Historias de la Calle


I - Lágrimas en la Lluvia


   «Caí durante una eternidad. Sólo recuerdo haber caído un tiempo infinito por esta realidad de neón e impulsos eléctricos. No es el ciberespacio, he estado allí antes y esto es distinto. Lo recuerdo todo. Decidí un día que no podía más, que nada me importaba y que no le importaba a nadie. Debía poner remedio a todo esto.   Decidí salir a lo grande de allí, no sin antes llevar a cabo mi última idea. Entré en las cuentas privadas y en las de la corporación de mi padre y las vacié: números de cuentas, información confidencial, todo lo que cayó en mis manos y cupiera en mi implante de memoria. Quizá a mi padre no le pareciera tan buena idea pero se lo merecía.
   Más tarde quedé con un amigo y le pedí "el mayor favor que pudiera pedirle a nadie". Necesitaba que él mismo diera el último paso por mí, necesitaba que me "desconectara" del mundo. Quedamos en una mugrienta habitación de hotel cercana a las Tierras de Nadie - la Zona de Combate, como la llamaban los románticos.También recuerdo que hicieron falta muchas dosis de sinte-coca y alcohol para reunir las fuerzas para hacerlo.   Pusimos la música a todo volumen, tan alto que notaba como vibraba todo mi cuerpo con cada nota. Todo fue como un ritual. Lentamente enchufé mis conectores al cibermódem mientras, con los ojos cerrados, marcaba el número de teléfono para iniciar la conexión.»

Slide down to the darkness,

your body lying down next to mine.

Toxic waste running through my veins 
chargin' me of adrenaline...


   «Mantuve el dedo sobre el botón de "Marcar" durante un momento mientras entonaba la letra de la canción. Mi amigo estaba a mi lado y sujetaba mi mano con firmeza. Su sudor y el mío nos delataban mutuamente pero pronto no iba a importar nada de eso. Subimos la música un poco más. Comenzaron a aporrear la puerta. Él me miró y yo le observe durante un instante mientras oprimía el botón. Todo pareció detenerse en un momento. La música sonaba distorsionada, lejana y me hacía flotar. Los golpes en la puerta no eran más que tenues toques cada vez más lejanos.
   Encendí la videocámara de la habitación. Mi amigo se incorporaba mientras me sujetaba la mano. Le vi arrancar el primer conector de mi brazo y noté un agudo dolor allí donde debería estar. Cuando se disponía a hacer lo mismo con mi conector de mi espina dorsal la puerta estalló y entraron ellos. No los conocía. Probablemente fueran los vecinos. Un golpe en el cuello y terminó todo. Mi amigo cayó inerte junto a mi. Mi conector... en su mano... duele... quiero gritar...»


   «Estática. Todo está negro. Ya no caigo. Levanto mis manos y puedo verme. Miro arriba y de repente lo veo. Luz incandescente blanca y viene hacia mi. Quiero moverme y no puedo...
   Un trueno lejano me despierta. La lluvia golpea en el cristal de la ventana de algún edificio de alguna ciudad. Es de noche y estoy a oscuras. Las luces de neón de algún cartel rojo brillan en el exterior del edificio. Veo la ciudad desde mi cama. Me levanto de la cama y me caigo. Observo mis extremidades, donde antes había músculos y carne ahora no hay más que unas tiras de piel pegadas a los huesos; me doy cuenta de que debo estar en algún hospital y que he tenido que pasar mucho tiempo en esa cama.
   La habitación huele a sudor rancio y snacks de patata. Alguien ha estado bebiendo algunas cervezas y ha dejado su chaqueta en una silla. Camino hasta la ventana y noto algo tira de mi. Es entonces cuando me doy cuenta de que estoy unida a una máquina desde mi espalda. Tiro una, dos, tres veces hasta que los cables y tubos se sueltan. Y miro por la ventana, veo como la lluvia crea un mosaico en el cristal sólo interrumpido por ríos de agua que corretean sin ningún patrón.
   Otro rayo y veo la ciudad abajo. Debo estar en el Centro Corporativo de Night City. Antes de que me pregunte por qué la puerta se abre de golpe. Un hombre corpulento entra en la habitación mientras parece que me grita aunque no le oigo. Señala la cama y me señala a mi. Observo las barras de la cama del hospital y veo unas esposas. Me miro las muñecas y veo las marcas. Él sigue gritando.
   Sigo sin hacerle caso y el tipo se pone nervioso. No parece gustarle lo que ve ya que corre donde dejó su chaqueta y saca una porra extensible. Viene a por mi con intención de dejarme inconsciente. Yo me llevo las manos a la cara y grito. No entiendo nada. Los cristales me rocían la espalda y los bajos de mi bata se enredan entre mis piernas. Levanto la cabeza y lo que veo me deja perpleja.
   El hombre que había entrado yace en el suelo. La mano que intenta agarrar de nuevo la porra tiembla espasmódicamente mientras se desangra por los oídos, la nariz, los ojos. Levanto la mirada y veo dos más que han entrado, debo haber armado demasiado jaleo. Estos vienen preparados y llevan pistolas. Me muevo hacia ellos y es entonces cuando disparan. Media docena de balas se estrellan a pocos centímetros de mi cara.
   Es entonces cuando veo su cañón humeante, la recámara de su arma, el siguiente proyectil a punto de ser disparado y entonces sucede. Su arma explosiona en la mano, arrancándosela de cuajo y les dejo ahí en el suelo retorciéndose de dolor.»

   «De nuevo esa sensación de estar cayendo y me encuentro en la calle. Estoy en un callejón mugriento de Night City. La ciudad brilla como un millar de estrellas tras el velo de la lluvia sucia, incesante. Me duele la cabeza. Ando como entre tinieblas, tambaleándome y tropezando con otras personas que me miran, incrédulas. No puedo más y me dejo vencer por el dolor agudo que me taladra las neuroconexiones. El mundo es un estallido de azul eléctrico y es entonces cuando veo su cara, como un holograma que me dice – ¿Eh, estás bien, chica?»



II - Cowboy de Medianoche



   La oscuridad llenaba el mundo de León. A pesar de que un zumbido permanente delataba la presencia de un neón encendido, era incapaz de ver absolutamente nada. Durante la guerra en El Salvador de 1997 le rociaron a él y a toda su división con bombas químicas. Muchos de sus amigos, compañeros de fatigas, camaradas desde hacía años, los más afortunados, murieron prácticamente en el acto. Otros, como él, sin embargo no tuvieron tanta suerte. Los gases corroyeron parte de su piel, les provocaron ataques espasmódicos o sencillamente dañaron irremediablemente sus mucosas. Su visión, entre otras cosas, fue decayendo gradualmente. Le aseguraron que perdería la vista en unos pocos meses, años a lo sumo si tenía suerte; y así fue.

