme un semiogro, con estadísticas de semiogro (total, sólo sumo +4 a su Fuerza, pero tengo otros penalizadores muy gordos), con un mandoble tamaño semiogro (son solo 3d6 de daño), bla, bla, bla...
- Calla, calla, a mi no me ha dejado que lleve la puerta que sale en la foto de mi personaje, para poder poner pose de maga maligna a mis enemigos; master, ¿te he enseñado ya mi puerta, y mis murcielagos? Mira mira, esta soy yo...
- Pues yo quiero hacerme un explorador elfo oscuro, bueno, que hay precedentes.

II - Cowboy de Medianoche

   La oscuridad llenaba el mundo de León. A pesar de que un zumbido permanente delataba la presencia de un neón encendido, era incapaz de ver absolutamente nada. Durante la guerra en El Salvador de 1997 le rociaron a él y a toda su división con bombas químicas. Muchos de sus amigos, compañeros de fatigas, camaradas desde hacía años, los más afortunados, murieron prácticamente en el acto. Otros, como él, sin embargo no tuvieron tanta suerte. Los gases corroyeron parte de su piel, les provocaron ataques espasmódicos o sencillamente dañaron irremediablemente sus mucosas. Su visión, entre otras cosas, fue decayendo gradualmente. Le aseguraron que perdería la vista en unos pocos meses, años a lo sumo si tenía suerte; y así fue.

   El Destino jugó sus cartas y, como perder la vista de golpe sería poco traumático a la larga, fue desvaneciéndose lentamente primero de un ojo y después de otro, en unos pocos meses quedó ciego más allá de toda esperanza. Sin embargo aún era válido para el ejército; y le quedaban 10 años de contrato. El ejército le ofreció la posibilidad de seguir viendo, así que León aceptó encantado. Sólo tenía que someterse a cirugía. Ya que sus ojos hasta llegar al nervio estaban completamente destrozados por la química tuvieron que reimplantarle todo un nuevo sistema. Dos enormes "ojos" cibernéticos, de los primeros de su clase, copia de un sistema soviético aún más voluminoso le tapaba la mitad superior de la cara. Era como si hubieran puesto sobre sus ojos dos pequeños cubiletes para los dados sujetos por una tira de titanio que rodeaba su cráneo, dejando un feo bulto allá por donde pasaba. Ser soldado no significaba necesariamente estar guapo y eso a León, por esos momentos, no le importaba.

   El zumbido del neón llenaba todo y con el tiempo llegó a hacerse molesto aunque no sabía si realmente si esto se debía a que los calmantes estaban dejando de hacer efecto o si llevaba demasiado tiempo ahí. Intentó incorporarse, pero no pudo levantar la cabeza, que debía aún tener sujeta. Al intentar mover sus brazos notó que debía estar atado también, que se hubieran tomado tantas molestias por mantenerlo sujeto no dejaba de ser preocupante pero en el fondo sabía que debían hacerlo, todo era por su bien, pero el tiempo pasaba lentamente y el encontrarse incapaz de hacer nada lo estaba poniendo nervioso; los nervios fueron los que acabaron con su carrera en el ejército.

   Tras la operación regresó a su antigua compañía, sus amigos (los que sobrevivieron) estaban allí esperándole. Gracias a la rudimentaria, pero precisa nueva óptica, era capaz de acertar entre los dos ojos a un mosquito a quinientos metros de distancia sin ayuda de  teleobjetivo alguno. Ser de nuevo útil, aunque fuera para el ejército, le hacia sentir bien. Todas sus misiones terminaban con éxito. Era el primero entre sus compañeros, que ya no sus iguales, puesto que él se encontraba en otra escala. Utilizaba su tiempo libre para trabajos por cuenta propia. Pequeños encargos que le dejaban una sustanciosa cantidad de dinero, tanto más daba en América, Europa o Asia. Llegaba, extraía o liquidaba a su objetivo y se marchaba antes de que alguien empezara a realizar preguntas incomodas. Entonces empezaron los temblores.

   'Todo experimento tiene sus riesgos.' Le dijeron los doctores, si no retiraban el implante corría el riesgo de sufrir un colapso neurológico irreversible. Podría quedar vegetal de la noche a la mañana para el resto de su corta vida, pues el ejército no pagaría por mantener a un vegetal para siempre. Así que lo volvieron a llevar a la mesa de operaciones y allí le extrajeron los implantes. Tal como le fue concedido de nuevo el don para ver se le arrebató. Una vez el post-operatorio concluyó lo licenciaron, lo montaron en un avión con otras personas, aún con el vendaje en los ojos puesto y lo dejaron en tierra, en alguna parte, con lo puesto y una carta con la que le agradecían sus años de "fiel servicio". 'Hijos de puta', León se forzó a sonreír al recordarlo una vez más. 

