jueves, 20 de septiembre de 2012

¿Quién puede matar a un niño?

(Dovahkiin... dovahkiin...)

La inmensa caverna convertía en poco más que hormigas a nuestro grupo de Héroes, más conocido como el Equipo de Demoliciones por sus más fervorosos seguidores y enemigos. Mago, monje, druida, guerrero y clérigo marchaban juntos. Encabezados por el impresionante enano, todo músculos y metal, de casi DOS METROS (sí, dos metros, dadle las gracias a tito Coco por encantar equipos con conjuros de agrandar permanente... eso es, dadle las gracias...). Las botas de la pesada armadura enana resonaban por toda la cueva mientras los demás componentes del grupo formaban dejando que la mole de metal hiciera de escudo viviente. Avanzaban decididos por un estrecho puente de piedra contra sus enemigos bajo una lluvia de flechas negras, bien esquivándolas, bien deteniéndolas con armas y escudos. Las retorcidas criaturas que alguna vez fueran orcos, disparaban con toscos arcos flechas impregnadas de un extraño icor humeante al tocar metal o piedra; para empeorar las cosas, el camino estaba cerrado por tremendas criaturas que en vida eran formidables: minotauros, hombres gigantescos, semiorcos hiper-hormonados en pleno proceso de putrefacción, con estómagos hinchados y mirada ausente, empuñando las armas más amenazadoras y de aspecto de lo más feroz y espumoso resoplaban y gruñían al sentir acercarse a los héroes.

Gazanalbazur saltó sobre una marea de flechas y acero al grito de sus ancestros «¡Pëkîsy Pös!» mientras el fuego divino lanzado por el clérigo caía sobre las cabezas de los orcos, calcinándolos. La monje saltó tras las espaldas de los monstruos que empuñaban hachas a dos manos y comenzó a rociarles con una lluvia de golpes mientras éstos se preguntaban qué estaba ocurriendo. Tan sólo cuando empezaron a sentir que les hacían daño reaccionaron. Las hachas empezaron a hablar, hundiéndose en carne y metal acompasadas por el gruñido y gemido de los monstruos, que comenzaron a separar a estos-nuestros-héroes. Allá donde golpeaban a las criaturas, las heridas se cerraban y cuando parecían que no podrían aguantar más daño, éstos se mantenían en pie. La lluvia de flechas enemigas se detuvo y los orcos comenzaron a cargar contra los héroes. Fue entonces cuando el auténtico baile comenzó. Maeve empezó a descargar sus flechas contra los orcos supervivientes y el clérigo vació sus reservas mágicas con los monstruos para derribarlos. Lentamente, uno a uno, fueron cayendo y cuando el combate parecía penosamente encauzado a la victoria de nuestro grupo oyeron el rugido más terrorífico que jamás habían oído acompañado con un batir de alas.

Un nuevo dragón se interponían entre ellos y su tesoro. Con una rápida pasada cubrió el camino que separaba el lago donde se refugiaba del puente, sujetó al a monja y regresó al lago, al agua, al fondo del todo. Lejos de devorar a la monje, el dragón decidió que verla morir ahogada era más divertido y, aprovechado su capacidad de aguantar indefinidamente bajo el agua sin necesidad de respirar, se limitó a sujetarla con sus garras y verla morir ahogada (NdN: ¡Ja, chúpate esa jugador, ¿a que no te esperabas eso? Esquiva esta inteligente treta, ¡sucia!).

Mientras tanto, arriba las cosas no estaban mucho mejor. Los valerosos héroes estaban arrinconados en su lado del puente mientras las grotescas criaturas no muertas cargaban contra ellos una y otra vez aunque cada vez menos numerosos gracias a los golpes de hacha y conjuros de nuestros variopintos amigos. Una montaña de cadáveres yacía frente a los héroes hasta que sólo quedaba el último de los cadáveres andantes, que lanzó un último y desolado ataque. Cargó mientras gritaba con su hacha alzada, lanzando espumarajos por la boca contra la linea impenetrable del enano que, para sorpresa de propios y extraños, decidió dejarlo pasar mientras recitaba un antiguo dicho enano.

'¡Bah! Que se encargue otro', dijo.
'Jajajaja, ¿qué podrá hacer? Animalico...', dijo el clérigo mientras se echaba también a un lado.
'Glub glub glub...', dijo la monje.
'Anda y que le focken...', dijo la druida, animada mientras se apartaba de la trayectoria de carga del monstruo, que por aquel entonces ya llevaba una trayectoria fijada en el mago.
'Já, ¡que me golpee si puede!', dijo el mago.

La criatura, más desconcertada que furiosa, dejó que su hacha describiera un amplio círculo en el aire. La hoja destelló un instante antes de que el pecho del mago se abriera en dos, algo poco sorprendente cuando piensas que delante tuyo hay un muerto viviente repleto de músculos y que ha demostrado tener más fuerza física y aguante que lo racionalmente aceptable.

'¡Ouch!', dijeron todos.
'Seh...', dijo el narrador mientras observaba la cara de consternación de los jugadores sin saber qué es lo que realmente esperaban.
'Glub glub glub...', dijo la monja.

Con un sutil golpe de mango del hacha, el no muerto voló por el borde del puente, contento de haber abierto una brecha en las líneas del enemigo y haber conseguido una herida más que grave a uno de ellos. El mago, sin preocuparse mucho de su herida, y de los orcos que lanzaban flechas al grupo, se acercó al borde del puente y preparó una bola de fuego de las que estaban entre su repertorio. La caverna se iluminó con la inmediata aparición de la esfera ígnea que impactó de lleno bajo los pies del grupo, en la superficie del agua del pequeño lago que hirvió casi instantáneamente y redujo sustancialmente su nivel, dejando al descubierto al dragón y la monja, que ya se habían hecho íntimos por aquel entonces.

El dragón rugió y lanzó a un lado a la monja, que se encontraba húmeda, muy húmeda... tanto, que sus turgentes pechos se entreveían a través de la túnica de fino lino que resaltaban sus onduladas, aunque duras y trabajadas curvas que...

El dragón...

Pues eso, el dragón salto para coger impulso mientras su buche se inflaba de algo que prometía ser doloroso. Sin pensarlo, mientras llegaba a su altura, el guerrero enano saltó contra el dragón y comenzó a hacer arrebolas en su gruesa piel. Mientras tanto, los valientes compañeros combatían a los restantes orcos o disparaban sus últimos conjuros y flechas contra el dragón, que... decepcionantemente, cayó muerto a los pies del puente.

Tras algo más de una hora de combate, el grupo de demoliciones salió ganando en el chiste una vez más. Montañas de cadáveres se pudrían rápidamente al perder las últimas de sus fuerzas que lo unían a su Señor. Y tranquilamente se dedicaron a recolectar su preciado botín. Sin embargo, un mal mucho mayor se retorcía en su guarida extra-dimensional. Algo que se arrastraba en las cuevas, más abajo. Mientras tanto, un eco resonaba entre las cavernas. Una voz que decía...

'¿Pero que mierda es esta? ¿Una espada vorpalina +1...?'

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