   El Destino jugó sus cartas y, como perder la vista de golpe sería poco traumático a la larga, fue desvaneciéndose lentamente primero de un ojo y después de otro, en unos pocos meses quedó ciego más allá de toda esperanza. Sin embargo aún era válido para el ejército; y le quedaban 10 años de contrato. El ejército le ofreció la posibilidad de seguir viendo, así que León aceptó encantado. Sólo tenía que someterse a cirugía. Ya que sus ojos hasta llegar al nervio estaban completamente destrozados por la química tuvieron que reimplantarle todo un nuevo sistema. Dos enormes "ojos" cibernéticos, de los primeros de su clase, copia de un sistema soviético aún más voluminoso le tapaba la mitad superior de la cara. Era como si hubieran puesto sobre sus ojos dos pequeños cubiletes para los dados sujetos por una tira de titanio que rodeaba su cráneo, dejando un feo bulto allá por donde pasaba. Ser soldado no significaba necesariamente estar guapo y eso a León, por esos momentos, no le importaba.

   El zumbido del neón llenaba todo y con el tiempo llegó a hacerse molesto aunque no sabía si realmente si esto se debía a que los calmantes estaban dejando de hacer efecto o si llevaba demasiado tiempo ahí. Intentó incorporarse, pero no pudo levantar la cabeza, que debía aún tener sujeta. Al intentar mover sus brazos notó que debía estar atado también, que se hubieran tomado tantas molestias por mantenerlo sujeto no dejaba de ser preocupante pero en el fondo sabía que debían hacerlo, todo era por su bien, pero el tiempo pasaba lentamente y el encontrarse incapaz de hacer nada lo estaba poniendo nervioso; los nervios fueron los que acabaron con su carrera en el ejército.

   Tras la operación regresó a su antigua compañía, sus amigos (los que sobrevivieron) estaban allí esperándole. Gracias a la rudimentaria, pero precisa nueva óptica, era capaz de acertar entre los dos ojos a un mosquito a quinientos metros de distancia sin ayuda de  teleobjetivo alguno. Ser de nuevo útil, aunque fuera para el ejército, le hacia sentir bien. Todas sus misiones terminaban con éxito. Era el primero entre sus compañeros, que ya no sus iguales, puesto que él se encontraba en otra escala. Utilizaba su tiempo libre para trabajos por cuenta propia. Pequeños encargos que le dejaban una sustanciosa cantidad de dinero, tanto más daba en América, Europa o Asia. Llegaba, extraía o liquidaba a su objetivo y se marchaba antes de que alguien empezara a realizar preguntas incomodas. Entonces empezaron los temblores.

   'Todo experimento tiene sus riesgos.' Le dijeron los doctores, si no retiraban el implante corría el riesgo de sufrir un colapso neurológico irreversible. Podría quedar vegetal de la noche a la mañana para el resto de su corta vida, pues el ejército no pagaría por mantener a un vegetal para siempre. Así que lo volvieron a llevar a la mesa de operaciones y allí le extrajeron los implantes. Tal como le fue concedido de nuevo el don para ver se le arrebató. Una vez el post-operatorio concluyó lo licenciaron, lo montaron en un avión con otras personas, aún con el vendaje en los ojos puesto y lo dejaron en tierra, en alguna parte, con lo puesto y una carta con la que le agradecían sus años de "fiel servicio". 'Hijos de puta', León se forzó a sonreír al recordarlo una vez más. 

   Ciego y con apenas dinero en metálico, sin saber donde se encontraba hizo lo que pudo. Se arrastró hasta una cabina y llamó a un taxi. Le pagó un extra para que lo llevara a un "carnicero" y una vez allí negoció un precio por una operación rápida, dos mil dolares por unos ojos de segunda mano; sin preguntas. Cuando despertó de nuevo, en un taxi camino a ninguna parte. Llevaba solamente lo puesto, una bata mugrienta y sus zapatos. Su rostro era tan grotesco que, cuando el taxista lo vio incorporarse a punto estuvo de estrellar su coche de la impresión. Se sentía la cara hinchada pero veía, o al menos tenía la sensación de que lo haría pronto, cuando el mundo a su alrededor dejara de ser una bruma lechosa, sin detalles, y dejara de oscilar. El taxista lo dejó frente a un edificio, en la lengua de la calle le dijo 'Ataudes Shin.' señalando al edificio, y esperó a que bajara torpemente. 'Desde luego que ese médico tenía un extraño sentido del humor.' Recordó pagar una noche en un cubículo con un billete sujeto por un alfiler que tenía sujeto en la bata. Hacía un millón de años de eso, pero lo recordaba como si fuera ayer. Oyó la puerta de la habitación abrirse un instante. Dos personas entraron. Uno de ellos, por su andar, debía ser casi un anciano. La otra olía a rosas. Fue el anciano el que habló primero.
   'Veamos... Leonard McEroy. Varón de 32 años. Vino por un injerto óptico, ¿verdad?'
   'Si...', dijo no sin cierta dificultad.
   'Bien, Gloria por favor, acerque el monitor. Dos injertos Kodak 210D, con sus complementos de la edición LuxuMerc, no escatima usted en gastos, ¿no es así señor McEroy?'
   'No es asunto suyo.'
   'No, desde luego, solo vengo a evaluar el éxito de la operación. Voy a conectarlo a un monitor para comprobar que el sistema este funcionando bien, si no le importa.'
   'Por favor, siéntese como en casa.'
   'Jeeje... genial, genial. Veamos que tal va esto.'
   Gloria introdujo una clavija en el conector de la base de su cráneo. El monitor comenzó a emitir una serie de pitidos. El anciano murmuraba para sí mientras Gloria, dejando un rastro de rosas tras de sí, se puso a su espalda. Al poco empezó a notar menos presión en su cabeza hasta que la sintió libre.
   'Todo parece normal, si... jeeje. Creo que ya está preparado, señor McEroy.'
   'Genial, empezaba a echar de menos mi casa.'
   'Es usted todo un bromista, ¿eh? Jeeje. Esta es la parte que más me gusta. ¡Hágase la luz!'
   '¿Eh?' fue todo lo que le dio tiempo a decir a León antes de que el dolor le cegara.
   León sintió como si hubieran encendido una televisión y el se encontrara dentro del tubo de imagen. Un dolor extremo le taladró el cerebro durante un instante, justo antes de que la imagen se fijara. El anciano estaba detrás del monitor, calibrando y ajustando la óptica; notaba como el brillo y el contraste cambiaban sutilmente; cómo los colores cambiaban de tonalidad. Vio como los huesudos dedos del anciano se movían frenéticamente, tecleando, ajustando niveles hasta que su visión fue, sencillamente, perfecta.
   'Es un buen trabajo señor McEroy, no me lo puede negar. Lo que ha pagado usted es calidad máxima. Felicidades, jeeje.'
   'No se olvide de comprobar los "extras" incluidos. Tienen una garantía limitada, la óptica sin embargo tiene una garantía de por vida.'
   'Lo haré en cuanto tenga la oportunidad, ¿donde está mi ropa?'
   'Por favor, sígame.' Gloria desconectó la clavija y lo llevó hasta la habitación contigua bajo la mirada del anciano.
   'Señor McEroy, ¿podría responderme a una pregunta?'
   'Depende'
   '¿Para que quiere un ejecutivo un sistema óptico completo LuxuMerc y una gabardina de kevlar?'

   León observó la ciudad a través de la ventana del vestidor. Más allá se encontraban los grandes edificios de las corporaciones; el centro de la ciudad, que brillaba como una supernova con millares de tonalidades. Dentro, la habitación olía a rosas. Se enfundó una manga de la gabardina y sonrió.