   Ciego y con apenas dinero en metálico, sin saber donde se encontraba hizo lo que pudo. Se arrastró hasta una cabina y llamó a un taxi. Le pagó un extra para que lo llevara a un "carnicero" y una vez allí negoció un precio por una operación rápida, dos mil dolares por unos ojos de segunda mano; sin preguntas. Cuando despertó de nuevo, en un taxi camino a ninguna parte. Llevaba solamente lo puesto, una bata mugrienta y sus zapatos. Su rostro era tan grotesco que, cuando el taxista lo vio incorporarse a punto estuvo de estrellar su coche de la impresión. Se sentía la cara hinchada pero veía, o al menos tenía la sensación de que lo haría pronto, cuando el mundo a su alrededor dejara de ser una bruma lechosa, sin detalles, y dejara de oscilar. El taxista lo dejó frente a un edificio, en la lengua de la calle le dijo 'Ataudes Shin.' señalando al edificio, y esperó a que bajara torpemente. 'Desde luego que ese médico tenía un extraño sentido del humor.' Recordó pagar una noche en un cubículo con un billete sujeto por un alfiler que tenía sujeto en la bata. Hacía un millón de años de eso, pero lo recordaba como si fuera ayer. Oyó la puerta de la habitación abrirse un instante. Dos personas entraron. Uno de ellos, por su andar, debía ser casi un anciano. La otra olía a rosas. Fue el anciano el que habló primero.
   'Veamos... Leonard McEroy. Varón de 32 años. Vino por un injerto óptico, ¿verdad?'
   'Si...', dijo no sin cierta dificultad.
   'Bien, Gloria por favor, acerque el monitor. Dos injertos Kodak 210D, con sus complementos de la edición LuxuMerc, no escatima usted en gastos, ¿no es así señor McEroy?'
   'No es asunto suyo.'
   'No, desde luego, solo vengo a evaluar el éxito de la operación. Voy a conectarlo a un monitor para comprobar que el sistema este funcionando bien, si no le importa.'
   'Por favor, siéntese como en casa.'
   'Jeeje... genial, genial. Veamos que tal va esto.'
   Gloria introdujo una clavija en el conector de la base de su cráneo. El monitor comenzó a emitir una serie de pitidos. El anciano murmuraba para sí mientras Gloria, dejando un rastro de rosas tras de sí, se puso a su espalda. Al poco empezó a notar menos presión en su cabeza hasta que la sintió libre.
   'Todo parece normal, si... jeeje. Creo que ya está preparado, señor McEroy.'
   'Genial, empezaba a echar de menos mi casa.'
   'Es usted todo un bromista, ¿eh? Jeeje. Esta es la parte que más me gusta. ¡Hágase la luz!'
   '¿Eh?' fue todo lo que le dio tiempo a decir a León antes de que el dolor le cegara.
   León sintió como si hubieran encendido una televisión y el se encontrara dentro del tubo de imagen. Un dolor extremo le taladró el cerebro durante un instante, justo antes de que la imagen se fijara. El anciano estaba detrás del monitor, calibrando y ajustando la óptica; notaba como el brillo y el contraste cambiaban sutilmente; cómo los colores cambiaban de tonalidad. Vio como los huesudos dedos del anciano se movían frenéticamente, tecleando, ajustando niveles hasta que su visión fue, sencillamente, perfecta.
   'Es un buen trabajo señor McEroy, no me lo puede negar. Lo que ha pagado usted es calidad máxima. Felicidades, jeeje.'
   'No se olvide de comprobar los "extras" incluidos. Tienen una garantía limitada, la óptica sin embargo tiene una garantía de por vida.'
   'Lo haré en cuanto tenga la oportunidad, ¿donde está mi ropa?'
   'Por favor, sígame.' Gloria desconectó la clavija y lo llevó hasta la habitación contigua bajo la mirada del anciano.
   'Señor McEroy, ¿podría responderme a una pregunta?'
   'Depende'
   '¿Para que quiere un ejecutivo un sistema óptico completo LuxuMerc y una gabardina de kevlar?'

   León observó la ciudad a través de la ventana del vestidor. Más allá se encontraban los grandes edificios de las corporaciones; el centro de la ciudad, que brillaba como una supernova con millares de tonalidades. Dentro, la habitación olía a rosas. Se enfundó una manga de la gabardina y sonrió.