III - Un Blues para Red



   Bajaba por el haz de conexión como un rayo de luz. El ciberespacio se extendía frente a él, visto desde arriba no parecía tan impresionante. Podía observar las cuadrículas desde su posición y las construcciones que las rellenaban con figuras en algunos casos irreales; en otros fieles reproducciones de la entidad física a la que representaban. Veía también otros puntos viajar entre ellos, algunos descendían como él, todos ocupados como hormigas yendo a un lado u otro. Cuántos de ellos irían para realizar algo ilícito, no podría saberlo pero se imaginaba que quién más o quien menos estaría cometiendo algún tipo de falta. Se imaginaba cuántos de ellos habrían robado alguna contraseña alguna vez para entrar en alguna página restringida y si se la habría proporcionado él. También se preguntaba cuantos intentos de netrunner estarían afanándose en piratear algún sitio web con su patética consola de niño consentido.

   Él sin embargo era un veterano, un netrunner experimentado, un hacker con muchas intervenciones a su espalda. Solía compararse con esa gente y referirse a sí mismo, cuando era más joven como un dios para ellos. No en vano se puso hace años el alias de Red en un arrebato de egocentrismo infantil, aunque eso fue hace mucho tiempo, una eternidad y optó por otro nombre menos presuntuoso aunque también cargado de significado, Red, ya que aunque solo tenía 28 años, llevaba más de 15 navegando por el ciberespacio. Cuando empezó sólo tenía un módem de marcación por pulsos y un antiguo ordenador personal; ni siquiera existía el ciberespacio tal y como lo conocía hoy. Cometió su primera intrusión cuando tenía sólo 15 años. Le llevó toda una noche burlar la seguridad del sistema y consiguió extraer información muy delicada de la por entonces pequeña Corporación Gibbons. Nada especialmente importante, sólo una cadena incompleta de números de cuentas bancarias no demasiado legales en algún paraíso fiscal. Sin embargo, dada su inexperiencia, dejo un rastro que aunque muy sutil, fue suficiente para que los netrunners de la Corporación consiguieran dar con él y enviar a unos hombres para hacerle llegar un mensaje.

   Pero eso fue hace mucho tiempo y ahora un tipo diferente, más experimentado. El ciberespacio era como una segunda piel y allí residían todos sus amigos. Aunque hoy era todo diferente, hoy iba de caza. No sabía que tocaba hoy, puede que un banco, una corporación o quizá se dedicaría a trastornar las comunicaciones de alguna empresa de telefonía. Deambularía por la red central de Night City hasta encontrar algo que le apeteciera. Al fin y al cabo, era *casi* el amo del lugar. Finalmente vio algo que le gustó. Se detuvo frente a la sede en el ciberespacio de la Corporación Gibbons y quiso recordar viejos tiempos.
   Rodeó la sede y activó los programas de rastreo. Unas gafas poliédricas se crearon a la altura de los ojos de su avatar y comenzó a buscar un punto débil en el código fuente que hacia de muralla exterior. Le llevó un rato pero lo encontró; camuflado como una rejilla de alcantarillado junto a la estructura, se encontraba una puerta oculta. Era hora de pasar a la acción, creó un pequeño programa sobre la marcha que le permitió generar una rutina de desencriptación necesaria, con la forma de una palanca. Con el tiempo aprendió a pensar en términos del ciberespacio y veía que programar tomando como referencia objetos físicos que se adecuaran a la tarea a desarrollar lo hacía todo más fácil.
   
   Así fue, introdujo la palanca en la rejilla y rápidamente tuvo un punto de entrada; se había saltado la contraseña. Sabía que tenia que actuar rápido a partir de ese momento. Se dejó caer y al momento se encontró en un sótano; una especie de trastero a raíz del desorden de información que estaba encontrando. Documentos antiguos, citas y operaciones de hacía años era todo lo que componía la habitación donde se encontraba así que dedujo que debía tratarse de algún tipo de servidor en desuso o de salvaguarda de datos. Fuera lo que fuese, no le interesaba lo más mínimo así que debía avanzar a otro nivel. Ejecutó un programa de gusano y fue avanzando rápidamente entre las diferentes secciones del sistema, buscando material más jugoso. Tuvo que reconocer que todo estaba muy bien montado. Habían empleado un dineral en que todo pareciera casi real; incluso tenía una pequeña Multitud que poblaba la realidad virtual del sistema. La gente paseaba por los pasillos del edificio y hablaba entre sí. Los mas avispados incluso lo saludaban como uno más.
   Sin embargo, no podía dejar de tener la sensación de sentirse vigilado. A veces notaba que alguien lo observaba, pero cuando se giraba allí no había nadie más que él y la realidad virtual. Pronto la sensación desapareció como vino, cuanto más se adentraba en el sistema más solo se encontraba. Y así llegó hasta un nivel superior y tras una puerta con un gran rótulo que anunciaba "SOLO PERSONAL AUTORIZADO" se deslizó como una sombra.
   Todo iba como la seda. Códigos de seguridad, pasar desapercibido y nada más. Aunque lo que encontró tras la puerta lo puso sobre alerta. Una habitación vacía, de un blanco nuclear se extendía ante él. «¿Quién eres y que haces aquí?», resonó  una voz de mujer en su cabeza. «No se su pone que debas estar aquí, vete», repitió la voz. «Debe ser algún tipo de alerta automático, será mejor que me de prisa, no merece la pena que me pillen aquí. No es posible que toda esta habitación esté aquí, vacía y que hayan creado todo esto para nada. Aunque podría ser que la intimación y los archivos estuvieran camuflados.» Saco de su bolsillo un bote de spray de pintura y lo roció frente a él. Al momento un puñado de archivos aparecieron manchados por la pintura revelando jugosa información que seguro podría aprovechar de algo.
   Al desaparecer el camuflaje también quedó algo más al descubierto. El sistema de seguridad también disponía de un sistema para ocultarse. Un enorme perro de ojos rojos lo observaba desde detrás de un montón de archivos y al quedar a descubierto se abalanzó contra el hacker lanzando dentelladas salvajes. Rápidamente activó sus defensas; al momento una armadura que podría haber salido de cualquier película de ciencia ficción se interpuso entre los terribles dientes de la criatura y el brazo izquierdo del netrunner. Un filo incandescente se generó en la mano del hacker y atravesó el cuerpo del animal, descomponiéndose inmediatamente. Se giró de inmediato, buscando la salida, pero había desaparecido. Estaba encerrado en esa infinidad blanca nuclear. Y allí, de pie, en mitad de la nada, se encontraba ella.

Era una imagen velada de una muchacha. Se encontraba de espaldas a el, justo delante de un punto de luz que juraría no estaba allí antes la última vez que miró. La chica no parecía haber reparado en él así que decidió acercarse a ella con cautela. La muchacha permanecía rígida mirando el punto de luz, como si no existiera nada más en el mundo que eso. Red se quedó observándola durante un instante, junto a ella pero no movió un músculo. La chica levantó una mano y acercó un dedo al punto de luz que parpadeó un instante. El netrunner observó el punto con interés, parecía haber algo en él; casi podía ver algo en su interior cada vez que emitía un pulso. Volvió a mirarla y sus ojos se cruzaron, los de ella de azul incandescente, brillantes como las luces de neón, lo miraba con despreocupación. Lentamente dirigió uno de sus dedos a la boca del hacker en un signo de que guardara silencio y con sus ojos señaló un punto a su espalda. Red se giró y vio como varios programas de defensa del sistema estaban integrándose en ese mismo espacio en blanco; le estaban buscando a él... ¿o puede que a ella?

Volvió a buscarla, pero no la encontró. El punto de luz seguía pulsando incesantemente y fue a verlo más de cerca. Casi podía ver lo que estaba más allá pero no tenía más tiempo y había algo más importante a lo que atender: la seguridad del sistema se encontraba buscándole y no tenía salida alguna por la que escabullirse. Se giró para encararse a sus oponentes, esta vez el sistema había enviado algo más potente en su busca. Dos Perros Guardianes y un Asesino estaban buscándole; pero al momento podía ver como uno, dos, tres, cuatro programas más estaban a su alrededor, rastreando su ubicación. Sin salida posible sólo le quedaba luchar, aunque no creía que pudiera salir bien de esta, siete oponentes eran muchos y suponía que estos irían dirigidos por otros netrunners (si bien alguno podría serlo disfrazado). Encendió la hoja incandescente de su mano y se preparó para recibir el primer ataque, por suerte esto no era la realidad y los programas sólo podían rastrear a una distancia relativamente corta. El primer programa atacó y Red golpeó con su filo a éste, que cayo convertido en un amasijo humeante de información descompuesta.
   Cuando el segundo se disponía a atacar una fuerza invisible lo empujó hacia un lado pero Red no pudo cantar victoria. En seguida notó como los demás programas, él incluído, empezaban a deslizarse hacia un punto de la habitación. Por supuesto que Red sabía hacia donde iban: la pequeña señal de luz brillaba más potente que un millar de soles juntos, tanto que el netrunner comenzó a sentir dolor físico en sus propios ojos, mucho más arriba, mucho más lejos de donde se encontraba en esos momentos. La luz estaba absorbiendo todo lo que había a su alrededor hacia si, pero ¿hacia dónde?. Red intentó sujetarse a lo primero que encontrara, pero no había donde hacerlo. Uno tras otro, los programas fueron abandonando el sistema por un agujero y Red podía ver como se desintegraban al atravesar el punto de luz. A él no podría pasarle lo mismo, no iba a pasarle.

La luz emitió un último pulso y desapareció. Silencio. El blanco entorno donde se encontraba permaneció imperturbable por un momento que pareció una eternidad. El netrunner se quedó quieto, sentado en el suelo perplejo por lo que había ocurrido y entonces todo se rompió. Cayó como una exhalación a través de los niveles inferiores del sistema informático, que se desmoronaba a su paso. Se estampó bruscamente contra el "suelo" mientras las cadenas de información caían como una lluvia de datos luminosos a su alrededor que se perdían al entrar en contacto con la superficie del ciberespacio. Miró hacia arriba un momento para ver que se encontraba fuera de la estructura de Gibbons y que parte de ella había sido desgarrada como si hubieran demolido parte de un edificio. Frente a él volvía a estar la muchacha, arrodillada en el suelo. Inmóvil; desvalida. Brilló un momento y desapareció. La ciberterminal le avisó de que le estaban rastreando una vez más. «Netwatchers, mejor será que me largue de aquí.» Desconectó la sesión y voló por encima de los edificios una vez más.



IV - La Dama y el Vagabundo de Metal

   El aire húmedo y cálido del anochecer en pleno mes de Julio recibió a León mientras salía de la clínica por la puerta trasera. Se dirigió entre la penumbra de las luces del aparcamiento hacia donde había aparcado su motocicleta. El viento se arremolinaba y levantaba puñados de papeles a su paso mientras, en el horizonte, podía observar como un cúmulo de nubes grises se iban aproximando a la ciudad amenazando con una fuerte tormenta eléctrica. El cielo se iluminaba por los relámpagos esporádicos en el horizonte y el aire se cargaba de estática, y el olor a humo y asfalto. Decidió probar sus recién adquiridos ciberópticos; un par de nuevos ojos totalmente similares a unos auténticos salvo un casi imperceptible logotipo de la marca fabricante en la pupila. Comprobó que tanto la visión nocturna cómo el sistema de infrarrojos funcionaba a la perfección. Quedó bastante satisfecho; el resto del paquete debería esperar.
   Dejo atrás un coche donde una pareja se lo estaba montando en el asiento trasero. Eso le recordó el tiempo que llevaba sin irse a la cama con nadie; cuánto hacía que no compartía nada con nadie. Fue un pensamiento fugaz, casi imperceptible y que apenas dejó huella en su estado de ánimo. Se preguntó si era pena lo que sentía en ese momento. No alcanzó a comprender qué había sentido en ese instante. Por suerte o desgracia para él, se había empezado a acostumbrar a tener ciertos sentimientos embotados, lo cual para su trabajo no era un mal asunto del todo; pero era una situación que se estaba volviendo cada vez más frecuente.

Cuando llegó a la altura de su motocicleta se detuvo un último instante para observar la tormenta qué se avecinaba. Buscó las llaves y montó en el vehículo, una robusta máquina, remodelada a partir de una motocicleta del ejército similar a la qué utilizo durante la guerra. No era tan estilosa como las nuevas motocicletas, ni tan brillante o tan económica. Era un vehículo vestigio de otro tiempo, construido a partir de otras motos, civiles y del ejército, desechadas, destartalada pero fiable. Era un fiel reflejo de en lo que él se había convertido; había ido sustituyendo poco a poco su carne por metal y materiales sintéticos: procesadores neuronales para reemplazar sus nervios perdidos y mejorar sus reflejos, chips para adquirir en días habilidades que le llevaría años perfeccionar, amplificación auditiva, piel sintética...
   Le llevó un buen rato recordar todos los cambios que se había hecho. La tormenta lo alcanzó mientras recordaba sobre su moto aún en el aparcamiento. Las primeras gotas de una lluvia cálida lo trajeron de vuelta de sus pensamientos. Observó cómo la lluvia manchaba sus guantes y las mangas de su gabardina, no era una lluvia límpida y clara como lo hubiera sido en el pasado si no una lluvia amarillenta y aceitosa. La ciudad se emborronó en unos segundos tras la cortina de agua. Las luces de neón de los anuncios de corporaciones y negocios de la calle daban a la ciudad un aspecto irreal, como si estuviera observándolo todo a través de un monitor viejo y desgastado.
   Por encima del ruido de fondo de la ciudad escuchó otro sonido, como algo que cortara el aíre a su paso. Un estrepitoso golpe partió el alero del aparcamiento donde se encontraba cuando el cuerpo de alguien lo atravesó. León dejó su motocicleta y corrió hasta donde se encontraba ella. Había trozos de cristal por todos lados, había arrancado un trozo de techo y dejado el suelo marcado con su silueta. Era una muchacha, no tendría más de veinte años que aún vestía esa ropa horrible del hospital y parecía de una sola pieza. De la base del cuello, las sienes y las extremidades le colgaban cables que parecían pertenecer a algún tipo de máquina clínica. Se acercó a ella y el vello del cuerpo se le erizó, desprendía un calor extraño. Trataba de incorporarse torpemente, le miró como si no estuviera allí, delante suyo.

   '¿Eh, estás bien, chica?', le preguntó León pero no hubo respuesta. El agua se colaba por el agujero del techo, calándole la ropa y pegándole el pelo a la cara. Tenía un aspecto famélico, un rostro de ojos hundidos y la piel pálida y lacerada de alguien que hubiera pasado mucho tiempo tumbado en una cama del hospital. Entonces se preguntó de dónde había salido. Miró hacia arriba, a través del techado y vio una ventana rota arriba, muy arriba. Claramente enfocó la ventana rota, más allá del piso 20 del edificio que tenía sobre él. Los jirones de las cortinas se sacudían fuertemente por el viento y vio también como alguien los observaba desde arriba. La chica le sujetó del pantalón y tiró de él. León se giró hacia ella y, sujetándola por un brazo la levantó. La chica no era más que un muñeco de trapo entre sus brazos, con unas piernas demasiado delgadas como para mantenerse en pie, la cabeza caída hacia un lado y el rubio pelo húmedo sobre la cara y ojos. Debió ser bonita antes, pero le habían rapado las sienes para ponerle dos pares de conectores interfase a cada lado que aún le colgaban de la cabeza. Dos ojos azul intenso lo miraban fijamente desde un rostro que destilaba dolor y miedo. Le apretó de los brazos con sus débiles manos hasta incorporarse, su voz salió como un susurro.
   'Ayu... ayúdame', le dijo al oído la chica mientras le rozó la cara con las manos. Un relámpago cruzó entre ambos y León sintió de nuevo la sensación de que se le erizaban la piel. Notó un nuevo subidón de la carga estática en el ambiente a su alrededor. La puerta trasera del aparcamiento se abrió una vez más y de ella salieron tres hombres armados. «Seguridad del edificio»
   'Aléjese de la chica y retroceda con las manos donde podamos verlas', mientras apuntaban a León con sus armas cortas automáticas. Bien visible estaba el uniforme de la Corporación Gibbons y los tres llevaban un comunicador mastoideo que los mantenían en contacto en todo momento con la base.
   'Eh, no quiero problemas aquí, la chica cayó y yo solo...'
   'No volveremos a repetirlo, suelte a la chica y retroceda con las manos en alto.'
   León observó unos instantes a los guardias, gorilas sobremusculados que no sobrepasarían en mucho los veinte años. Sujetaban las armas con la seguridad de quien no ha tenido que enfrentarse nunca con la situación de matar a alguien. Llevaban armas de un calibre considerable pero apenas poco más que un mono de tejido reforzado y un chaleco antibalas. Dio un rápido vistazo al pase identificativo de uno de los guardias y avanzó unos pasos con las manos alzadas, dejando a la chica detrás suyo.
   'Disculpa... Scott, ¿así te llamas? No tengo ni la más remota idea de lo que está pasando aquí y vosotros no parecéis del tipo de personas que hacen muchas preguntas, ¿verdad?.' Uno de los guardias se adelantó mientras sacaba de su cinturón una porra extensible.
   'Te dije que no te movieras' y lanzó un rápido golpe a las piernas de León, que le hizo doblar la rodilla contra el suelo.
   'Chico, estás cometiendo un error.'
   'Cállate, túmbate en el suelo con las manos en la nuca.' Se dirigió a otro de los guardias, sin perder de vista a León. 'Llama a una unidad de la policía, diles que tenemos a un borracho buscando bronca y que nos ha plantado resistencia. Llévate a la chica dentro. Creo que esto va a ser divertido.'
   Uno de los guardias comenzó a pedir la asistencia de la policía, mientras el otro sujetaba a la chica, demasiado débil para soltarse del guardia. Por último, León seguía arrodillado pese a los gritos de Scott, que amenazaba con volverlo a golpear. «Se acabó.» Súbitamente se incorporó desde el suelo y aprovechando la fuerza del impulso golpeó la mandíbula de Scott haciendo que su cabeza se echara para atrás con un gran crujido. Allí donde había estado el mentón quedaba sangre, huesos astillados a través de la piel y dientes rotos. Antes siquiera de recuperar el aliento se abalanzó contra el otro guardia. Otro puñetazo bajo el vientre y un codazo en la cara y ya estaba en el suelo. El último guardia, que sostenía a la chica apuntó su arma contra León y disparó hasta tres veces. Las balas dieron de lleno en el cuerpo de León, que encajó los impactos como si no existieran y se echó encima del último guardia.

Todo acabó en segundos. Los cuerpos de los guardias yacían boca abajo, malheridos o sencillamente inconscientes sobre un charco donde la sangre se mezclaba con el agua y el barro. La lluvia arreciaba y estaban empapados. León levantó a la chica una vez más y sin mirar atrás, la apretó contra su cuerpo y la montó en su motocicleta con él. Ella se le abrazó y León puso en marcha la motocicleta «¿Qué estás haciendo viejo?», pensó durante un instante. Sacudió la cabeza como para borrar ese pensamiento y puso rumbo hacia ninguna parte.



V - Historias de la Calle


   «Ratas. Escoria. Vagabundos. Las calles están llenas de estos. Las fuerzas del orden no dan a basto para limpiar las calles de esta escoria. Lo que antes eran apartamentos de familias, trabajadores, honrados, están llenos ahora de putas, yonkis y chorizos de tres al cuarto que serían capaces de rajarte por un par de zapatos usados.» La berlina de lujo de Ernest Gibbons atravesaba las atestadas calles de la Ciudad Antigua. «El último barrio que quedaba de la anterior Night City, un estercolero donde incluso se llegaron a almacenar residuos radioactivos y donde ni tan siquiera las ratas se dignaban a vivir. Eso fue antes de que llegara Richard Night y creara Su Sueño. Quería demostrar algo y seguro que lo demostró: que tenía la polla mas grande de todos los grandes ejecutivos de los Estados Libres de Norteamérica. Vino con sus camiones cargados de cemento, casas prefabricadas, bulldozers... y echó abajo toda una pequeña ciudad, lo aplanó todo y plantó sus pequeñas casas unifamiliares a la orilla del Pacífico. Un remanso de paz, el Edén en la Tierra hecho realidad. Por supuesto todo muy bien cercado y con seguridad privada. Después vino todo lo demás: los apartamentos, la industria, los colegios, universidades, las corporaciones, el equipo de fútbol local... Desde luego que ese bastardo sabía como atraer el dinero. En poco más de diez años la ciudad estaba irreconocible, con grandes avenidas y jardines para los más ricos; pequeños parques infantiles y apartamentos familiares para los menos. Pero no pudo echarlo todo abajo, ni siquiera pudo impedir que los menos favorecidos, la escoria, construyera sus propias casas en los márgenes de la ciudad creando una ciudad alrededor de otra. Allá donde la seguridad corporativa o la policía no llegaban, se formaba un nuevo poblado que succionaba la sangre de las arterias de la ciudad, Su ciudad. Como muchos hombres buenos, son reclamados antes de tiempo, y Richard Night no iba a ser una excepción. Murió en su apartamento, la puta con la que estaba también murió. Alguien no muy inteligente decidió que robar en ese ático sería buena idea y se lió a tiros cuando vio que lo habían pillado, matando o hiriendo a mucha gente por el camino, entre ellos a Richard... una pena.»

   El conductor giró por una calle empinada y estrecha, sorteando coches abandonados, gente calentándose en  hogueras o niños jugando con una pelota mugrienta usando la fachada de algún edificio como portería. Estaba anocheciendo y en esa zona apenas había alumbrado en las calles. Ernest observó por largo rato a través de los cristales tintados de su berlina como la gente observaba su coche al pasar; algún perro perseguía el coche unos cuantos metros antes de darse por vencido. Llegaba tarde pero no le importaba, la gente importante siempre está ocupada y tener dinero no significa necesariamente tener educación; de todos modos, tampoco pensaba que a ella le importara que llegase tarde. El coche se detuvo delante de un garito del que salía un ruido tecno-gótico de algún grupo de los que estaban de moda. La puerta de la berlina se abrió a la vez que una chica salía del garito y entraba en el coche, cerrando la puerta tras de sí. Con un zumbido eléctrico, el vehículo se volvió a poner en marcha, dejando atrás la Ciudad Antigua.
   La chica, una muchacha nervuda y baja de piel pálida y cabeza rapada, vestía con un sobrio mono de combate oscuro que cubría con una chaqueta vaquera corta y botas de soldado. De aspecto falsamente duro; sabía que no tendría más de veinte años, pero una vida en la Ciudad Antigua vuelve de piedra a cualquiera: o matas por comida o mueres para que te coman. Desde la base del cuello sobresalía una serie de zócalos para chips que se perdían por debajo del mono. Uno de sus brazos era cibernético y no había tenido la necesidad de cubrirlo, así que la extremidad cromada resaltaba contra la ropa oscura de la chica. La pistolera sobaquera abultaba bajo su brazo izquierdo con lo que obviamente era un arma de gran calibre. La muchacha observaba fijamente por la ventanilla sin mirar a su acompañante, viendo pasar la ciudad frente a ella, conforme regresaban a la parte civilizada de la ciudad. Ernest sin embargo, la observaba, meditaba imaginando en qué estaría pensando, en la cantidad de trabajos que había realizado para él sin rechistar o realizar preguntas incomodas, en cómo una persona tan joven podría tener tal carencia de sentimientos. Cómo le afectaría ser más máquina que persona.
   'Tengo otro trabajo para ti', dijo finalmente. 'Dos personas: un hombre y una muchacha. El tipo parece ser de los duros. Va a ser lo más difícil. Necesito que me traigas a la chica viva y a ser posible de una pieza.' Le pasó un chip en una caja.
   'Claro, si no se resiste no debería haber más muertos de la cuenta.' Giró la cara hacia Ernest y recogió la caja, la abrió e insertó el chip en uno de los zócalos vacíos de su cuello; cerró los ojos. 'Vaya, un tipo grande. Ágil para su edad y sus músculos. Kerenzikov Aratech, también es probable que lleve nudillos de acero implantados en las manos, las mandíbulas no suelen estallar de esa manera. La chica parece poca cosa... Vaya, veo que el tipo sabe como encajar los disparos. Será el triple de la tarifa habitual, por la manera de mirarme pensaría que o bien quieres desnudarme o la chica es muy valiosa para ti.' Sonrió.
   'Ejército de los Estados Unidos desde 1998 hasta 2008. Colombia, Cuba y México. Licenciado con deshonor por aplastarle la cabeza a tres mandos tras una incursión en la que su escuadrón fue reducido a pedazos, literalmente, por los bombardeos. No fue fusilado porque achacaron su actitud a los implantes. Mucha de esa mierda puede volverte loco,' la observó durante un momento como queriendo dar a entender algo, 'Debería haber sido internado en una institución psiquiátrica, pero tras la ruptura de los Estados Unidos  eso nunca pasó y salió indemne. Por lo que parece, vende su brazo a quien pueda pagarle por sus servicios. Ella, sin embargo... es mi hija y él la tiene ahora mismo, a saber que puede estar haciéndole en estos momentos.'
   'Voy a necesitar amigos para esto...'
   'Si me la traes de una pieza te daré cinco veces lo habitual a ti y tus amigos, no quiero testigos. Nadie que haya tenido contacto con ella debe saber que existe. Tendrás el adelanto habitual que ya está ingresado en tu cuenta, el veinticinco por ciento, nada más. Detén el coche.' La berlina se detuvo delante de un aparcamiento y la muchacha salió del vehículo.
   'Veo que me conoce bastante bien. Y en cuanto a lo de desnudarme...', y le guiñó un ojo. Un viento seco le agitó la ropa y Ernest sintió el aire cálido y metálico del exterior un momento antes de que la puerta se cerrara, ignorando su último comentario. El coche volvió a ponerse en marcha y unos instantes más tarde la mercenaria había quedado atrás, entre la multitud y puso rumbo a sus oficinas en el centro de la ciudad.

   La Torre Gibbons se alzaba en el centro de otra maraña de rascacielos que competían entre sí en altura y luminosidad. El grupo de edificios brillaba con grandes letras de varios pisos de altura que dejaban patente al resto de la ciudad quiénes eran. En ese lugar los grupos de seguridad de las corporaciones eran algo habitual. Patrullaban las calles en vehículos de todo tipo, desde vulgares camionetas hasta vehículos blindados con equipo antidisturbios. Incluso de vez en cuando los helicópteros y vehículos de empuje vectorial planeaban entre las torres asegurándose de que el espacio aéreo seguía estando limpio. Su berlina de lujo entró en uno de los grandes aparcamientos subterráneos para ejecutivos y en seguida subió hasta su despacho, situado en la última planta donde no había otra cosa. Era su segunda residencia, mitad oficina mitad apartamento pero por ahora tenía una reunión pendiente. Pasó frente al despacho vacío de su secretaria y abrió las puertas de su despacho. Lo vio sentado en su sillón, con las piernas sobre la mesa y fumándose uno de sus cigarros. Cerró la puerta con fuerza y el hombre que lo esperaba se puso en pie. Era un asiático trajeado, delgado y bajito, del montón. Su complexión, su cara, sus gestos no le decía nada pero se movía con la seguridad de un felino que rondara su presa.
   'Disculpe la intromisión, señor Gibbons. Estaba guardándole su sitio.'
   '¿Qué broma es ésta, quién es usted y qué hace aquí?'
   'He venido para charlar, señor Gibbons'
   '¿Charlar de qué, exactamente?'
   'Negocios, señor Gibbons. Yo tengo un negocio entre manos y usted tiene otro. Mis negocios y los suyos, aunque no lo piense así, están muy relacionados.'
   '¿De qué negocios habla?', se giró a la puerta y comenzó a alzar la voz para llamar la atención de su secretaria, 'Segurid...'
   'No, señor Gibbons,' y sacó una pequeña pistola de su chaqueta, 'no querrá hablar con la seguridad del edificio en estos momentos.' Señaló con la pistola a Ernest Gibbons. 'Biotoxinas, estaría muerto antes de llegar al suelo... y eso sería malo para mis negocios.'
   '¿Y qué es lo que quiere?'
   'Hacerle llegar un mensaje y preguntarle algo. ¿Dónde está la chica?'
   '¿Qué chica?', dijo sin permitirse dejar que su voz entreviera la menor sombra de preocupación.
   'Se olvida rápido de sus familiares por lo que veo, señor Gibbons. Rachael Gibbons, su hija, quizá sí recuerde su intento de suicidio...'
   'Gracias, no recordaba exactamente a quién se refería', dijo con el mejor tono irónico que pudo encontrar, 'mi hija sigue en estado de coma desde lo sucedido, así que no se qué es lo que quiere.'
   'Yo nada señor Gibbons, pero hay gente interesada en saber cómo es que anoche su hija fue capaz no sólo de despertar, levantarse de la cama y reducir a tres hombres armados después de estar más de un año en estado vegetativo.'
   'No se de lo que me habla.'
   'Mis clientes reclaman un material que le ha sido robado. Una "pieza experimental" dijeron. Ya sabe, no está bien robar señor Gibbons; sobre todo si es a su propia empresa.'
   'No tengo la menor idea de lo que me habla y no entiendo quién es la persona que le envía pero le aseguro que puedo mejorar su oferta, yo...'
   'No está cooperando señor Gibbons, justo como predijeron mis clientes y me temo que me debo a mis clientes', con un sutil movimiento del dedo disparó la pistola, en un instante un dardo apareció clavado sobre el pecho de Ernest, que cayó al suelo.

La habitación pareció dar vueltas frente a Ernest Gibbons, que veía todo a su alrededor distorsionado, borroso. La sombra de su agresor se cernió sobre él, había algo brillante en su mano y en la otra aún empuñaba su pistola de dardos. La boca estaba pastosa y apenas podía pensar.
   'Lamento haberle mentido señor Gibbons, prometo que será la última vez...', dijo en tono condescendiente mientras se arrodillaba ante el cuerpo paralizado de Ernest, 'pero lo necesito vivo, aunque le aseguro que pronto estará muerto... pero antes, unas preguntas van a ser respondidas...'
   'Mi hija...'
   'Todo a su tiempo señor Gibbons, todo a su tiempo.'



VI - Escoria Callejera


   Con un tintineo, la bala cayó en la bandeja metálica del carnicero. En la destartalada habitación de la clínica sólo había una camilla, un monitor de constantes vitales, un armario con medicamentos y material quirúrgico, un viejo ordenador y una vieja radio Braun, que en esos momentos reproducía algún programa en Coreano. Un frío casi glacial llenaba la sala y la única fuente de calor era la lámpara de la mesa de operaciones. El cirujano callejero o carnicero, como llamaban en la calle a los de su clase, se llamaba Hin y era un viejo conocido de años atrás. En años le había ayudado curando heridas que en cualquier otra clínica u hospital habrían causado más que una pregunta molesta. Le había devuelto el favor llevándole "materias primas" para sus injertos o trasplantes, con el dinero por delante, ambos eran hombres de negocios.
   El cirujano rondaba la cincuentena y a pesar de las gafas de incontables aumentos su mano era firme y sus movimientos certeros. Perdió todo resto del vello corporal en algún accidente antes de que León y él se conocieran y en su lugar quedaban las marcas de quemaduras en la cabeza y cara; no sabía si el resto del cuerpo estaría en las mismas condiciones. Llevaba un batín amarillento con manchas y solía mascullar entre dientes en su coreano natal mientras llevaba a cabo sus operaciones. León había pensado alguna vez, divertido, que era algún tipo de oración por si la nano-cirujía no era suficiente.
   'Bueno, como nuevo. Tuviste suerte que las demás balas las detuviera el abrigo, eso si, bonitos agujeros te ha dejado.', dijo mientras señalaba con una mano enguantada a las pertenencias que había dejado León al entrar en la sala. 'Tu amiga se está recuperando en la otra habitación, le he traído ropa; a saber de quién será, pero le valdrá.'
   'No es mi amiga', se apresuró a decir León.
   'Ya... bueno, pues tu no-amiga tiene un problema que me gustaría mostrarte.' León se vistió y acompañó al cirujano hasta el despacho del carnicero, que no era más que una habitación con una mesa y un terminal de ordenador donde se mostraba en la pantalla un escáner de la cabeza de alguien.
   'Tu amiga...', miró de reojo a León, 'llegó como sabrás, inconsciente. Al conectarle los monitores observé que tenía una actividad cerebral... inusual. Lleva instalado un paquete neuronal de lujo con unos pocos chips RPART MRAM, además de un controlador Interface de última generación, parece que tu chica era asidua usuaria de La Red e hija de alguien con dinero, es lo que le ha salvado.'
   '¿Salvado de qué? Y no es mi amiga ni mi chica...'
   'Pues de quedar hecha un vegetal... o de morir. Tiene instalado un pequeño hijo de puta en su cerebro que la mantiene "en marcha"; emite radiación electromagnética que mantiene su red neuronal funcionando, a unas frecuencias a veces muy altas y en otras ocasiones muy bajas... debería estar "frita", en estado de coma. Mira.'

   Hin le mostró una imagen a León en el monitor de la terminal de ordenador. La silueta de una cabeza apareció recorrida por una serie infinita de lineas luminosas que se entrecruzaban entre sí. En la parte trasera de la silueta, a la altura de la base del cráneo, un rectángulo luminoso destacaba entre la maraña de hilos brillantes. 'Eso de ahí es de lo que te hablaba', dijo Hin. La imagen cambió a un modelo de colores rojo y azul. 'Y esto representa el flujo de energía. Sea lo que sea eso se está "alimentando" de los impulsos eléctricos de su cerebro y los está redirigiendo a otras zonas específicas de su cabeza. Sin embargo, la demanda de energía es tan alta que el sistema es insostenible si no desconectan otras partes del sistema. No se si me sigues.'
   'No.'
   'Vómitos, temblores, desvanecimientos, pérdidas de memoria y de las funciones psicomotrices, coma irreversible o muerte... a corto o medio plazo.'
   'Me encanta cuando te pones romántico. ¿Y cómo está?'
   'Compruébalo tú mismo, la he dejado en la habitación del fondo del pasillo, sedada.'

   León salió de la habitación y entró en la sala del final del pasillo cómo le había dicho Hin. En el centro de la habitación, tumbada sobre la camilla, inconsciente, se encontraba esa extraña a la que había salvado hacía apenas unas horas. ¿Pero salvado de qué? ¿Qué es lo que realmente le llevó a defenderla de esos tipos? León se sorprendió a sí mismo haciéndose esas preguntas; intentando averiguar qué había pasado.
El monitor pitaba al ritmo de sus constantes vitales y la observó dormir durante un rato. Mientras tanto, Hin atendía en el exterior a algún nuevo cliente. «Vamos viejo», pensó, «intenta hacer memoria de por qué te has metido en este jaleo.» Sólo recordaba su voz en la cabeza rogándole que la ayudara y al momento tenía las manos manchadas de sangre. «Esa no era la manera. No te conozco, no se quién eres ni me importa quién seas. No me busco problemas y mucho menos, gratis.» Sintió su respiración pausada y se quedó en silencio un rato.
   El vello de la nuca se le erizó cuando oyó los gritos en el exterior. Serenamente evaluó la situación y concretó que fue sólo se encontraban Hin y una persona más, con lo que echó mano a su pistola, a la que previamente conectó el sistema de arma inteligente a través de los cables de interfase; un sistema que, a pesar de ser antiguo por lo engorroso de llevar un cable, siempre le pareció más fiable que cualquier otro sistema por radio. Sacó su pistola y salió.
   En la recepción se encontraba Hin, sangrando por una enorme brecha en la cabeza que, al parecer le había ocasionado el despojo humano que se encontraba ante él. Un escuálido espécimen humano, huesudo y pálido, que llevaba una camisa sin mangas que dejaba sus brazos al descubierto; uno de ellos era un injerto cibernético que goteaba sangre de un extremo. Debía ser de alguna tribu punk, como delataba su pelo de punta, teñido con lo que parecía pintura cromada para coches, unos desgastados pantalones vaqueros pegados y unas botas de trabajo, abiertas que le otorgaban la apariencia de un muñeco de palo.
   El chaval no le habría durado ni un instante a León, de no ser porque se encontraba agazapado en una esquina de la habitación, con ambas manos en la cabeza, gritando de forma histérica y temblando. Olía extraño, y rápidamente se fijo en que provenía de el muchacho, se había meado encima.
   '¡Eh, pero que ostias estás haciendo!', dijo mientras se dirigía hacia Hin, que continuaba inconsciente.
   '¡Haz que pare, mi puta cabeza me duele!, dijo mientras pataleaba revolviéndose por el suelo, arrollando sillas y otro mobiliario mientras dejaba un rastro de orina.
   León se tiró sobre él, con el arma en la mano y comenzó a forcejear. Tardó apenas unos segundos en inmovilizarlo en el suelo, aunque aún se debatía por escapar con las piernas. Dejó suelta la mano del arma para forzar al muchacho a bajar las manos de la cara y obligar a mirarle. Lo que vio fue desagradable: un río de venas hinchadas partía de sus ojos y cruzaba un lateral de su cabeza, sangraba por los lacrimales y por algunos puntos donde la piel había cedido a una tensión irreal bajo la piel. Los ojos parecían haber hervido en sus cuencas y sólo había dos orbes ensangrentados en su lugar. No paraba de gritar. Gritaba y ardía por la fiebre.
   Quemaba al contacto, «demasiado caliente.» Unas ampollas empezaron a recorrer su cara, explotando casi al instante, dejando marcas ennegrecidas en su lugar. León se apartó lo más rápido que pudo justo antes de que la cabeza del pobre chaval ardiera seguida del resto de su cuerpo y ropas.
   El muchacho dejó de gritar.
   Los aspersores comenzaron a apagar el fuego y la alarma de incendios empezó a sonar incesante. León se giró a Hin, que respiraba débilmente y se agachó para comprobar más concienzudamente cómo se encontraba cuando oyó unos chapoteos detrás de él. Apoyada contra una de las columnas de la sala se encontraba la muchacha, con el camisón de la clínica y la mirada fija en el suelo. Empapada y tan delgada que parecía a punto de partirse, aún más frágil ahora que cuando la encontró hacía unas horas.
   'Él no quería pegarle a tu amigo, Hin', levantó la cabeza y clavó una mirada vacía en León; continuó mirándolo durante una eternidad con esos ojos de color relámpago.
   León recogió a Hin del suelo y pasó junto a ella, mirándola con desconfianza. Abrió de un empujón la puerta de la pequeña sala que estaba a espaldas de la Rachael y dejó a Hin en una camilla. Rachael apareció de nuevo y observó la escena. León permaneció de espaldas un rato, atendiendo la herida de Hin sin saber que decir a la muchacha, hasta que ella empezó.
   'Quería darte las gracias por sacarme de allí antes.'
   'No pasa nada', León continuaba de espaldas sin mirarla.
   'No lo creo, pero aún así, gracias... no esperaba que alguien como tú...'
   'Que alguien como yo, ¿a qué te refieres?', León se giró hacia Rachael. '¿Por qué no hablamos de lo que alguien como tú hacía en ese callejón? Mi experiencia me dice que lo normal es que cuando una muchachita como tú cae por una ventana de un décimo piso, atravesando veinte centímetros de cemento a su paso y estrellándose contra el suelo no sobrevive. ¿Qué me dices a eso?'
   Rachael lo miró atentamente, como si no recordara a ciencia cierta qué ocurría ahí.
   '¡Bah! da igual. Deberías buscar a alguien de tu familia, decirles que estás bien y largarte de aquí cuanto antes.'
   'No tengo familia. Mi padre es Ernest Gibbons, auque ya no importa porque está muerto. Los hombres que mataste, eran los suyos. Y ya hay alguien buscándome, aunque no sólo es mi padre... y a ti también te quieren.'
   '¿A qué coño te refieres? ¿Ernest Gibbons? ¿Y cómo sabes todo eso?'
   'De la misma manera que se que Kurt no quería hacerle daño a tu amigo Hin. No era mal chico, sintió mucho lo que le hizo a Hin, pero no durante mucho tiempo.'
   León se quedó pensativo durante un momento, inmóvil. Hin gruño en la camilla y esto lo sacó de sus pensamientos.
   'Creo que se te falta algún tornillo y no entiendes bien lo que ocurre. No hay nadie persiguiéndonos, ni siquiera saben donde estamos.'
   'Estás en lo cierto, aún no lo saben. Aunque me están buscando. ¡Todo suena a que es algo de locos, lo se! Pero créeme, algo me dice que están cercándonos. Veo... siento... que están cerca.' Un fino hilo de sangre se deslizó de su oído y a Rachael se le aflojaron las piernas tanto que estuvo a punto de caer. Se volvió hacia Hin, que aún estaba tendido en su camilla. 'Hin, actualizaste los implantes de Kurt hace unos días, ¿verdad?'
   '¿Eh? Si, una mejora en el sistema neurológico. El chaval podría parecer escoria callejera, pero su padre tenía dinero y le pagaba algunos caprichos de vez en cuando. Por supuesto, no todos lo que se instalaba era bajo la supervisión de su padre... ni legal.'
   '¿Qué le instalaste?', quiso saber León.
   'Un procesador acelerador de redes sinápticas', Hin se incorporó con una mano en la herida, 'en teoría debería hacer que los chips RPART MRAM funcionaran a una mayor frecuencia y, en defenitiva, proporcionaran más rendimiento.'
   '¿Quién te vendió eso?', León miró con inquietud a Rachael.
   'Uno de mis contactos, alguien del ejército "dejó caer" un cajón con un montón de esos chismes de camino a algún lugar de pruebas y quiso hacer negocio con eso. Dijo que había vendido unos cuantos sueltos y había sido todo un éxito, que se lo quitaban de las manos. Por supuesto omitió todo lo referente a la psicosis.'
   'Por no hablar de la tendencia a la auto-inmolación.'
   '¿Qué?'
   'Es una larga historia', se León volvió hacia Rachael. 'Será mejor que te busque ropa que te quede bien. Vamos a hacerle una visita a un amigo.'
   Rachael asintió distraída. 'Hin, ¿puedes comprobar algo antes de marcharnos?'

   


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